Encontrarse con gente con un contexto similar de edad o situación vital es imprescindible para todos, no sólo para los jóvenes, pero eso no quiere decir que haya que separarse de un cuerpo común donde nos reconozcamos todos. Así nos lo cuenta Ignacio Otaño refiriéndose a los primeros congregantes:

“Los congregantes se sentirían más a gusto entre los de su propia categoría, Chaminade responde con el valor y la eficacia de la unidad: Todas las partes se apoyan las unas a las otras con ejemplos de edificación mutua. Intereses comunes estrechan cada vez más los vínculos de una primera unión. La congregación crece tanto porque todas las partes trabajan al mismo tiempo y, si es necesario, se ayudan mutuamente […] Existen tantas divisiones y fracciones como sean necesarias, sin separarlas del cuerpo […] además del indispensable espíritu, se necesita una organización […] Se crean las fracciones, de unas veinte personas cada una, agrupando a los de situación social afín, que tienen los mismos gustos, las mismas necesidades y el mismo campo de apostolado. Se facilitaba así la acción coordinada en el propio ambiente, permaneciendo unidos para el resto […] con la suficiente flexibilidad como para admitir excepciones sin hacerse problema. Cuando fueron siendo numerosos, los sacerdotes constituyeron también una fracción y en 1818 encontramos una fracción de seminaristas”

Comentarios

Deja una respuesta