Las obras ya están funcionando sin nosotros, falta que nos demos cuenta y nos volquemos en cuidar y acompañar a los jóvenes que aún tienen contacto con nosotros, más que dispersarnos para mantener todo a flote un año más.
Recordemos, una vez más, el fin de la Compañía de María, pero, en este caso, recogido en unos estatutos escritos por Dariés en 1792 que manejaban con los profesores de Mussidan.
«El fin de la Compañía de María es llevar a los hombres a la virtud: 1º Por medio del culto a la Santísima Virgen; 2º por medio de la educación de la juventud; 3º por la predicación del evangelio».(Pág. 9)
Y, avanzando hasta 1975, seguimos en un momento de fuerte crisis en Francia donde perciben que hay que volver a lo esencial, a la fuerza misionera de los primeros cristianos. En ese contexto, dice el obispo de Luçon:
«No tenían templos y en todas partes tenían altares… Todos los lugares se convertirán en altares si nosotros merecemos que Dios se digne bendecir nuestro celo. Encontraremos también Zaqueos y Cornelios que nos recibirán en sus casas. Reproduzcamos las virtudes de los hombres apostólicos y obtendremos el mismo éxito, conseguiremos cambiar la faz de la tierra». Se produce una especie de purificación, y los pastores van a lo esencial de su misión, dejando de lado cuestiones secundarias. Dice todavía el obispo de Luçon: «El bien de la religión exige que nosotros nos comportemos en todo como los misioneros que trabajan en países de infieles…, no tomando parte en asuntos temporales, respetando la autoridad que manda y no ocupándonos más que de establecer el reino de Jesucristo, que no es de este mundo». (Pág. 22)
Sin embargo, la sensación es de dispersión, nos desintegramos por querer estar en varias cosas a la vez, tanto los acompañantes como los acompañados. Decimos que los jóvenes ya no se vinculan con nada porque tienen infinidad de actividades y grupos, pero ¿qué hacemos nosotros? “Quien mucho abarca poco aprieta” dice el refranero. ¿No sería mejor hacer poco y bien que mucho y mal?
Estamos cansados, desbordados, superados por la realidad y nos auto convencemos de que la solución es estirarnos hasta morir para no dejar caer nada, pero al morir las cosas también caerán aunque ya no nos sintamos culpables porque no lo veamos.
Parece que seguimos buscando restablecer el éxito pasado, pero un aumento de vocaciones no tiene por qué redundar en bien para nosotros o para la Iglesia. Si esperamos a volver a tener religiosos profesores llenando las aulas, tenemos que esperar bastantes años y ser bastante ilusos. El objetivo no es reponerse, sino entregarse.
No trabajamos por mantener la congregación a flote si no por dar la vida para construir el reino. Y, mientras, nos “entretenemos” en acciones concretas, como se entretenía Jesús en la vida pública, a la espera del momento de llegar al calvario, morir y resucitar. No podemos eliminar esta parte y quedarnos sólo con los éxitos de Jesús. María estuvo también al pie de la cruz, contemos con nuestra madre para no temer a esos momentos de sufrimiento extremo y de final.
En este sentido, no podemos abandonar a los jóvenes por miedo a desanimar a los hermanos mayores que se sienten desplazados y no válidos para esta tarea y que se resisten a mirar de frente la cruz del final del camino. Tenemos una misión que cumplir que no es repartir nuestro aceite con los que ya no lo tienen, sino alumbrar el camino a los jóvenes que han de entrar al banquete.
Hemos de recuperar la belleza con la que nació la vida religiosa y que se ha perdido por las rutinas y normas vacías, porque aunque escuchemos que “siempre se ha hecho así” si lo pensamos, al principio, no fue así. La belleza no la da el hecho de que todo sea fácil, ni la juventud de las personas. La belleza, en nuestro caso, nos la da María, y el hecho de hacer lo que Jesús nos diga. Cuando comienza el proyecto de Chaminade, las cosas no eran fáciles, pero eran bellas, porque eran de Dios y no de los hombres.
Siguiendo con palabras de José Cristo Rey García Paredes sobre la belleza, debemos hacer del cambio un sueño y conseguir despegarnos del pasado, somos peregrinos, estamos en la peregrinación de la belleza, podemos tener la experiencia de Abraham que deja su casa, despegarse de lo anterior y peregrinar y refundar de nuevo la comunidad, que surja como algo nuevo, como una nueva morada.
Lo bello, que además es el objeto de nuestro carisma, es encarnar la Palabra, traer a Jesús al mundo. La mística es contemplar lo invisible y hacerlo visible. Jesús hizo humana, visible y palpable la belleza de Dios Padre.

Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.