Tradicionalmente se ha visto a los grupos de fe y scouts de los colegios o incluso a los laicos jóvenes, como la mano de obra barata para mover sillas y montar saraos en general que a otros les da más pereza o que con su trabajo y responsabilidades, no pueden asumir.
Sin embargo, los jóvenes no están para mantener el colegio, si no para crecer en la fe y cuando pensamos en su participación, ha de ser en este sentido. Por supuesto tienen una disponibilidad diferente y pueden y deben ayudar mucho con la logística, pero eso ha de estar enmarcado en un sentido de pertenencia previo que les ha de permitir participar no sólo en la ejecución de los planes de otros, sino también en las decisiones de la comunidad para que no se sientan utilizados. En los lugares en los que los jóvenes están más integrados en la comunidad, vemos que son ellos mismos los que se ofrecen para ayudar en todo lo que haga falta, mientras que en otros lugares lo que se percibe es un recelo continuo hacia el colegio o las comunidades laicas como fuente inagotable de solicitud de voluntarios aludiendo a su condición de monitores de algún grupo.

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