Humildad

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“La humildad es andar en verdad” decía Santa Teresa. ¿Dónde nos falta esa verdad? ¿En qué nos mentimos? Jesús tuvo que contarle a Pedro una verdad “cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras”. Un testimonio humilde atrae.

  • Humildad – Familia [6]

    Humildad – Familia [6]

    Aprender del sencillo y abrazar al herido: claves de humildad. Frente al mal, ganar con bien. La rigidez puede herir; la humildad cura. Jesús se limitó para sanar. La sociedad valora la vulnerabilidad. Amor y verdad van juntos; las cicatrices revelan salvación. Evitemos la toxicidad en nuestras conversaciones; la crítica daña y aleja. Ver contenido

  • Humildad – VR [6]

    Humildad – VR [6]

    La expresión del amor se convierte en teología accesible. La belleza expulsa demonios: al ver al prójimo con Gracia, cambia la relación. En las comunidades religiosas, aceptar la imperfección genera un vínculo real. Los mayores deben adaptarse y aprender a ser cuidados. El cuidado, competente y responsable, es clave para el futuro. Ver contenido

  • Aprender del sencillo y abrazar al herido son dos claves de la humildad que nos pueden ayudar. Ante el mal que se propaga a través de las heridas, debemos ganar al mal a fuerza de bien, abrazando al herido. A veces uno solo no puede encontrar fuerzas, por eso es bueno buscar aliados para devolver bien por mal.

    Generalmente es bueno ser firme y claro, pero, en ocasiones, una excesiva vehemencia y rigidez puede herir y confundir a gente más humilde e inocente, que, por otra parte, consigue aceptar mejor la pobreza de los hermanos y nos puede enseñar a hacerlo.

    El límite es un espacio teológico que Jesús acogió. Él se limitó, se curvó para sanar. Lo recto y perfecto sirve para orientar pero no para sanar. Se nos olvida que somos vulnerables y cuando lo recordamos nos hundimos, por eso debemos aprender a curvarnos, a ser más humildes y vulnerables, más imperfectos. La sociedad, por su parte, camina cada vez más en esta línea de acoger la realidad imperfecta, separándose de los héroes impolutos, elevando a la gente vulnerable y herida como los nuevos protagonistas en series y películas. Los jóvenes reclaman referentes auténticos, para fantasear ya tienen Instagram.

    Amor y verdad siempre van de la mano. El verdadero amor no está exento de dureza. Si no ven nuestras cicatrices, no verán que hemos sido salvados.

    Muchos empleamos demasiado el recurso del cinismo, la ironía y el sarcasmo, pero eso impide que surja lo bueno, la esperanza, la confianza en Dios, generando un clima de desazón y malestar hacia la realidad. Ante ese descontento con el presente, debemos tener en mente que nosotros pasaremos, pero Dios no pasará.

    Siguiendo en la línea de nuestra actitud y la necesaria humildad, podemos ver como las conversaciones entre algunos de nosotros son cada vez más tóxicas y muchas veces trascienden los círculos de confianza, por ejemplo religiosos que hablamos mal de otros religiosos delante de laicos. Hablamos desde la crítica, la decepción, el sarcasmo o la ironía desacreditando a personas, maldiciendo en vez de bendiciendo, generando un clima de malestar y rechazo a nuestro alrededor. Esto es muy contagioso y muy dañino. Los jóvenes lo perciben y no les atrae ni inspira confianza.

  • La expresión del amor se puede convertir en teología al alcance de todos. Antes, la teología, era algo reservado a los estudiosos en las bibliotecas, hoy reconocemos que se produce teología en otros espacios más humildes de nuestro día a día.

    En este sentido, podemos decir que la belleza expulsa demonios. Cuando veo al hermano en clave de fealdad veo demonios, si veo la Gracia que hay en él, la relación es diferente.

    En las comunidades religiosas sólo podemos amar lo limitado, porque perfección no hay. Y que se dé un amor imperfecto, no significa que sea irreal. Debemos tener cuidado de no exigir perfeccionismo. La humildad de aceptar al otro como es, genera un vínculo verdadero que trasciende nuestra comunidad y atrae a su imitación a jóvenes y adultos.

    Por su parte, los mayores han de aprender a “ponerse viejo” afrontar las etapas de la vida, aceptar que ya no eres el centro de la fiesta, que ya no te llaman, que ya no seduces como cuando eras joven, y no culpar a la vida ni a las personas y descubrir lo que ahora puedes hacer de bello para los demás.

    El roce puede hacer el cariño o no. Hace falta una comunicación más profunda. ¿Dónde estamos? ¿Cómo nos sentimos? ¿Qué escuchamos de la comunidad? ¿Qué recibimos de lo que decimos? La verdad que manejamos puede ser de mayor o menor calidad según su profundidad. No es lo mismo responder a la pregunta de “¿Qué tal vas?” con un “bien”, que contar lo que estás viviendo, aunque las dos cosas puedan ser verdad. Dialogar es derribar muros y ahí sí, surge el cariño y entonces podrán decir de nosotros “¡mirad cómo se aman!”

    El cuidado tiene que ver con acercarse pues cuando curamos cuerpos, no los podemos cuidar a distancia. Cuidar es acoger las necesidades del otro, acoger un sentimiento, establecer una relación. Es preciso sentir con el otro, por eso hace falta una madurez, una adultez y eso nos lleva a decir que la persona madura y adulta es la persona que cuida. 

    El corazón humano tiene una inclinación natural para actuar en favor del otro, pero este cuidado ha de ser competente y responsable como el del médico. Cuidar es algo amplio. Cuidar el cuerpo, la familia, la casa, la hacienda, el honor, la piedad, la polis, lo público, el pueblo, el mundo… El cuidado fue clave en los primeros siglos del cristianismo. Gracias al cuidado, las cosas tienen futuro y, si queremos tener futuro, nosotros mismos debemos dejarnos cuidar. Lo más difícil de este mundo es aprender a ser necesitado, adquirir ese grado de humildad, ser yo el que soy cuidado. 

    Nos resulta fácil ver en los jóvenes a esos que nos necesitan, a quienes tenemos que cuidar, pero cuesta más hacerse necesitado de los jóvenes y dejarse cuidar o aconsejar, como el padre que ha de cambiar la forma de ver a su hijo e intercambiar el rol de cuidador a cuidado con el paso de los años. En muchos casos los jóvenes ya nos están viendo como gente a la que hay que cuidar pero nosotros queremos seguir teniendo el mando.

Guía de estilo Marianista