Muchas veces caemos en discursos contradictorios porque centramos nuestros esfuerzos en cubrir huecos en lugar de atender a las necesidades reales aunque eso suponga dejar paradas algunas cosas. 

Así, tenemos colaboradores muy válidos pero que sabemos que no viven la fe o que están alejados de ella, pero les seguimos cargando de responsabilidades porque sabemos que nos dirán que sí. Esto genera un problema mayor de pérdida de hondura que llevamos tiempo pasando por alto.

Además, nos atrevemos a culpar a estas personas de no vivir su fe con lo que nos acaba sirviendo para dos fines: cubrir un puesto vacante y culparlas de que las cosas no funcionen. 

Otro indicador de que la persona es un mero instrumento para mis proyectos es lo que hacemos con sus opiniones y propuestas. Si pedimos participación, debemos ser capaces de cambiar nuestros planteamientos en función de lo que nos dicen, no hacerles creer que participan de decisiones que ya están tomadas. Tarde o temprano la persona se da cuenta de cuál es su papel en la ecuación.

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