En el mundo hay muchos carismas, estilos, medios y grupos y corremos el riesgo de caer en un sincretismo que nos lleve a perder la identidad. 

Pongamos un ejemplo. Como religioso, en los últimos años he estado expuesto a canciones evangélicas de Hillsong, a otras católicas de Hakuna y a los espantosos cantos de la Liturgia de las Horas rematados por la dulzura de nuestras voces. Comparando canciones, lo que menos me ha acercado a Dios con diferencia ha sido el canto en la Liturgia de las Horas, hasta el punto de alejarme. El caso es que el canto lleva a identificarnos con la espiritualidad de quien lo canta pero, hoy por hoy, no me identifico con algunas cosas del movimiento de Hakuna y tampoco coincido con la espiritualidad evangélica. Sin embargo, soy un agente de contagio de esos movimientos que no representan mi carisma, porque son los que a mí me acercan a Dios y empleo sus canciones con otros, para que también les acerquen a Dios, perdiendo la identidad de nuestro carisma paulatinamente. Así, esta apertura a la actualidad no me sirve para actualizar mi carisma anclado en estructuras inamovibles, sino para sustituirlo, precisamente por ese inmovilismo. 

Sobre esto de la apertura con identidad, nos habla también Ignacio Otaño citando a Chaminade. Comienza hablando de la modestia y dice que:

“Es como el reflejo exterior de la humildad y sencillez interior. […] Saber conectar también con los gustos de la época, sobre todo de la juventud, sin perder la identidad propia y la sencillez. Dice Chaminade: […] “sin herir demasiado abiertamente las ideas y gustos del siglo en que Dios nos ha hecho nacer; debemos atraer al mundo y sobre todo a la juventud, debemos atraerla de todos modos, por nuestras maneras agradables, amables, pacientes, por nuestro mismo modo de vestir” […] «La lealtad, la franqueza, el desprendimiento forman nuestro carácter» (Pág. 73)

Y sigue más adelante animándonos a optar por la audacia y la vigilancia, en lugar del rechazo a las cosas de nuestro mundo:

«Para ser un buen religioso marianista, no se precisa ni conviene rechazar sistemáticamente las expresiones de la adveniente cultura universal ni estar en contra de todas sus tendencias. Todo lo contrario: se precisa enganchar adecuadamente con esas tendencias (Vaticano II, AG 9, GS 58 y 92 d): sólo quien es capaz de asumir es capaz de redimir. Pero, al mismo tiempo, es necesario tomar conciencia de los contravalores existentes…» […] «asumir, sin llegar a la delicada y exigente tarea de redimir… Las culturas necesitan respeto y comprensión, pero también conversión y transformación…» […] “Sería un drama para nosotros la ruptura entre vida marianista y cultura; debemos aspirar a la debida síntesis entre esta vida marianista y esta cultura. Una vida religiosa que no se hace cultura no se entiende bien ni se transmite bien” […] «No puede mirar atrás ni alimentar añoranzas de restauración… Debe mirar a Jesucristo y configurarse con Él; esta configuración se puede convertir en una forma alternativa de vida que permitirá despertar lo mejor de la cultura moderna desde nuestra identidad de marianistas… Se impone optar por la audacia y la vigilancia. Mejor aún, ser audaces y vigilantes al mismo tiempo». (Pág 95-96)

Debemos dejar de mirar al mundo desde el balcón adoptando sin discernimiento unas cosas y rechazando violentamente otras, para empezar a llevar nuestro propio carisma al mundo y a la Iglesia, aprendiendo a adaptarlo como han hecho estas otras realidades que hoy logran traer a Jesús al mundo, mucho mejor que nosotros.

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