Somos muy conscientes de la falta de formación que tienen nuestros acompañantes, sean jóvenes monitores, o profesores que acompañan actividades pastorales. A la vez, vemos que la dedicación de los acompañantes es elevada y muchas veces no pueden sacar más horas. Ante esta realidad, hay un modelo que, aunque no es el ideal, puede servir en algunos contextos para crecer más rápido: Se trata de dedicar una de las reuniones del mes a la formación, en lugar de tener la sesión normal con los destinatarios. Así, ofrecemos la formación de nuestros agentes, dentro del propio compromiso horario que han adquirido, elevando la calidad del grupo, prescindiendo, únicamente, de una reunión al mes.

En esos tiempos de formación, es necesario acoger sin juicio sus dudas y tomar conciencia de lo duro que les resulta tener que acompañar grupos de fe en medio de sus propias crisis o incluso rechazos de la fe. Si no tienen la confianza suficiente con los referentes del grupo, tratarán de ocultarlo, generando un déficit cada vez mayor en la experiencia de los participantes, que son educados por este monitor.

Además de la formación, y pensando más en sus crisis personales, vemos que los monitores necesitan ser acompañados, pero les cuesta pedirlo o lo rechazan. Sin embargo, nosotros les pedimos que hagan acompañamiento de los chavales y ellos mismos se ofrecen para hacerlo. El que no es acompañado, porque cree que no lo necesita, fácilmente confundirá su misión de acompañar con la de resolver los problemas del otro o con otras cosas que no son acompañamiento.

Finalmente, vemos la necesidad de actuar sobre las espirales degenerativas en los grupos de fe, elevando la experiencia de Dios de los monitores. Esto cambiará de forma rápida y eficaz el rumbo hacia el plan original que es muy bueno, mientras que, si seguimos fomentando que los acompañantes de nuestros chavales sean personas sin experiencia de Dios, cada vez será más difícil que en un grupo de fe se cultive la fe.

Acabada la etapa escolar, hay jóvenes que buscan un referente que les enseñe cosas y les guíe, por eso, la figura de un asesor formado es clave para ellos y no les vale cualquier persona. Pensando en la influencia del acompañante, sobre todo en edades escolares, en grupos de fe y catecumenado, podemos decir que el éxito o el fracaso de la creación de la comunidad, al dejar la etapa escolar, va a estar muy condicionado por el carisma y formación del catequista o monitor último que hayan tenido.

Veamos cómo enfocaban esto, los congregantes, al comienzo en la Madeleine:

A esa idea responde la iniciativa de crear, dentro de la congregación, una especie de catecumenado para los llamados aspirantes «pretendants», que deben tener más de 16 años y menos de 36. En principio, son jóvenes que no han tenido una educación cristiana o la han olvidado.  Un congregante «introductor» se ocupa de ellos: debe ser profundamente religioso pero también compañero alegre y no beato. Incluso el Directorio dice que: «conviene que su piedad no se haga descubrir plenamente porque debemos tratar con cuidado los ojos que tienen miedo a la luz. El introductor debe ser de una conducta regular y edificante sin renunciar a las distracciones de la juventud… Se trata de sostener las fuerzas del aspirante, de ayudarle, no de importunarle… Hay que cuidarle con la ternura con que se ama un tierno pajarillo… Todo lo que la religión tiene de encanto, todo lo que la virtud tiene de más amable debe prodigarse a este neófito como la leche al niño de pecho» (Pág. 37)

Comentarios

Deja una respuesta