El ritmo de las actividades y la búsqueda de resultados hacen que, sobre todo en la etapa escolar, cada actividad o proyecto dependa de una sola persona, y, generalmente, para todo, la misma. Por eso sería conveniente despersonalizar las actividades para que puedan evolucionar como procesos vivos y en continua revisión, bien pensados y estructurados sin protagonismos excesivos, sean buscados o asumidos.

Al haber confiado tareas a personas cada actividad ha seguido una evolución y tradición diferente, a la medida de su encargado y separada o enfrentada con las de su alrededor o de otras ciudades. Pero, en realidad, cada actividad es parte de un proceso mayor, no propiedad de su encargado y debemos renunciar a ese protagonismo personal y mirar a los procesos globales, integrándonos en ellos como una pieza más del engranaje.

Hace tiempo que vemos actividades pastorales en las que no hay un religioso, ni un sacerdote controlando todo lo que hace el equipo. Es un laico con su equipo el que tiene vía libre para hacer lo que considere oportuno y funcionan muy bien. El papel de las ramas será acompañar a ese equipo, ponerse a su servicio, pero no conducirlo ni liderarlo. Los protagonistas son ellos.

En la misma línea, por ejemplo a la hora de llevar unos ejercicios espirituales, la presencia del cura se puede reservar a momentos puntuales del perdón y la Eucaristía y su voz no tendría por qué ser más autorizada que la de un laico formado, por su sola condición de cura o religioso. De lo contrario, seguiremos fomentando una cultura clerical que no favorece a nadie.

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