Javier de la Torre nos recordaba en una formación sobre la afectividad que nada nos sostiene más que vivir en los vínculos, que el bienestar psicológico está en los vínculos sanos. En la vida religiosa tenemos muchas relaciones pero pocos vínculos estables.
La gente, en el fondo, añora tener este tipo de vínculos, aunque al mismo tiempo huya de ellos por la falta de costumbre, o por una forma antigua de entender la vida religiosa. Y no es la voluntad ni la inteligencia la que posibilita los vínculos estables, es la relación desinteresada del día a día la que forja esos vínculos y, para eso, tenemos que vencer la tentación de la eficiencia y el utilitarismo en nuestras relaciones. Te hablo sólo cuando necesito algo de ti, me dejo ver en la comunidad sólo cuando tengo que comunicar o pedir algo, etc.
Nuestras comunidades pueden ser mucho más que residencias donde la convivencia es justa y cordial, el voto de castidad nos llama a establecer vínculos donde me descubra en la otra persona y no en los que me valga de la otra persona para vivir.

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