Nuestro carisma nos llama a revisar si los medios que empleamos aún son adecuados para el tiempo presente. Así lo recoge Ignacio Otaño:

El Capítulo General de 1986 empieza afirmando que «la renovación de nuestra misión ha sido la preocupación dominante de este Capítulo General». Dice en su introducción: «Nos hemos sentido interpelados y desafiados, como lo fue el Fundador, por un mundo que experimenta cambios culturales profundos y necesita una nueva evangelización» […] «lo mismo que el P. Chaminade escogió como medios la congregación y las escuelas para recristianizar a Francia, nosotros escogemos hoy los medios más adaptados a nuestro tiempo y lugar para implantar la fe». […] «En algunos casos debemos emprender acciones nuevas apropiadas a nuestro tiempo; en otros debemos dejar algunos medios que son buenos, pero menos importantes; en otros deberemos concentrar e intensificar nuestros esfuerzos en algunos medios que siguen siendo apropiados» (nº 3). (Pág. 93)

En esa adaptación al tiempo presente, podríamos decir que hubo un tiempo, no hace muchos años, en que los marianistas teníamos que encabezar movimientos más laxos en las formas y racionalizar el tema de la fe, porque era lo que nos demandaban los signos de los tiempos. Pero ese tiempo de separar al Jesús histórico del Cristo de la fe ya pasó, y no podemos seguir manteniendo la mística y lo sagrado fuera del discurso como si fuera algo accesorio o propio sólo de algún sector de la Iglesia, porque hoy, en medio de tanto racionalismo, el joven demanda espiritualidad y mística.

Si nos fijamos en la pobreza, en general no vivimos una vida de derroche e incoherencia. De hecho, podríamos argumentar que somos coherentes con el deseo del fundador de adoptar la forma de vestir y hábitos de nuestro entorno. Sin embargo, desde el punto de vista del profetismo y la imagen que tienen de nosotros algunos jóvenes, podríamos plantearnos recuperar o reforzar una austeridad profética y coherente, común a todos los religiosos, que no dependa tanto de la persona y sus “derechos adquiridos”. Somos muchos los que hemos elevado nuestro nivel de vida al entrar en la Compañía de María adaptándonos al ritmo de la comunidad y percibimos fácilmente que las crisis económicas del mundo no nos afectan, mientras que amigos y familiares cercanos sí las sufren. Por tanto, sería un gesto profético el acercarnos más a San Pablo y “estar en el mundo sin ser del mundo” porque nuestros jóvenes no perciben con claridad la diferencia entre ser o no religioso marianista con lo que ven en nosotros.

Si miramos a las estructuras, las ideas de José Cristo Rey García Paredes al hablar de la belleza de la vida religiosa nos pueden inspirar, en este caso, desde la perspectiva de una forma de gobierno que sea profética. Comentaba el claretiano que somos utilitaristas, tenemos organizaciones útiles para un gobierno, pero no son bellas porque se olvidan de muchas cosas y todo se iguala, tenemos territorios inmensos que organizar pero donde no se puede ver la belleza. Somos guardianes de las biorregiones y nos perdemos la pequeñez de la belleza. Pero podrían decir de nosotros “Que bellamente estáis organizados”, este puede ser un contexto de belleza porque no somos una multinacional y en nuestro carisma en concreto, tenemos a gala el ser una Familia más que una estructura.

Recojo también algunas ideas de Javier de la Torre pensando, en este caso, en una vida comunitaria profética. Javier viene a decir que hoy en día hay muchos estímulos pero pocas pasiones. Es decir: falta gente apasionada y sobran estímulos. Tener unas mismas metas con las que apasionarnos, ayuda a la educación de la afectividad y a la construcción de la fraternidad. Perder el tiempo no es en absoluto grave pero no estamos educados para eso. La vida no es una carrera si no un tiro al blanco, la vida es encontrar dianas. El mundo ha olvidado esto, pero la vida religiosa puede ser la que dé luz en este sentido.

Por último, hablando de alumbrar, hay otro gesto profético al que somos llamados: el de mantener la lámpara encendida y permanecer firme en la casa. Los jóvenes necesitan, como el hijo pródigo, como Adán y Eva, como nosotros a su edad, como todo ser humano en su proceso de maduración, abandonar la casa paterna, salir, explorar, descubrir, errar… Pero si no hay un lugar al que volver, el joven no podrá volver, se perderá. Hay que tener claro dónde tenemos que estar y no movernos, ser firmes y no conformarnos con ciertas cosas, no marchar detrás del joven a ciertos lugares, sino permanecer con la lámpara encendida, con aceite suficiente para que se vea el camino de vuelta y se sientan acogidos y abrazados sin reproches, porque “no sabemos ni el día ni la hora” del banquete, como tampoco lo sabía el padre del hijo pródigo.

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