Analizando distintos contextos, grupos y recorridos de fe, vemos fácilmente que la cultura y el hábito religioso se adquiere. Los ritos, los signos, los hábitos, la concepción de lo sagrado… Todo eso se puede trabajar en la escuela pero, durante mucho tiempo, lo hemos descuidado dejándonos a merced de modas o de falsas libertades que privan de referencias a la persona.

Cuando vemos a jóvenes que, desde pequeños se han acostumbrado a vivir una serie de cosas, descubrimos que conforme van creciendo, reproducen eso mismo y lo buscan de forma natural y espontánea. Por eso, en esto de la fe, enseñarles ese lugar sagrado y seguro donde encontrarse con el Padre, es darles la herramienta más poderosa para su libertad y su felicidad.

Desde hace algunos años estamos dando pasos muy buenos en este sentido con el Encuentro con Jesús, estableciendo esos ritos y hábitos para acercarse a lo trascendente. Debemos continuar en esa línea y hacer correctamente la adaptación a cada etapa de la vida para no caer en infantilismos o en cortar con este itinerario cuando no sepamos adaptarlo.

Para adquirir un hábito hace falta una cadencia, una repetición y ser fiel a la misma, pero seguimos ofreciendo las cosas de la fe como hitos puntuales, sobre todo cuando el joven va siendo más mayor, porque nos creemos que, de otra forma, lo rechazarían. 

De esta manera transmitimos el mensaje de que la fe no es lo central en la vida. Sin embargo, vemos como Hakuna tiene oraciones todas las semanas incluso en periodos de exámenes y nunca suspenden la oración por falta de gente. Lo que necesitan los jóvenes son rutinas que les marquen su semana y más en el tema de la fe. Lo mismo que el entrenamiento, las clases, la cervecita con amigos, el salir… Todo tiene una frecuencia semanal menos la fe, luego la fe no es más que la guinda que pongo a veces y que además me rompe mi rutina semanal cuando aparece y, por tanto, no encaja.

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