No cabe duda de que Chaminade, al ver el crecimiento de las congregaciones, pensó en la vida religiosa como una forma de mantener el espíritu de todas las asociaciones que, a su vez, eran las que realizaban las obras de apostolado. Así nos lo recuerda Ignacio Otaño:
Sus obras tendrían un alcance que él nunca se hubiera atrevido a darles: su apostolado no sería individual o de paso sino que este apostolado se ejercería mediante asociaciones, que se mantendrían en el espíritu de su institución por medio de una sociedad de religiosos propiamente dichos, coronamiento de todas las otras obras. (Pág. 27)
Y en otro momento insiste en el tema del “hombre que no muere” como esas comunidades religiosas que han de dar solidez y continuidad a los congregantes:
Restablece las congregaciones con un espíritu nuevo porque se da cuenta de que el cristiano en solitario está desvalido. Quiere también comunidades religiosas que sean, para la misión, el hombre que no muere, es decir, que la consoliden y la salven de las veleidades individuales o circunstanciales, asegurando su continuidad. (Pág. 4)
Pero en lugar de ser ese pilar fuerte que sostenga al laico, nos estamos convirtiendo en gente mayor que asume que las cosas están mal y que lo único que queda por hacer es lamentarse y resignarse, eliminando toda voluntad de probar algo diferente.
Sin embargo, aún hay esperanza, porque proviene de Dios. Debemos confiar en lo bueno, dejar de cuestionar y juzgar al otro, confiar más en que todos queremos hacer las cosas bien, quedarnos con lo bueno de la otra persona y rodear lo malo para salvarlo.
Contagiar alegría, tener buena relación en los equipos de trabajo en los que estemos o en nuestra propia comunidad, transmitir alegría, paz y decisión. Si lo miras bien, en realidad las cosas antes eran peor, aunque nos guste demasiado repetirnos que “en mis tiempos estas cosas no pasaban”.
En este clima de pesimismo y de estar de vuelta de todo, a veces se nos olvida acoger a los religiosos que llegan nuevos a una comunidad, allanarles el camino, apadrinarlos, dejarnos transformar por ellos. Es importante dar entrada a los religiosos en las obras bendiciendo, no maldiciendo, ayudando a encontrar el sitio de cada uno, sin prejuicios ni esquemas cerrados como el clásico “y tú ¿de qué das clase?” como si Chaminade hubiera fundado una congregación dedicada a la enseñanza y ese fuera todo el horizonte. Más aún cuando ya estamos jubilados, ese paradigma de la educación puede ser una gran losa.

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