Debemos ser radicalmente fieles a nuestro carisma, y eso implica una escucha activa al mundo, a los signos de los tiempos, para adaptarnos y hablar desde la realidad en la que nos enmarcamos en cada época, como lo hacía Chaminade, aprovechando lo bueno de cada circunstancia sin cambiar el objetivo, pero sí la ruta. Nos lo cuenta así Ignacio Otaño hablando de cómo Chaminade recogía las bondades de la Revolución Francesa en su deseo de obtener la Libertad, Igualdad y Fraternidad:
«Las ideas y las costumbres de este tiempo, en que todavía se veía la palabra igualdad escrita en todas las paredes, permitían ese acercamiento que, por otra parte, no tenía nada contrario al espíritu del cristianismo. Se inculcaba entre los congregantes el apoyo mutuo, los ricos ayudando a los pobres, los grandes protegiendo a los pequeños. Así el P. Chaminade gozaba viendo en estos fervientes estudiantes una imagen de la Iglesia primitiva…» (Pág. 46)
Lo que nos impide seguir los signos de los tiempos es el miedo al cambio. Con el paso de los años, convertimos los medios en fines y nos da miedo que un cambio lo eche todo a perder o acelere nuestra extinción. Por eso, debemos hacernos indiferentes a los medios con indiferencia ignaciana y, como decía Ignacio, “No temer ni el morir ni el vivir”. Vivir con ese grado de libertad es el que nos permite recorrer los caminos nuevos que el Espíritu abre frente a nosotros en cada tiempo.
Chaminade se enfrentó muchas veces a esa necesaria adaptación, siempre fiel al objetivo, dispuesto a modificar los medios tantas veces como fuera necesario. Así lo recoge Ignacio Otaño:
“Formar apóstoles, ése era su destino; ésa fue desde la vuelta del exilio su preocupación dominante. Y su objetivo inmediato – como el de otros, que Simler nombra, en toda Francia – era la juventud. Desde el principio, circunstancias inesperadas pondrán a prueba su capacidad de adaptación a situaciones nuevas sin perder su confianza en la continuidad de los planes de Dios, que muchas veces se confirman cuando, para dejarles espacio, se está dispuesto a modificar los propios. La conjunción de las necesidades reales y la vocación de las personas constituye a menudo una llamada a trastocar, parcial o totalmente, lo que se tenía proyectado. Se debe una esencial fidelidad dinámica a la inspiración primera, constantemente modelada por los acontecimientos o, en lenguaje conciliar, signos de los tiempos” (Pág. 33)
Y más adelante encontramos otra cita en la misma línea de encontrar una forma nueva de alcanzar el mismo objetivo donde habla de medios y claves concretas que nos pueden resonar también hoy:
«El cristianismo primitivo no hacía ninguna acepción de personas: las primitivas comunidades cristianas se abrían a todos sin consideración de clases; había que conseguir, con un poco de tacto, el mismo resultado en las congregaciones del siglo XIX» […] «Cada uno estaría próximo a sus semejantes sin aislarse del conjunto» […] Según el P. Chaminade, las nuevas congregaciones tienen que diferir necesariamente de las antiguas porque estamos en tiempos nuevos: «¿Qué hombre sensato – dice Chaminade – no ve que las palancas que movían el mundo moral necesitan hoy de otros puntos de apoyo?». En concreto, señala cinco puntos de diferencia: 1º) La unión de los diversos estados de vida, «que nos recuerda la unión de los primeros cristianos». 2º) Las asambleas públicas, en las cuales se procura enseñar la religión de modo interesante, que sea provechoso para los que escuchan y para los que hablan. 3º) El espíritu de celo y de propaganda. «Cada Director es un misionero permanente, cada congregación una misión perpetua». 4º) El sector de los postulantes: «reuniones de adolescentes que se acoge en el momento en que quedarían sin ninguna ayuda, expuestos a todos los peligros del mundo». Resultan provechosas «no sólo para los muchachos sino también para los jóvenes congregantes que los forman» 5º) Las nuevas congregaciones no son sólo asociaciones «en honor de la Santísima Virgen: es una santa milicia que avanza en el nombre de María y que entiende combatir las potencias infernales bajo la guía y por obediencia a Aquella que debe aplastar la cabeza de la serpiente…» (Pág. 36)
Y esa adaptación no es sólo personal o de los proyectos, también hay que adecuar las instituciones al tiempo y lugar presente como sigue diciendo:
“Hace falta una Institución nueva adecuada a los tiempos, a los lugares, a las circunstancias; no tiene necesidad de todo lo que existía en las antiguas costumbres de los Institutos antiguos. El Espíritu de Dios no cambia en todo esto; pero manifiesta que su influencia es universal y que podrá llegar a todos los hombres, a pesar de la diversidad de los espíritus y de las costumbres de los diferentes tiempos…» (Pág. 67) Sería difícil, sería inoportuno hacer renacer esas instituciones con las mismas formas que antes de la Revolución. Pero ninguna forma es esencial a la vida religiosa. Se puede ser religioso con una apariencia seglar. Los malos albergarán menos desconfianza; les será más difícil poner obstáculos; el mundo y la Iglesia quedarán edificados. Hagamos pues una asociación religiosa por la emisión de los tres votos de religión, pero sin nombre, sin hábito, sin existencia civil, en la medida que se pueda: ‘Nova bella elegit Dominus’. Y pongamos todo bajo la protección de María Inmaculada, a quien su divino Hijo ha reservado las últimas victorias sobre el infierno: ‘Et ipsa conteret caput tuum?. Seamos, hijo mío, dijo finalmente con un entusiasmo que no le era habitual, seamos en nuestra humildad el talón de la Mujer» (Pág. 69-70)

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