Nuestros hábitos nos deben llevar a estar en el mundo sin ser del mundo, sin embargo, podemos percibir que los jóvenes nos piden ser un signo más visible. Ven que nos vamos mundanizando y dejamos de ser referentes distintos a los que se ven en el mundo. Está claro que Chaminade quería que nos confundiéramos entre la gente, pero para encarnar la Palabra. Y si realmente lo único que nos distingue del resto es lo que el joven percibe como negativo: el exceso de trabajo, la soledad, la ausencia de relación de pareja y este tipo de cosas que no se traducen en mayor felicidad, entonces es normal que nadie se sienta llamado a la vida religiosa y que debamos plantear un cambio en los hábitos que muestren la verdadera belleza y valor de este estilo de vida, para reflejar que también hoy se puede vivir el Evangelio con toda su radicalidad por la construcción del reino.

A la hora de pensar en ese cambio de hábitos, aunque deberían vernos rezar, no se trata de que nos hagamos ahora monjes contemplativos. En el prójimo también se contempla y adora a Dios y eso está más en nuestro carisma. Las mejores personas no son las que están todo el día en la capilla, eso no seduce tanto. 

Hoy en día se le está dando mucha importancia a la adoración al santísimo, pero al santísimo se le adora también en las personas sufrientes y en la naturaleza. Con-templa-tivo es el que crea contextos de templo y de belleza allí donde está. Nuestra manera de estar en el mundo ha de ser esta, la de recuperar o encontrar lo sagrado en cada contexto y contemplar ahí la presencia de Dios y hacerla visible para otros. Ese hábito sí seduce y aporta algo diferente a lo que ofrece el mundo.

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