Acompañamiento

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Acompañar a otra persona es caminar a su lado, sin imponer nada, dejando el protagonismo al otro, adaptándonos a su realidad, a su ritmo a sus necesidades, aprendiendo a cada paso, escuchando, para que, cuando tenga dudas encuentre en quién apoyarse para responderlas.

Acompañar no es dirigir, ni siquiera asesorar, es estar y ser marianista junto al joven que empieza a caminar.

  • Acompañamiento – Creación [8]

    Acompañamiento – Creación [8]

    Es esencial acompañar a los nuevos grupos y comunidades, mostrándoles las ventajas de formar parte de la gran comunidad sin imponer la pertenencia. Chaminade promovía la adhesión por contagio, donde la comunidad se convierte en acompañante de los nuevos miembros. El apoyo del acompañante debe estar en el diálogo y la escucha, no en imponer… Ver contenido

  • Acompañamiento – Iniciación [5]

    Acompañamiento – Iniciación [5]

    Chaminade confió en un grupo de jóvenes, el Estado, para ser la levadura espiritual de la congregación, asegurando su espíritu. Necesitamos jóvenes similares que alcen la voz entre los alejados. La asistencia a la comunidad debe ser prioritaria, situándola en el centro de nuestras vidas. El acompañamiento debe permitir a los jóvenes crecer, sin sobreprotegerlos. Ver contenido

  • Acompañamiento – Escolar [2]

    Acompañamiento – Escolar [2]

    El acompañamiento efectivo en la fe se logra mejor con alguien cercano pero un paso adelante en experiencia. Por eso, para guiar a un joven, es ideal contar con otro joven que haya vivido intensamente la fe. Sin embargo, es crucial que los jóvenes también tengan referentes mayores que marquen la dirección y les acompañen… Ver contenido

  • Acompañamiento – Impacto [1]

    Acompañamiento – Impacto [1]

    El acompañamiento no debe limitarse a la actividad especial; después, los jóvenes necesitan un seguimiento en su integración a la comunidad local. Es óptimo que quienes los acompañaron en la actividad sigan el proceso, ya sea personalmente o a distancia. Si no es viable, acompañantes locales podrían asumir ese rol. Ver contenido

  • Acompañamiento – Familia [1]

    Acompañamiento – Familia [1]

    Chaminade fue un agente activo en la creación de comunidades de oración durante la Revolución Francesa. Como Familia Marianista, podemos ser facilitadores para que surjan comunidades discretas que, paso a paso, se conviertan en algo más grande, siguiendo el ejemplo de Chaminade. Ver contenido

  • Con los grupos y comunidades que van surgiendo, a veces de manera espontánea o a veces de manera más dirigida y que no se sienten parte de algo más grande, aunque compartan su forma de proceder, convendría hacer un acompañamiento en el que se les muestren, con naturalidad, las ventajas de la gran comunidad. 

    Se trata de ampliar su perspectiva y horizonte y ayudarles a ver que no son algo distinto pero sin imponer la pertenencia y participación en dicha la comunidad.

    Así nos lo cuenta Ignacio Otaño referido a los primeros congregantes:

    “Sin prisa, sin límite de tiempo, el introductor procura hacerles ver con naturalidad las ventajas de la asociación y les pone en contacto con los socios más cualificados para inspirarles confianza. Esta etapa termina con la confesión y la comunión, que algunos reciben por primera vez” (p37)

    Hay veces que el joven, que es inquieto y tiene más interés del que nos parece, está buscando algo, pero no tiene un acompañante cerca que le oriente en su búsqueda, o el acompañante no tiene nada que ofrecer en cuanto a vida de comunidad o experiencia de fe. Por tanto, hace falta esa sed de Dios por parte del joven, pero también, tener una oferta adecuada y acompañantes que orienten hacia ella.

    Chaminade recomendaba la adhesión por contagio como forma de proselitismo y de una comunidad que se convierte en acompañante de los nuevos miembros:

    “El método de la absorción o asimilación: no hacen de la práctica religiosa una condición de admisión sino que atraen e incorporan antes de cristianizar y para cristianizar. La cristianización se realiza en el seno de la comunidad, por la influencia que la comunidad ejerce en los asociados. Es el método del contagio”. (p36-37)

    El apoyo del acompañante a la comunidad ha de estar en los contenidos, en la escucha, en el diálogo, en el compartir, pero no en organizarles las cosas como si fuera su monitor. la comunidad ha de ser autónoma, organizar sus tiempos y actividades, su logística. 

    Siempre que aparezca la figura del asesor en las primeras etapas, se podrá confundir con un monitor que dice lo que han de hacer y eso es incompatible con hacer a los jóvenes responsables del proceso. En comunidades que surgen sin asesor vemos que hacen verdaderamente lo que quieren o sienten que necesitan, no lo que les dicen que tienen que hacer. Probablemente harían lo mismo que si estuviesen en una de las ramas oficiales de la Familia, pero en este caso claramente lo han elegido y diseñado ellos y tienen de principio a fin el peso de la responsabilidad de que la comunidad se mantenga y evolucione porque no tienen la figura del asesor o acompañante.

    Muchas veces, los padres pertenecen a una comunidad laica marianista y sin embargo los hijos se resisten a heredar la fe de esa manera. Aunque hayan recibido la fe de su familia y no renieguen de ella, necesitan crear su espacio para vivir la fe a su manera entre su círculo de relación que no es su familia.

    En general nos puede el miedo a perder a los jóvenes, nos volvemos cada vez más posesivos y controladores, pero, como el padre de la parábola del hijo pródigo, debemos dejar que el joven pase por el desierto al salir del colegio con un acompañamiento relativo pero sin atosigar con grupos y actividades. Todos hemos necesitado atravesar ese desierto inicial, incluso Jesús, para enfocar nuestra vida, no podemos ahorrarles pasos en la maduración de la fe.

    De la misma forma, hay que respetar los procesos de cada persona y adaptarlos a cada realidad, no imponer un modelo sin encarnarlo. Sobre papel puede quedar muy bonito un itinerario, pero el devenir de la vida y las múltiples ofertas e impactos que recibe el joven, nos obligan a tener itinerarios abiertos y flexibles.

  • Cuando Chaminade vio que podía peligrar el rumbo de la congregación, pensó en encargar a un grupo de jóvenes, el llamado Estado, la misión de velar por el espíritu de la congregación como una levadura dentro de la masa. Nos lo cuenta así Ignacio Otaño:

    “Doce jóvenes, los más firmes en la virtud […] estarían en medio de los jóvenes como la levadura que haría fermentar los principios de la moral y de la religión. […] Los primeros congregantes eran fervientes. Pero cuando la congregación pretende absorber y asimilar también a los alejados, el P. Chaminade ve la necesidad de un grupo humano que asegure el espíritu de la congregación de modo que quienes entran en ella encuentren y asimilen el verdadero espíritu. Por tanto, el fin concreto del Estado es la animación espiritual de la congregación.” (p54)

    En nuestro caso, necesitamos también encontrar esos jóvenes que hagan de levadura para los que están más alejados..

    Una vez constituida la comunidad, la asistencia debe ser lo prioritario, puesto que de lo contrario, no existe una comunidad realmente. No se trata de encontrar el momento del mes en que todos están sin ocupaciones para poner la reunión (porque, además, eso no va a ocurrir) si no colocar la comunidad en el centro y alrededor poner el resto de mis ocupaciones, porque esto es nuclear en mi vida y porque afecta a más personas. Cuando los jóvenes dan la prioridad a esto es que son comunidad, antes son sólo un grupo de amigos más o menos comprometidos.

    En cada etapa, el acompañante ha de ser capaz de ser como un padre que deja al niño suelto para que aprenda a andar y sin que se note, está pendiente para evitar un accidente, pero no para evitar que se caiga. Si los sobreprotegemos, una vez más, esto dejará de ser suyo y antes o después lo desecharán.

  • El mejor acompañante en la fe de una persona es otra que le sea cercana, pero le lleve unos pasos de ventaja a la primera. Por eso, para acompañar a un joven, lo mejor sería contar con otro joven que haya vivido o esté viviendo experiencias intensas de fe y comunidad. 

    Pensando en los grupos de fe, no se puede dejar toda la responsabilidad a los jóvenes si no cuentan a su vez con referentes fuertes más mayores que ellos que marquen la línea y les acompañen, de lo contrario, el crecimiento de ese grupo, se dará en la dirección equivocada. Igual que al árbol recién plantado se le ponen unos postes al principio para que no se tuerza y coja fuerza, también el joven necesita puntos de apoyo adecuados que le orienten y acompañen.

  • El acompañamiento ha de darse no sólo durante la actividad especial. Acabada esta, los jóvenes deberían poder contar con acompañantes que sigan su proceso de integración o progreso dentro de una comunidad local. 

    Lo ideal sería que alguna de las personas que acompañó la actividad pueda seguir acompañando a la vuelta, bien sea en persona o en la distancia con los distintos medios de comunicación al alcance. 

    De no ser posible, sería bueno contar con acompañantes locales que puedan cubrir este papel aunque no hayan participado en la actividad.

  • Ignacio Otaño nos cuenta como en el tiempo convulso de la revolución Francesa:

    “Se abren oratorios en casas particulares, y cada oratorio es un centro de vida espiritual intensa. El P. Chaminade es un agente activo de esa pastoral clandestina.” (p16)

    De alguna manera promueve y acompaña la creación de estas comunidades de oración. Como Familia Marianista, también podemos ser facilitadores para que surjan estas comunidades quizá no clandestinas, pero sí muy discretas que van dando pasos para convertirse en algo mayor.

Guía de estilo Marianista