Entorno

7 elementos disponibles

Todos necesitamos espacios donde poder compartir inquietudes, intereses, preocupaciones, etc. Para eso, cada uno ha de sentir, por parte del entorno, una clara acogida libre de juicios estériles.

Evidentemente esto afecta también a los jóvenes que, como nosotros, no se abren en cualquier ambiente.

  • Entorno – VR [13]

    Entorno – VR [13]

    El encuentro sin fines pastorales es crucial para recrear y compartir en comunidad. Nuestras casas deben ser refugios de intimidad compartida, lugares donde sentirnos reconocidos y acogidos. Escuchar y dialogar nos enriquece, pero también necesitamos testimonios apasionados de los mayores para inspirar un futuro prometedor e ilusionante. Ver contenido

  • Entorno – Madeleine [5]

    Entorno – Madeleine [5]

    En el contexto actual, la movilidad geográfica y la pérdida de arraigo en el lugar de origen hacen que el concepto de parroquia tradicional pierda relevancia. Es necesario buscar nuevas formas de mantener las raíces y el contacto con la comunidad de fe. La Comunidad Madeleine puede ser un espacio físico de encuentro para aquellos… Ver contenido

  • Entorno – Impacto [3]

    Entorno – Impacto [3]

    Las actividades de impacto como los retiros de Emaús ofrecen un entorno seguro y acogedor para aquellos que buscan reconectar o encontrar un sentido de pertenencia. Claves importantes incluyen el anonimato, la confianza y la intimidad generadas a través de testimonios personales compartidos y el respeto por la privacidad. Además, al estar enfocados en grupos… Ver contenido

  • Entorno – Creación [3]

    Entorno – Creación [3]

    Al iniciar la creación de una comunidad, es esencial brindar un ambiente acogedor y sin juicios, especialmente para aquellos jóvenes que pueden estar alejados de la fe o la Iglesia. La elección del primer acompañante es crucial para establecer un entorno de confianza donde compartir la vida y cultivar el vínculo comunitario inicial. Ver contenido

  • Entorno – Iniciación [3]

    Entorno – Iniciación [3]

    En la sociedad actual, los jóvenes necesitan figuras de padres y madres espirituales que les brinden apoyo y experiencia, sin desnaturalizar su carácter juvenil. El equilibrio entre cuidar y dar espacio es fundamental para su desarrollo, como nos enseña la experiencia de los primeros congregantes marianistas. Ver contenido

  • Entorno – Familia [2]

    Entorno – Familia [2]

    En la Familia Marianista, nuestros comentarios pueden condicionar el futuro de manera positiva o negativa, según el principio del Efecto Pigmalión. Optemos por bendecir en lugar de maldecir a personas e iniciativas, creando un entorno seguro para la expresión de opiniones diversas y moderando nuestra vehemencia para dar espacio a todas las voces. Ver contenido

  • Entorno – Escolar [2]

    Entorno – Escolar [2]

    Es importante que las dinámicas en grupos de fe y Scouts se realicen en entornos reducidos y estables, especialmente para los jóvenes. A menudo, los jóvenes tienden a separarse en tribus en busca de su entorno seguro. Por lo tanto, es fundamental que nuestros grupos fomenten un ambiente de encuentro seguro para todos, promoviendo la… Ver contenido

  • Como dice el capuchino Víctor Manuel Herrero, somos el epílogo de la tendencia al activismo que ha quemado otras dimensiones de la vida. Debemos volver al disfrute del encuentro sin fines pastorales. La finalidad del trabajo es el Shabat, el día en que Dios contempló la creación y vio que era buena.

    No es un descanso para holgar, es para recrear, para volver a pasar por el corazón, para compartir con otros lo recibido. Es para la relación, no para aislarse en la habitación lejos de tu comunidad viendo Netflix para desconectar. El encuentro con el otro, con las necesidades, con la realidad llevan a dar la vida, a recrear.

    Parece que los religiosos no necesitamos casa porque lo nuestro es el trabajo, vivimos hacia fuera. Pero el trabajo a veces es muy duro con muchos conflictos y tener casa, tener un hogar donde volver, un entorno habitado y seguro, es importante para resguardarse después de los conflictos del día.

    Pero para esto es imprescindible el entorno de una vida de comunidad sana. Tenemos dinámicas personales y comunitarias en nuestras casas que repelen a las siguientes generaciones que se sienten desplazadas y fuera de lugar por ser de otra cultura, otro tiempo y otra sensibilidad, con la única opción de adaptarse a los mayores porque damos por hecho que ya no pueden cambiar y que no hay más opción que el sometimiento de unos o a los otros.

    Igual que el religioso cuando llega a una cierta edad se siente desplazado de la vida activa (del colegio) y ha de encontrar su sitio, el joven, y no tan jóven, también necesita encontrar su sitio y ser acogido en la vida laboral, que va más allá del colegio y en las decisiones de la comunidad. Porque el sentimiento es el mismo: “no cuentan conmigo”, “no valgo para nada”, pero uno con 40 años y el otro con 80.

    La casa es un entorno de intimidad. Debemos de poder decir que la casa que tenemos en tal calle se ha convertido en lugar de recogimiento, que el lugar que habito es mi segunda piel, que me protege y me enseña a vivir. Cuando me alejo, queda algo de mí en la casa, es un lugar de identidad y es necesaria para crear espíritu de familia. Nuestra casa habla de nosotros, por eso hay que darle alma a nuestra casa.

    No es mi cueva donde ocultar mi intimidad, sino un espacio de intimidad compartida. Por eso hace falta que sea un entorno seguro. La intimidad del otro es cuerpo, es sexo, es higiene, es familia, es aficiones, es pensamientos, es gustos, es salud, es limitación, es debilidad… es sagrado. Tocar al otro implica respeto, descalzarse ante la tierra sagrada. Descubrirme en el otro. Ser amigos en la intimidad implica comprender lo que es único del otro y apoyar su crecimiento, compartir heridas.

    Sentirse incluido, acogido, integrado. Sentirse reconocido de forma singular, ser miembro del cuerpo con función y valores concretos, como uno más. Tener la capacidad de influir en el desarrollo de las cosas. Son necesidades básicas de toda persona que se han de vivir en la comunidad como entorno seguro, para poder dar testimonio de una vida religiosa sana y atractiva.

    Para construir este entorno seguro debo conocer qué dice la comunidad sobre mí. Cada uno tiene un rol en la comunidad y esta se hace más rica si hay más roles distintos. El aportar una función distinta y necesitar las otras funciones cohesiona mejor el grupo.

    La gente necesita hablar, porque hablando nos conocemos y nos respetamos más. Nos damos cuenta de que no estamos solos, de que otros pensaban como nosotros, o de que lo que pensábamos no era para tanto.

    La casa ha de ser un espacio donde también hay conversaciones sobre Dios. Las conversaciones convierten a las personas, las enriquecen. Es horrible estar en una casa donde alguien nunca conversa ni escucha ni se deja escuchar, siempre guarda un rotundo silencio. Jesús hacía hablar a los mudos y oír a los sordos, pero quizá este demonio requiera de más oración.

    Pero muchas veces el testimonio que dan los mayores en las conversaciones es de pérdida, de lamento, de oscuridad y desesperanza, de añoranza del vigor de la juventud, de aquel que fue su tiempo que ya terminó, de que hacerse mayor es malo, “ya llegarás a mi edad” dicen, amenazando, muchos profetas de calamidades. Pero para poder madurar, las siguientes generaciones, necesitamos el testimonio apasionado de los mayores, de su vida de fe, de lo que les ha aportado cada responsabilidad, de cómo han superado los baches, mostrando un futuro prometedor e ilusionante, incluso cuando las limitaciones de la edad se van agravando. Y esto, lo pueden hacer, y sólo lo pueden hacer, los mayores.

  • En nuestro tiempo, la permanencia en el pueblo, el barrio o la ciudad de nacimiento, es extremadamente improbable. Por estudios, por trabajo, o simplemente por ganas de conocer otras cosas, los jóvenes no se quedan en el entorno de su parroquia o colegio, ni permanecen mucho tiempo en el mismo sitio. Esto hace que el concepto de parroquia pierda algo de fuerza y nos veamos llamados a buscar una forma distinta de mantener las raíces y el contacto con esa comunidad que los anime y motive a crear o acercarse a una comunidad de fe local marianista para vivir su fe.

    Si la persona no ha tenido experiencia de fe y de comunidad antes de salir del contexto protegido del colegio, es difícil que la busque al salir, más aún si cambia de ciudad. Pensando en la gente descolgada por el motivo que sea, que no tiene una comunidad oficial o que ha salido de su entorno y aún no se ha integrado, la Comunidad Madeleine se vuelve imprescindible. Este sería su espacio físico de encuentro, de compartir vida sin compromiso, del que puedan surgir, de manera espontánea, las nuevas comunidades por medio de la relación interpersonal.

    Un entorno virtual para mantener el contacto, serviría también para cuidar de aquellas personas que, puntualmente, están ausentes de su comunidad, por enfermedad, por cambios en su momento vital o por el motivo que sea. En tiempos de los primeros congregantes, para mantener el contacto con los ausentes, que formaban una fracción en sí misma, se asignaba a personas concretas para hacerles un seguimiento.

  • Las actividades de impacto como los retiros de Emaús para las distintas edades: Effetá, Samuel, etc. Ofrecen precisamente un entorno seguro desde el que reenganchar o rescatar al que está alejado y necesita sentirse querido, acompañado y formando parte de algo. 

    Algunas de las claves para lograr este entorno seguro y que se pueden rescatar para otras actividades son, por una parte, que nadie te conoce ni te juzga. Al ser encuentros puntuales con desconocidos, si uno quiere, podría no volver a ver a esas personas. Además, se genera un clima muy fuerte de confianza e intimidad al escuchar el testimonio personal de otros como tú y tener como seña de identidad y compromiso, el mantener el secreto de lo que pasa y se dice durante el retiro. Por otro lado, al estar enfocados a franjas de edad o momentos vitales muy concretos, todo el mundo se mueve casi en la misma onda y te sientes entre iguales. Este clima de intimidad y seguridad se refuerza cuando la actividad está separada por sexos permitiendo así hablar sin reparo de algunos temas que de otra forma podrían resultar más incómodos.

  • Cuando nos planteamos el momento de la creación de la comunidad, la mayoría de los jóvenes necesitan verse en un ambiente amable, abierto, informal, que no los juzga si no que los acepta como son y los escucha. Algunos de ellos pueden estar incluso alejados de la fe o de la Iglesia. Por tanto, es muy importante cuidar cómo nos acercamos a ellos y qué contexto tienen para dar esos primeros pasos.

    Según esto, acertar con el primer acompañante es clave para generar ese entorno seguro de confianza donde compartir la propia vida. Y, al compartir vida, se podrá generar el vínculo primero de la comunidad.

  • Hoy en día, hay un sentimiento muy fuerte de orfandad, por eso, los jóvenes, necesitan personas que estén dispuestas a ser padres y madres espirituales. Y, en ese ser padre o madre espiritual, también hay que saber dejar espacio para la relación entre hermanos, primos y amigos, es decir, entre iguales. No es natural ni bueno que un niño se relacione sólo o mayoritariamente con sus padres y los amigos de sus padres, sus tíos y abuelos.

    Sobre este equilibrio entre cuidar y dar espacio nos habla Ignacio Otaño al referirse a los primeros congregantes:

    [Chaminade] no quería que la presencia de hombres de edad en la congregación de jóvenes desnaturalizase precisamente su carácter juvenil. Por otra parte, para los jóvenes era importante la presencia, el apoyo, la experiencia, la perspectiva de cristianos experimentados. Se crea entonces la agregación, compuesta por los padres de familia y por los solteros de edad madura, que tiene como uno de sus objetivos ese apoyo a los jóvenes. En sus estatutos se declaraba que la congregación de jóvenes constituía la obra de nuestro corazón: «nada de cuanto pueda interesar a estos jóvenes nos es ajeno; los consideramos unidos a nosotros con los más estrechos vínculos. Trabajar por su edificación en la piedad y por su sostenimiento en la sociedad civil es el deber más querido de nuestro corazón” (Pág. 38)

  • A veces, sin darnos cuenta, dentro de la Familia Marianista, lanzamos comentarios que condicionan el futuro construyéndolo de una manera determinada, minando el ánimo de las personas y alterando su idea de las cosas hasta hacer realidad lo que no lo era tal y como recoge el Efecto Pigmalión. 

    Por ese mismo principio, podemos hacer un condicionamiento positivo bendiciendo en vez de maldecir a las personas e iniciativas, pasando de un entorno hostil, a un entorno seguro en el que poder expresar diferentes opiniones, no porque todo el mundo piense igual, sino porque todo el mundo modera su vehemencia, para dejar espacio a otras voces que no gozan a priori de tanta seguridad y respaldo.

  • Siempre que se pueda, pero especialmente si son más jóvenes, parece que la respuesta es mejor si las dinámicas en las que hay que compartir a un nivel más personal se hacen en grupos reducidos y estables.

    La tendencia de los chicos y chicas es a separarse por tribus buscando su entorno seguro y, nuestros grupos de fe y Scouts, pueden alimentar fácilmente esa segregación, si no ponemos atención. Sin embargo, nuestros grupos, deberían ser lugar de encuentro seguro para todos los alumnos en su diversidad, y educar y fomentar en la construcción de esos espacios seguros de encuentro y comunión entre diferentes como seña de identidad.

Guía de estilo Marianista