El momento de la creación de la comunidad es delicado puesto que se juntan jóvenes aparentemente similares en intereses y edad. Sin embargo, observamos que, en la práctica, ya hay distintas motivaciones y expectativas, o deseo de construir algo o de dejarse llevar.
En este sentido, hay que cuidar el nivel de profundidad de lo que les ofrecemos y pedimos, pero sabiendo acompasar los ritmos de los distintos miembros, para que puedan llegar a constituir la comunidad. Al que demanda más igual hay que pedirle paciencia y mansedumbre, contar más con él y enseñarle a tirar del grupo sin romperlo y al que no sabe ni por qué está en este grupo, ayudarle a dejarse entusiasmar por el espíritu de los primeros. Y, a todos ellos, animarles a hacer un camino de profundización personal en la oración para que sea Dios el motivo de sus encuentros y no los intereses personales o el reencontrarse con los amigos del colegio para filosofar.
Si en lugar de eso pretendemos esperar a que todo el mundo tenga el mismo nivel de compromiso para arrancar, los que querían una mayor intensidad la buscarán fuera, y los otros, que no querían nada, estarán encantados de tener esa nada dentro del grupo, con lo que, como muy tarde en exámenes, el grupo se disolverá.

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