Cuando tenemos una brecha grande entre generaciones, conviene poner en contacto y motivar a mayores y jóvenes para que hagan el esfuerzo de rehacer los vínculos rotos para reconstruir y revitalizar dichas comunidades. Unos y otros han de conocerse y reconocerse mutuamente como iguales y eso sólo se puede hacer generando contextos de encuentro informal y seguro, libres de juicio o expectativas.
Al estar en un momento más delicado por la avanzada edad de sus miembros y por el salto generacional, hay que superar un mayor miedo a las nuevas generaciones. Hace falta formarlas, acompañarlas y empoderarlas, en lugar de anularlas aunque eso nos inquiete, o nos haga sentir desplazados en algunas tareas. De lo contrario nunca podrán coger el relevo, ni de las obras ni del Carisma Marianista.
Así mismo, el hecho de poder dialogar abiertamente de las situaciones de crisis actuales en la Iglesia, en la Familia Marianista y en la Compañía de María, ayuda a superar las crisis y supone el reconocimiento del otro como un igual, adulto como para afrontar estas situaciones y poder aportar también soluciones, o asumir la realidad. Una vez más, el ocultamiento de las crisis, es sobreprotección que lleva a infantilizar a la gente y a que no se puedan integrar como iguales en la comunidad.

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