Espíritu

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Ven Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos. Mira el vacío del alma si Tú le faltas por dentro. Doma el espíritu indómito. Guía al que tuerce el sendero. Reparte tus siete dones según la fe de tus siervos. Salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.

  • Espíritu – VR [6]

    Espíritu – VR [6]

    Ante la decadencia de la vida religiosa, recordemos que el fracaso humano de Jesús es salvador. Debemos entregarnos como el primer día para que Dios haga algo nuevo. Dejemos el protagonismo al Espíritu y mantengamos la fidelidad activa, recuperando la dimensión orante como referentes auténticos. Ver contenido

  • Espíritu – Familia [5]

    Espíritu – Familia [5]

    Debemos recordar que somos instrumentos de Dios, no protagonistas. Como Chaminade, confiemos en la presencia y centralidad del Espíritu Santo en nuestras acciones. Observemos las prácticas parroquiales exitosas que reconocen la acción del Espíritu y busquemos allanar los caminos para su acción, revisando nuestras estructuras para facilitar su obra sin imponer cargas. Pidamos el don… Ver contenido

  • Espíritu – Madeleine [1]

    Espíritu – Madeleine [1]

    Al entrar en una comunidad establecida, la primera impresión puede ser de postureo, pero al conocer a la gente y escuchar sus pensamientos, se percibe la acción del Espíritu. La diversidad en la gran comunidad elimina prejuicios y barreras, permitiendo invocar al Espíritu juntos en cada encuentro de fe. Ver contenido

  • Espíritu – Impacto [1]

    Espíritu – Impacto [1]

    Al preparar actividades especiales, evitemos poner nuestro ego en el centro y recordemos que todo viene de Dios. Somos meros administradores de sus dones y debemos confiar en el Espíritu en todo momento. No caigamos en la tentación de la apropiación, ya que sin Dios nada tiene sentido y debemos dar testimonio de su obra,… Ver contenido

  • Espíritu – Iniciación [1]

    Espíritu – Iniciación [1]

    Al acompañar una comunidad incipiente, confiemos en el Espíritu para inspirar nuestras palabras y escuchar las necesidades de cada uno. No podemos prever su impacto ni las necesidades individuales. Como en Pentecostés, dejemos que el Espíritu hable a través de nosotros, ofreciendo la orientación necesaria para cada paso del camino. Ver contenido

  • Ante la actual situación de decadencia de la vida religiosa, debemos recordar que el fracaso humano de Jesús es salvador, porque entrega la vida en fidelidad a Dios y servicio a los hombres. Tal vez esto es lo que ha de hacer la vida religiosa: Entregarlo todo como el primer día para que Dios pueda hacer algo nuevo, una nueva vida que superará nuestras expectativas. No hagamos como los discípulos de Jesús que lo abandonan porque no cumplía sus expectativas. Y no pensemos que abandonar es sólo salirse de la Compañía de María, también está el abandono interior del que se dice: “fuera no tengo nada, no soy capaz de valerme por mí mismo, me quedo y que me mantengan”. Por desgracia, hay gente que se ha salido de esta manera haciendo un flaco favor a la Familia Marianista.

    Debemos dejar el protagonismo al Espíritu, es él quien quiere hacer algo con ayuda nuestra, no nosotros los que debemos de hacer algo con ayuda del Espíritu Santo. De la misma manera, no podemos esperar que sea el Espíritu el que se acomode a mis tiempos y necesidades. Debemos vivir los acontecimientos desde la fe, con paciencia y paz, sin prisa. El Señor no retrasa su promesa sino que tiene paciencia con nosotros.

    Y en esa espera paciente, debemos mantener la fidelidad activa a pesar de los resultados. El pueblo de Israel nunca perdió la esperanza a pesar de que nunca le fue bien. 

    Finalmente, hemos de recuperar la dimensión orante de la vida religiosa y ser referentes en esto. Lo intelectual se nos ha comido el terreno y ahora los jóvenes no buscan en nosotros la fe sino la argumentación para cuestionar aspectos de la moral de la Iglesia. Debemos ser testigos de una vida de oración auténtica. Si nosotros no damos importancia a la oración personal y comunitaria, no se la van a dar los laicos, jóvenes o mayores, ni van a acudir a nosotros para rezar, irán con otros que tengan mejores referencias en este campo.

  • Ponerse en manos de Dios y confiar todo al Espíritu es un ejercicio de humildad necesario. Decía un hermano en una comunidad que le gusta recordarse a sí mismo que “él sólo es el burro sobre el que va montado Jesús al entrar a Jerusalén”. No podemos suplantar a Dios en aquello que hacemos. También Juan el Bautista nos lo recuerda al referirse a Jesús.

    Conforme vamos acumulando éxitos en nuestras acciones, se nos puede ir olvidando que es Dios el protagonista y quien nos ha concedido la gracia necesaria para obtener dichos frutos. En la medida en que nos separemos de él o nos pongamos en su lugar, los frutos irán desapareciendo o haciéndose malos.

    Chaminade podría haber caído en esta apropiación y, sin embargo, conservamos escritos en los que manifiesta la presencia y centralidad del Espíritu. Lo vemos en el siguiente fragmento:

    «La Compañía de María es una de las obras de la Iglesia en que reside el Espíritu de Dios; si el Espíritu de Dios no está en mí personalmente, a causa de mi indignidad, sí está en mí como Superior de una Compañía aceptada en la Iglesia, por sus obispos, el mismo Sumo Pontífice, su Nuncio apostólico; incluso aunque sus Constituciones no hayan sido aprobadas todavía por la Iglesia.» (Pág. 31)

    Del documento “57 Buenas prácticas en parroquias” en el que colaboró la Fundación SM analizando más de 200 comunidades parroquiales de España, observando experiencias de éxito, voy a entresacar algunas referencias al misterio de la fe y la centralidad del Espíritu que consideran en las parroquias y que nosotros podemos trasladar al ámbito de la Familia Marianista:

    1. La parroquia incorpora elementos de evaluación, confiando en la acción del Espíritu Santo. Para ello, cuenta con criterios nuevos, además de contar los usuarios de los sacramentos.
    2. El sacerdote y/o religioso, más el equipo de evangelización, viven una experiencia del Espíritu Santo (Pentecostés) que impulsa el cambio de mentalidad para evangelizar.
    3. La parroquia es consciente que la evangelización es obra del Espíritu Santo. Por ello, impulsa la oración, en la forma de invocación al Espíritu.
    4. La parroquia ha programado tiempos y espacios adecuados para la Adoración eucarística y ha institucionalizado este ministerio.
    5. La Celebración de la Eucaristía es el culmen y fuente de toda la misión evangelizadora, y ninguna actividad/reunión coincide con ella.

    Si antes mencionábamos a Juan el Bautista por su humildad a la hora de reconocerse al servicio de Jesús, ahora podemos hablar de su tarea, y la nuestra, de allanar los caminos, las estructuras y organismos que nos hemos ido construyendo y que vemos como muchas veces son un estorbo para la acción del Espíritu. La estructura no es la que convierte, es el Espíritu, por eso, en las ramas hemos de revisar cómo son nuestras estructuras y procesos para facilitar y no bloquear la acción del Espíritu y no colocar pesadas cargas sobre los jóvenes que ni nosotros llevamos.

    Uno de los dones que podemos pedir al Espíritu es el de mansedumbre, pero no como signo de pasividad, sino como lo ejercía María que es capaz de adelantar la hora sin ego ni frustración, es decir, con una fe plena en la obra de Dios en su hijo al decirnos: “haced lo que él os diga”. La mansedumbre es un acto de fe. Los mansos heredarán la tierra nos advierte Jesús.

  • Cuando vienes de fuera, al entrar en una celebración o en una oración de una comunidad fuertemente constituida, la primera impresión puede ser de postureo, de gente que no se cree lo que dice o hace, que sólo quiere llamar la atención y que le vean o le identifiquen con un grupo determinado, pero, cuando conoces a la gente, escuchas lo que piensa y siente y ves cómo se comportan y afrontan la vida, ves que igual es el Espíritu el que está actuando. Es lo bueno de la gran comunidad, que te acerca a gente distinta, tocada de alguna manera por el Espíritu, y que te anima a abrirte a ti también a su acción, eliminando prejuicios y barreras que pones tú mismo entre Dios y tú.

    Todos nuestros encuentros de gran comunidad de fe deberían ser momentos para invocar al Espíritu y recibirlo como comunidad.

  • Al preparar actividades especiales o actividades de impacto, dado su carácter extraordinario y frecuentemente su éxito entre los participantes, podemos caer fácilmente en ponernos a nosotros en el centro, nuestro talento y esfuerzo, nuestra dedicación, nuestras ideas, etc. Asumiendo también el éxito o el fracaso como propios, pero, ¿acaso tenemos algo que no haya venido de Dios y podemos algo si es sin él? 

    Somos meros administradores de los dones recibidos y debemos confiarlo todo al Espíritu de manera mucho más recurrente y constante para no caer en la tentación de la apropiación, no sólo porque sin Dios nada tiene sentido, sino también porque si no damos testimonio de Dios, es porque damos testimonio de nosotros mismos y eso sería engañar a los jóvenes.

  • Cuando ejercemos el ministerio de acompañar a una comunidad que empieza, cabe esperar que, si ofrecemos buenos contenidos, la respuesta será buena. Pero, será mucho mejor, si es el Espíritu quien nos da el don de la palabra oportuna inspirándonos lo que hemos de decir, así como el de la escucha activa al que lo recibe.

    Si lo piensas, no podemos saber el impacto que tendrán nuestras palabras en los demás, ni siquiera podemos saber de antemano lo que necesita escuchar cada uno y, ni siquiera tiene por qué ser lo mismo para todos los participantes. Desde esta perspectiva, la única manera de acertar y llegar a todos es por la gracia dada por el Espíritu que, como en Pentecostés, hace que todos escuchen en su idioma lo que necesitaban oír, ante el mensaje inspirado de los discípulos. Pidamos pues el don necesario antes de acercarnos a orientar a una comunidad que da sus primeros pasos.

Guía de estilo Marianista