En un mundo individualista basado en la competición, algo como lo que nos plantea Ignacio Otaño sobre los métodos pedagógicos de Chaminade para educar entre iguales, podría ofrecer una formación humana muy positiva, además de educar en la cultura de la responsabilidad.

“Apoyó el método de dividir la clase en grupos de 10-12 alumnos, según su nivel, de los que el primero hacía de monitor. Así el maestro podía ocuparse, al mismo tiempo, de toda la clase y de los que necesitaban una atención especial. […] Tienen, pues, el objetivo de armonizar educación y vida real, conocimientos y ejercicio profesional […] facilita en todas partes la creación de escuelas adecuadas a las necesidades y costumbres locales” (Pág. 77-78)

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