Hace falta un cambio de paradigma. En el modelo actual, el más joven, o quien todavía aguante, ha de mantener toda la estructura a flote, pero ni el “joven” confía en sí mismo, ni los mayores confían en él y se generan cuadros de ansiedad, estrés y desbordamiento que acabarán con la vida religiosa en menos de 5 años, si no se cambia esta forma de pensar que sirvió mientras había suficientes personas para mantener obras y estructuras, pero que colapsa cuando cada persona ha de asumir las responsabilidades de varias a la vez.

Dice el Papa Francisco que es mejor una Iglesia accidentada que encerrada. Debemos aportar novedad más que estabilidad. Ser audaces y valientes, no esperar a que la gente se muera para tomar decisiones controvertidas o arriesgadas. Anticiparse al devenir de la vida lo más posible para invertir todas nuestras fuerzas en generar más vida, más que en soportar lo que queda. Es la diferencia entre entregar la vida o perderla, entre compartir el aceite, o alumbrar el camino para el novio.

Cuando una persona ha reducido su mirada, se apoya en las rutinas y las estructuras, y no hay cosa peor que perder la capacidad creadora y contemplativa. Pero cuando un joven se siente llamado, quiere novedad, no asumir rutinas, que se le irán pegando, como a todos, con el tiempo. Debemos ofrecer novedad.

No nos encontramos en una situación de crisis del clero igual a la que vivió Chaminade, pero, viendo los datos de entonces y de ahora, da que pensar. Además, desde hace años, en todos los foros de vida religiosa en España se habla de la necesidad de una reforma. Cada cierto tiempo es necesario coger las riendas de dicha reforma, porque dejarlo pasar, no mejora la situación. Así lo refleja Ignacio Otaño sobre la situación en tiempo de Chaminade.

“Con los hombres más lúcidos de su tiempo, creían en la necesidad de una reforma de la antigua sociedad francesa y también del clero. […] En este período el clero regular y secular está viviendo una fortísima crisis, que algunos historiadores consideran espiritual, teológica, social y económica. Un síntoma de la crisis espiritual será la disminución del 32% de las vocaciones monásticas masculinas, entre 1768 y 1790, y la relajación y escándalos que se producen en algunos monasterios. […] A esto hay que añadir una vida monástica depreciada por las riquezas y relajación de algunos monasterios, que hace extenderse, sobre todo entre el bajo clero, la idea de su supresión por considerarla inútil e incluso parasitaria. […] La crisis interna del clero refleja una crisis social y política generalizada.”

Frente a estos datos podemos poner, sólo a modo de ejemplo, los de la actual secularización juvenil según el informe “Jóvenes españoles entre dos siglos (1984-2017)” de la Fundación SM. Que nos cuenta cómo la disminución de católicos fue del 10% entre 1994 y 1999 y del 18% entre 1999 y 2005 quedando en 2017 sólo un 32% de jóvenes que se declara católico y sólo el 6% se declara practicante. Menos del 5% cree que la Iglesia tenga algo importante que decir sobre la vida. Al 77,6% les inspira poca o ninguna confianza la Iglesia y organizaciones religiosas.

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