De Chaminade nos cuenta Ignacio Otaño algo que hoy sigue reclamando el Papa:

“Superará una visión clerical de la misión, dando al cristiano laico la oportunidad de asumir responsabilidades, que suscitarán susceptibilidades en su tiempo pero que permitirán entender el bautismo dinámicamente, como un envío a actuar en el mundo, no a ser un simple receptor de órdenes a cumplir.” (Pág. 3)

Sin duda esto es algo que está en nuestro ADN, pero aún nos queda mucho camino por recorrer, tanto por parte de los laicos que se acomodan, como por parte de los religiosos que, muchas veces, sin darnos cuenta, asumimos modelos clericales desconfiando de las capacidades del laico, o no dejando que las pueda desarrollar si aún le falta recorrido.

La responsabilidad acompañada hace crecer y genera comunidad. Además es bueno ejercer la responsabilidad con sentido comunitario, no por medio de encargos individuales a determinadas personas que son de mi confianza y me garantizan el resultado que yo quiero obtener.

Escuchando de nuevo lo recogido por Ignacio Otaño, vemos cómo era la organización entre los congregantes:

“Esas responsabilidades personales se ejercían con un sentido comunitario y se coordinaban mediante el consejo de la congregación, que se reunía todas las semanas y era el órgano regulador de todos los ejercicios y buenas obras de la congregación” (Pág. 40)

Finalmente, en este compartir responsabilidades, hay que insistir en no instrumentalizar a las personas, hacerlas corresponsables es compartir responsabilidades, preocupaciones, proyectos, vida. Tratando al “joven” como el adulto que es o, al laico marianista en general, como alguien capaz de transmitir el carisma y no como un recurso para ejecutar determinadas tareas secundarias.

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