Tenemos una tendencia innata a la competición, a copiar y mejorar lo que hacen otros para ponernos por delante en la supuesta carrera del éxito. Pero, en lugar de eso, hay que aprovechar el impulso de la Iglesia, no copiar iniciativas ni enfrentarse a ellas. Si lo que hacen es en nombre de Jesús y hacen que el joven se ponga a tiro de Dios, debemos apoyarlo y complementarlo con nuestro carisma.
Estamos en un momento bueno para convocar a jóvenes a compromisos mayores, debemos aprovechar esta ola en el momento actual en que la fe está más de moda y los jóvenes se están poniendo a tiro de Dios aunque lo hagan en otros movimientos de Iglesia.
Las religiosas marianistas, en su regla de vida, manifiestan muy claramente su relación con la Iglesia y son para el resto de la Familia un gran testimonio de comunión con todo el pueblo de Dios. Recojo algunos de los puntos de su regla de vida citados por Ignacio Otaño:
Las hermanas colaboran con la Iglesia local y en lo que ya existe, y, al mismo tiempo, dan prueba de invención y creatividad. (II.29)
Para hacer conocer, amar y servir a María, las hermanas colaboran con la Familia marianista y participan en movimientos marianos de la Iglesia. (II.30)
[…] Las actividades… «deben tender a hacer surgir y desarrollar comunidades cristianas» (II.33)
[…] Evangelizar exige caminar con la gente… Lo esencial no es hablar sino vivir el Evangelio con todas sus exigencias…» (II.36). (Pág. 89)
A la hora de pensar en la relación con la Iglesia, nos puede venir a la cabeza la idea de que Chaminade era contrario a las parroquias. Sobre esto, Ignacio Otaño aclara un poco más qué era lo que rechazaba Chaminade en realidad:
Chaminade no opone congregación a parroquia, pero cree que las congregaciones no deben quedar restringidas al marco parroquial. […] «Las congregaciones han sido instituidas para curar unos males tan grandes y para reparar las inmensas pérdidas de la religión. Pero ¿cómo podrían conseguir tales éxitos si las funciones religiosas de las parroquias, a las que ya no se asiste, fuesen el medio usado para inspirar el deseo de asistir a ellas?…» […] Si se dejase que la virtud eche raíces en las almas de los congregantes, si se apoyasen las congregaciones, éstas podrían dar feligreses auténticos a sus parroquias. (Pág. 31-32)
Y más adelante sigue hablando del sentido eclesial y del objetivo de Chaminade de colaborar con la Iglesia para recuperar la fe en Francia y no para ganar fieles para sí mismo:
El P. Simler compara el papel de la congregación en la sociedad de Burdeos con «El pilón de una fuente que recoge aguas abundantes e inmediatamente alimenta todos los canales que se comuniquen con él. Así la congregación recibe una juventud que ella forma y distribuye enseguida por las diversas obras que solicitan su concurso» […] Varias comunidades de religiosas, con distintos carismas, renacieron gracias a la presencia de congregantes. (Pág. 42-43)
También hoy podemos caer en la tentación de apropiarnos de los jóvenes y enfrentarnos entre nosotros o con otros grupos de Iglesia. Cuando hablamos de “nuestros jóvenes”, nos referirnos a aquellos jóvenes que han crecido en nuestro entorno o en nuestras obras, pero no debemos olvidar que realmente no son una propiedad nuestra y que el objetivo último no es que sean de mi grupo. En este punto es bueno recordar la célebre frase de Chaminade “jugamos a quien pierde gana”. Así lo presenta Ignacio Otaño:
En 1805 la congregación tuvo una primera crisis a causa de las numerosas vocaciones religiosas y sacerdotales que surgieron de ella y, por tanto, la privaron de elementos humanos importantes. A los responsables que veían alarmados cómo personas valiosas dejaban la congregación para entrar en el seminario o en distintos Institutos religiosos, el P. Chaminade decía que “nosotros jugamos al quien pierde gana” Con eso quería hacer ver que no había nada que lamentar sino felicitarse por el hecho de que la vida de la congregación hubiese suscitado esas vocaciones. (Pág. 53)
En el fondo, lo que todos queremos, o deberíamos querer es que la Iglesia sea una y dejemos las rivalidades entre grupos. Al menos eso fue lo único que sabemos que Jesús pidió a su Padre en una oración. “Padre que todos sean uno”
Una forma de entrar en comunión es a través de la misión. Misión que para Chaminade estaba en manos de los laicos, anticipándose, incluso, al Concilio Vaticano II, como nos lo recuerda Ignacio Otaño:
Algunos aspectos del modo de entender la misión acercan al P. Chaminade a la eclesiología de misión, subrayada por el Concilio Vaticano II, junto con la eclesiología de comunión… Un primer aspecto común a la preocupación del P. Chaminade y a la Iglesia conciliar es la participación de los laicos en la misión de la Iglesia. (Pág. 3)

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