Estructuras

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Sin duda es la casa construida sobre roca la que más aguanta y la que nos recomienda Jesús en la parábola. Sin embargo, esa estructura que ha mantenido la casa firme durante muchos años, se vuelve insuficiente y limitante con el tiempo. Para que vuelva a ser significativa no hay que cambiarla por arena, pero hay que reformarla con nuevas rocas.

  • Estructuras – VR [5]

    Estructuras – VR [5]

    El actual modelo de mantener estructuras religiosas a flote a expensas de los más jóvenes es insostenible. Necesitamos un cambio de paradigma: apostar por la novedad y la audacia en lugar de aferrarnos a la estabilidad. La Iglesia debe anticiparse al cambio y generar vida en lugar de conformarse con sobrevivir. Esto requiere reformas valientes… Ver contenido

  • Estructuras – Familia [4]

    Estructuras – Familia [4]

    En la Familia Marianista, revisamos nuestras estructuras para una colaboración más eficiente. Chaminade ya comprendía la importancia de la unidad y coordinación para avanzar. Ignacio Otaño destaca cómo durante la Revolución se promovieron estructuras pastorales conjuntas, reflejando la necesidad de trabajar juntos hacia un objetivo común en la comunidad. Ver contenido

  • Estructuras – Madeleine [1]

    Estructuras – Madeleine [1]

    Ignacio Otaño destaca la importancia de la unidad en la comunidad, como lo evidencia Chaminade al promover fracciones que agrupan a personas con afinidades similares. Esta organización permite una acción coordinada sin perder la conexión con el cuerpo común, enfatizando la necesidad de apoyo mutuo y edificación en la comunidad. Ver contenido

  • Estructuras – Iniciación [1]

    Estructuras – Iniciación [1]

    Flexibilizar las estructuras en la etapa de iniciación de la comunidad es clave. Las fraternidades deben renacer de la mano de los jóvenes, sin perder su sentido. Chaminade, como Misionero Apostólico, supo salvar la rigidez estructural para revitalizar la fe en Francia, integrándose en la Iglesia con libertad y apostolado nuevo. Ver contenido

  • Hace falta un cambio de paradigma. En el modelo actual, el más joven, o quien todavía aguante, ha de mantener toda la estructura a flote, pero ni el “joven” confía en sí mismo, ni los mayores confían en él y se generan cuadros de ansiedad, estrés y desbordamiento que acabarán con la vida religiosa en menos de 5 años, si no se cambia esta forma de pensar que sirvió mientras había suficientes personas para mantener obras y estructuras, pero que colapsa cuando cada persona ha de asumir las responsabilidades de varias a la vez.

    Dice el Papa Francisco que es mejor una Iglesia accidentada que encerrada. Debemos aportar novedad más que estabilidad. Ser audaces y valientes, no esperar a que la gente se muera para tomar decisiones controvertidas o arriesgadas. Anticiparse al devenir de la vida lo más posible para invertir todas nuestras fuerzas en generar más vida, más que en soportar lo que queda. Es la diferencia entre entregar la vida o perderla, entre compartir el aceite, o alumbrar el camino para el novio.

    Cuando una persona ha reducido su mirada, se apoya en las rutinas y las estructuras, y no hay cosa peor que perder la capacidad creadora y contemplativa. Pero cuando un joven se siente llamado, quiere novedad, no asumir rutinas, que se le irán pegando, como a todos, con el tiempo. Debemos ofrecer novedad.

    No nos encontramos en una situación de crisis del clero igual a la que vivió Chaminade, pero, viendo los datos de entonces y de ahora, da que pensar. Además, desde hace años, en todos los foros de vida religiosa en España se habla de la necesidad de una reforma. Cada cierto tiempo es necesario coger las riendas de dicha reforma, porque dejarlo pasar, no mejora la situación. Así lo refleja Ignacio Otaño sobre la situación en tiempo de Chaminade.

    “Con los hombres más lúcidos de su tiempo, creían en la necesidad de una reforma de la antigua sociedad francesa y también del clero. […] En este período el clero regular y secular está viviendo una fortísima crisis, que algunos historiadores consideran espiritual, teológica, social y económica. Un síntoma de la crisis espiritual será la disminución del 32% de las vocaciones monásticas masculinas, entre 1768 y 1790, y la relajación y escándalos que se producen en algunos monasterios. […] A esto hay que añadir una vida monástica depreciada por las riquezas y relajación de algunos monasterios, que hace extenderse, sobre todo entre el bajo clero, la idea de su supresión por considerarla inútil e incluso parasitaria. […] La crisis interna del clero refleja una crisis social y política generalizada.”

    Frente a estos datos podemos poner, sólo a modo de ejemplo, los de la actual secularización juvenil según el informe “Jóvenes españoles entre dos siglos (1984-2017)” de la Fundación SM. Que nos cuenta cómo la disminución de católicos fue del 10% entre 1994 y 1999 y del 18% entre 1999 y 2005 quedando en 2017 sólo un 32% de jóvenes que se declara católico y sólo el 6% se declara practicante. Menos del 5% cree que la Iglesia tenga algo importante que decir sobre la vida. Al 77,6% les inspira poca o ninguna confianza la Iglesia y organizaciones religiosas.

  • En la Familia Marianista estamos dando los primeros pasos para un verdadero trabajo en familia, donde el peso de una rama en concreto o su historia, no condicione a las demás en cuanto a liderazgo o a formas de proceder, y que sea, sin embargo, el discernimiento común en escucha del mundo contemporáneo y del Espíritu, lo que marque las decisiones. 

    En este sentido, debemos revisar las estructuras actuales para que sean funcionales y eficientes, con tareas concretas y reconocidas por todas las ramas. Y en cuanto a sus miembros, han de ser gente válida para la tarea y no un miembro de cada rama para cumplir cuotas de participación. Los religiosos, por ejemplo, podríamos confiar en un laico en contacto directo con la Administración Provincial, para representarnos en material de pastoral juvenil en una comisión de Familia. 

    Siguiendo con este ejemplo, si los religiosos contamos con un Asistente de PJV, miembro del Consejo Provincial en una comisión de Familia donde el resto de ramas aportan a un delegado voluntario, se produce una situación desigual de responsabilidad, autoridad e implicación, además de condicionar la renovación de los miembros de ese equipo a los cambios en el equipo provincial. Todo esto puede dificultar el verdadero trabajo en Familia.

    La forma de proceder por cuotas o cargos, puede hacer que las decisiones no las tomen personas cualificadas, por edad, o por situación vital o por carga de trabajo, y por tanto, no satisfacen a las ramas que dejan de confiar en las comisiones y las desautorizan.

    Por su parte, Chaminade tenía claro que la unidad y el trabajo coordinado es esencial para llegar más lejos. Nos lo cuenta así Ignacio Otaño:

    “Durante la Revolución se crean además nuevas estructuras de Iglesia, una pastoral de conjunto que, en medio de la actividad clandestina, aglutine las fuerzas y las coordine. […] Un consejo asegura la unidad de objetivos y acción. En Burdeos se ha preferido el término de cooperador al de misionero. Boyer anima a la unidad de los cooperadores: Sería inútil, mis queridos hermanos, que estuvierais llenos del celo ardiente que debe distinguir vuestro ministerio si cada uno de vosotros siguiese su camino individualmente y separado de sus cooperadores. Seríais como unos soldados desperdigados que nunca podrían vencer. Sólo siguiendo un mismo camino, en el que brillen la armonía, la conjunción y la unidad disciplinada, podréis lograr el objetivo común que os debéis proponer»

  • Encontrarse con gente con un contexto similar de edad o situación vital es imprescindible para todos, no sólo para los jóvenes, pero eso no quiere decir que haya que separarse de un cuerpo común donde nos reconozcamos todos. Así nos lo cuenta Ignacio Otaño refiriéndose a los primeros congregantes:

    “Los congregantes se sentirían más a gusto entre los de su propia categoría, Chaminade responde con el valor y la eficacia de la unidad: Todas las partes se apoyan las unas a las otras con ejemplos de edificación mutua. Intereses comunes estrechan cada vez más los vínculos de una primera unión. La congregación crece tanto porque todas las partes trabajan al mismo tiempo y, si es necesario, se ayudan mutuamente […] Existen tantas divisiones y fracciones como sean necesarias, sin separarlas del cuerpo […] además del indispensable espíritu, se necesita una organización […] Se crean las fracciones, de unas veinte personas cada una, agrupando a los de situación social afín, que tienen los mismos gustos, las mismas necesidades y el mismo campo de apostolado. Se facilitaba así la acción coordinada en el propio ambiente, permaneciendo unidos para el resto […] con la suficiente flexibilidad como para admitir excepciones sin hacerse problema. Cuando fueron siendo numerosos, los sacerdotes constituyeron también una fracción y en 1818 encontramos una fracción de seminaristas”

  • Durante la etapa de iniciación de la comunidad, es muy importante flexibilizar las estructuras para que sean herramientas que acompañen, faciliten y den coherencia, en lugar de ser carriles cerrados para el Espíritu. Lo peor para que alguien se identifique con un proyecto o grupo es que le hagan “pasar por el aro” que sostiene su domador.

    En este sentido, las fraternidades han de renacer, resituarse y redefinirse, de la mano de los jóvenes, a ejemplo de como surgieron. Sin perder su sentido y su hondura, pero sin convertir las estructuras en fines.

    Chaminade se dió cuenta de que, para llegar eficientemente al mismo punto, había de saltarse las estructuras conocidas hasta la fecha, de ahí el título de Misionero Apostólico. Así salvó la rigidez estructural y eso le permitió revitalizar la fe en toda Francia. Nos lo cuenta así Ignacio Otaño:

    “El P. Chaminade ha encontrado en su carácter de Misionero apostólico un medio de integrarse en la Iglesia, asegurando, al mismo tiempo, la libertad y la posibilidad de ejercer un apostolado nuevo, exterior al ministerio parroquial, desbordando incluso la organización diocesana”

Guía de estilo Marianista