En nuestro tiempo, la permanencia en el pueblo, el barrio o la ciudad de nacimiento, es extremadamente improbable. Por estudios, por trabajo, o simplemente por ganas de conocer otras cosas, los jóvenes no se quedan en el entorno de su parroquia o colegio, ni permanecen mucho tiempo en el mismo sitio. Esto hace que el concepto de parroquia pierda algo de fuerza y nos veamos llamados a buscar una forma distinta de mantener las raíces y el contacto con esa comunidad que los anime y motive a crear o acercarse a una comunidad de fe local marianista para vivir su fe.

Si la persona no ha tenido experiencia de fe y de comunidad antes de salir del contexto protegido del colegio, es difícil que la busque al salir, más aún si cambia de ciudad. Pensando en la gente descolgada por el motivo que sea, que no tiene una comunidad oficial o que ha salido de su entorno y aún no se ha integrado, la Comunidad Madeleine se vuelve imprescindible. Este sería su espacio físico de encuentro, de compartir vida sin compromiso, del que puedan surgir, de manera espontánea, las nuevas comunidades por medio de la relación interpersonal.

Un entorno virtual para mantener el contacto, serviría también para cuidar de aquellas personas que, puntualmente, están ausentes de su comunidad, por enfermedad, por cambios en su momento vital o por el motivo que sea. En tiempos de los primeros congregantes, para mantener el contacto con los ausentes, que formaban una fracción en sí misma, se asignaba a personas concretas para hacerles un seguimiento.

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