Familia Marianista

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Lo más contrario a la familia es el individualismo, lo podemos vivir encerrados en nuestra propia rama, en nuestra propia comunidad, en nuestra propia ciudad… Tener algún amigo de otra rama no es vivir la Familia Marianista. Vivir la Familia Marianista es hacerse interdependiente de las otras ramas y sus circunstancias negándose a uno mismo, como en una familia de verdad donde tú no eliges al resto de miembros.

  • Familia Marianista – Familia [13]

    Familia Marianista – Familia [13]

    En la dinámica de grupos humanos, el miedo a perder autonomía promueve un cierto «independentismo». Sin embargo, en la Familia Marianista, es esencial trabajar en los procesos de crecimiento local sin perder la identidad, permitiendo una integración en la comunidad global. Las propuestas provinciales deben dialogarse y no imponerse, manteniendo la cohesión en la diversidad.… Ver contenido

  • Familia Marianista – VR [5]

    Familia Marianista – VR [5]

    Chaminade concebía la vida religiosa como un sostén para las asociaciones laicas en su misión apostólica. Sin embargo, hoy nos falta la voluntad de innovar y confiar en el bien. Debemos acoger a los nuevos religiosos con apertura y sin prejuicios, recordando que la esperanza proviene de Dios y que debemos contagiar alegría y paz… Ver contenido

  • Familia Marianista – Madeleine [2]

    Familia Marianista – Madeleine [2]

    En los inicios de la comunidad marianista, el ocio compartido fortalecía los lazos y alejaba de peligros. Hoy, la dimensión lúdica escasea en nuestras reuniones, volviéndolas funcionales. Para mantener la comunión, debemos equilibrar eficacia y convivencia, evitando polarizaciones y promoviendo más tiempo juntos. Ver contenido

  • Cuanto más bajamos a lo local, menos enfrentamiento encontramos en un grupo humano, así hasta llegar al mismo individuo. La tendencia “independentista” que nos cierra a los demás por miedo a perder la autonomía, está en el ADN de cualquier grupo humano con identidad y se potencia con el creciente individualismo social. Por eso, ya que decimos que somos familia, conviene trabajar bien los procesos de crecimiento dentro de la Familia Marianista, para poder expandir esa realidad local, sin que nadie pierda su identidad pero, al mismo tiempo, se incorpore a la Familia Marianista global.

    En este sentido, las propuestas provinciales no se pueden recibir ni ofrecer como una imposición. Hay que dialogar y encontrar juntos, la forma en que dichas propuestas puedan servir en lo local.

    Y es que cuando algo empieza, nos movemos en realidades y estructuras pequeñas, manejables y donde es sencillo escuchar todas las voces. Además, en los comienzos, todo el mundo suele ser jóven y con mucha energía, dinamismo y flexibilidad, mientras que cuando las cosas van creciendo, es más difícil controlar el desarrollo de la vida, las propuestas, las inquietudes particulares, y además, va habiendo gente diversa que siente que eso que empezó es suyo y otros lo quieren estropear. Esta dificultad también la encontró Chaminade y también tuvo que buscar nuevas formas de trabajar coordinados. Fue entonces cuando empezó a pensar que hacía falta una institución que garantizase la continuidad de los congregantes aportando una única voz autorizada y reconocida. Nos lo cuenta así:

    Las experiencias vividas en la sucesión de los cambios políticos vividos, con el constante riesgo de una supresión, contribuyen a que en el espíritu del P. Chaminade vaya definiéndose cada vez más una institución que garantice la continuidad, que sea ese hombre que no muere, que andaba buscando desde hacía tiempo. La fórmula del «Estado» dejaba ver algunas dificultades. Por ejemplo, «en medio de tantas obras, ¿cómo haría frente el director a la complicación que resultaba de la diferencia de los reglamentos individuales? ¿Cómo mantendría un verdadero espíritu de cuerpo entre cohermanos que no se veían más que muy raramente? ¿Cómo conseguiría encargar los puestos directivos de la congregación exclusivamente a miembros del ‘Estado’ sin suscitar la desconfianza y los celos?». […] algunos miembros de la congregación expresaban su deseo de «abandonar sus ocupaciones en el mundo y vivir en comunidad» (Pág. 62)

    Si perteneces a una familia de muchos primos y hermanos, verás que no te exige estar en todo, pero sí alegrarte, valorarlo, agradecer y sentirlo muy tuyo aunque tú no estés o no lo gestiones. De la misma manera, pertenecer a la Familia Marianista no implica participar en todo, pero sí sentirlo todo como propio y alegrarnos con el trabajo del otro, saber que existe y que otros miembros de la familia lo están disfrutando. De esta forma, mis propuestas a la familia también podrán ser recibidas con agrado.

    Chaminade ya era consciente de que no todo el mundo se dedicaba a todo, pero sí lo veía todo como propio:

    En tareas que requieren cualidades específicas, toda la asociación las toma como propias, pero sólo algunos se dedican a ellas… (Pág 50)

    Y continúa Ignacio Otaño contando cómo se trata de estar en primer lugar unidos en la mente y en el corazón como signo distintivo:

    La naturaleza y la esencia de una congregación «está en la unión de las mentes y de los corazones de los que la forman y en la reunión frecuente de las personas, ya unidas de mente y corazón por la caridad». (Pág. 45)

    Y si no encontramos las fuerzas o la motivación para esa unidad de corazones y mentes, debemos acudir a María como madre común que nos hace hermanos:

    El espíritu de fraternidad que debe reinar en la congregación se basa en el hecho de que María es la madre de esta familia: «Todos los miembros de esta familia se aman tiernamente y están habitualmente unidos en el corazón de la divina Madre. Si la diferencia de caracteres, si la manifestación de un defecto pudiese alguna vez enfriar los unos respecto a los otros, no tienen más que pensar que todos son hermanos, todos engendrados en el seno maternal de María. (Pág. 46)

    En todas las ramas tenemos realidades muy frágiles, esto nos hace estar muchas veces a la defensiva, o tomando excesivas precauciones para no pasar a la historia como quienes echaron a perder el trabajo de nuestros precursores en la Familia Marianista. Sin embargo, debemos ofrecer a Dios, sin miedo, el carisma y la responsabilidad que hemos recibido de administrarlo para multiplicarlo en lugar de esconderlo para no perderlo. Como en la parábola de los talentos, cerrarse a los demás, no es la opción que nos encomendó quien nos dio esta tarea.

    Los diálogos nos transforman y en ellos actúa el Espíritu. Por eso, más que implantar modelos teóricos, sería una gran ayuda tener conversaciones libres de prejuicios que transformen a todas las partes, en lugar de tratar de convencer a las partes más débiles.

    No podemos pasar por algo que venimos de una historia, no partimos todos del mismo punto ni se puede decir que hoy compartamos todos la misma visión e intereses. Incluso dentro de la Iglesia, podemos estar en posiciones diferentes. Por eso, es importante el diálogo y crecimiento mutuo que repara la comunión. Si miramos a Chaminade, vemos que en su tiempo tuvo que lidiar con una fuerte división dentro de la Iglesia. Nos lo cuenta así Ignacio Otaño:

    Hay también una fuerte crisis social dentro del mismo clero provocada por las patentes desigualdades que se viven. […] El factor económico produce también enfrentamientos constantes entre algunos párrocos y sus feligreses. […] La crisis social y económica del clero se reflejará en la profunda división interna con una fuerte rivalidad entre el clero secular de primero y segundo orden, y también entre los diocesanos y los pertenecientes a las órdenes monásticas. (Pág. 11) Paralelamente a dos cleros enfrentados hay dos cristiandades enfrentadas. (Pág. 14)

    Más adelante nos sigue contando como Cahminade, que podía haber sido un agente de división y polarización, en cambio fue un agente de reconciliación y diálogo para recuperar la comunión mediante la reconciliación:

    Sin despertar en todos el mismo entusiasmo, se va abriendo paso la idea de la necesidad de reconciliación entre los que, habiendo jurado la Constitución civil del clero, quieren perseverar en el ministerio, ahora unidos a Roma, y los que no la juraron entonces. Tarea delicada que requiere personas de tacto y caridad porque los enfrentamientos pasados han enconado muchas heridas. El P. Chaminade, nombrado penitenciario, ejerce esa misión reconciliadora de mayo a junio de 1795, recibiendo la retractación de 52 sacerdotes. (Pág. 19)

  • No cabe duda de que Chaminade, al ver el crecimiento de las congregaciones, pensó en la vida religiosa como una forma de mantener el espíritu de todas las asociaciones que, a su vez, eran las que realizaban las obras de apostolado. Así nos lo recuerda Ignacio Otaño:

    Sus obras tendrían un alcance que él nunca se hubiera atrevido a darles: su apostolado no sería individual o de paso sino que este apostolado se ejercería mediante asociaciones, que se mantendrían en el espíritu de su institución por medio de una sociedad de religiosos propiamente dichos, coronamiento de todas las otras obras. (Pág. 27)

    Y en otro momento insiste en el tema del “hombre que no muere” como esas comunidades religiosas que han de dar solidez y continuidad a los congregantes:

    Restablece las congregaciones con un espíritu nuevo porque se da cuenta de que el cristiano en solitario está desvalido. Quiere también comunidades religiosas que sean, para la misión, el hombre que no muere, es decir, que la consoliden y la salven de las veleidades individuales o circunstanciales, asegurando su continuidad. (Pág. 4)

    Pero en lugar de ser ese pilar fuerte que sostenga al laico, nos estamos convirtiendo en gente mayor que asume que las cosas están mal y que lo único que queda por hacer es lamentarse y resignarse, eliminando toda voluntad de probar algo diferente.

    Sin embargo, aún hay esperanza, porque proviene de Dios. Debemos confiar en lo bueno, dejar de cuestionar y juzgar al otro, confiar más en que todos queremos hacer las cosas bien, quedarnos con lo bueno de la otra persona y rodear lo malo para salvarlo.

    Contagiar alegría, tener buena relación en los equipos de trabajo en los que estemos o en nuestra propia comunidad, transmitir alegría, paz y decisión. Si lo miras bien, en realidad las cosas antes eran peor, aunque nos guste demasiado repetirnos que “en mis tiempos estas cosas no pasaban”.

    En este clima de pesimismo y de estar de vuelta de todo, a veces se nos olvida acoger a los religiosos que llegan nuevos a una comunidad, allanarles el camino, apadrinarlos, dejarnos transformar por ellos. Es importante dar entrada a los religiosos en las obras bendiciendo, no maldiciendo, ayudando a encontrar el sitio de cada uno, sin prejuicios ni esquemas cerrados como el clásico “y tú ¿de qué das clase?” como si Chaminade hubiera fundado una congregación dedicada a la enseñanza y ese fuera todo el horizonte. Más aún cuando ya estamos jubilados, ese paradigma de la educación puede ser una gran losa.

  • En los primeros años de los congregantes, la construcción de esa gran comunidad de fe que era además familia, se conseguía, según nos cuenta Ignacio Otaño, con propuestas de ocio sano, disfrutando juntos:

    El resto de la tarde hasta la hora de la Asamblea pública se dedica a la diversión en común, que suele consistir en paseos, juegos, etc., que refuerzan la unión, permiten el intercambio informal y hacen atrayente la congregación y la instrucción religiosa. “Así se aleja a la juventud de las diversiones peligrosas y se trabaja por crear y mantener el espíritu de cuerpo.” (Pág. 42)

    Sin embargo, esta dimensión lúdica es la más ausente en nuestras asambleas, todo es más funcional y hay cada vez menos espacios para compartir la diversión. Por otra parte, a la hora de construir algo, cuando hablamos de familia, a veces hay que renunciar a lo propio o aplazar proyectos para buscar el equilibrio entre eficacia y comunión para no generar más enfrentamientos de los necesarios. Es muy fácil que la gente tome posiciones en distintos bandos dentro de la comunidad de fe a cuenta de proyectos y decisiones particulares que polarizan a la gente destruyendo la comunión. Con más tiempo de convivencia, estos enfrentamientos podrían mitigarse.

Guía de estilo Marianista