Iglesia

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Ningún carisma tiene sentido fuera de la Iglesia. En tiempos de bonanza todos queremos ser independientes, hacer nuestros propios planes sin que nadie interfiera. Lo bueno que tienen los tiempos de escasez es que nos llaman a recuperar la humanidad de la interdependencia y en el caso de la Iglesia, la comunión con el resto de carismas.

  • Iglesia – Familia [5]

    Iglesia – Familia [5]

    En un momento propicio para convocar a compromisos mayores entre jóvenes, debemos evitar la competición y aprovechar el impulso de la Iglesia para colaborar con iniciativas que lleven a los jóvenes hacia Dios. Las religiosas marianistas manifiestan una clara relación con la Iglesia y ofrecen un testimonio de comunión. Además, debemos recordar que no debemos… Ver contenido

  • Iglesia – VR [2]

    Iglesia – VR [2]

    José Cristo Rey García Paredes nos insta a repensar la vida religiosa, buscando la unidad en lugar de la dispersión. Nos anima a rehacer nuestros esquemas y explorar nuevas formas de comunión. Debemos dejar atrás las cargas del pasado y permitirnos ser transformados por la comunidad. Nuestro carisma marianista es nuestra belleza singular, que debemos… Ver contenido

  • Iglesia – Madeleine [1]

    Iglesia – Madeleine [1]

    La comunidad Madeleine debe integrarse plenamente en la Iglesia local y universal, buscando siempre la comunión y la colaboración. Inspirados en sugerencias prácticas, podemos fomentar la participación en misiones fuera de la comunidad, trabajar en armonía con distintos carismas y colaborar activamente con otras parroquias y la diócesis. Ver contenido

  • Iglesia – Impacto [0]

    Iglesia – Impacto [0]

    Los movimientos como Hakuna y los retiros Effetá están impactando positivamente en la fe de nuestros jóvenes, lo que no deberíamos percibir como amenaza, sino como una gracia del Espíritu. En lugar de competir, debemos apoyar estas iniciativas y acompañar a los jóvenes en su crecimiento espiritual dentro de nuestras comunidades. Ver contenido

  • Tenemos una tendencia innata a la competición, a copiar y mejorar lo que hacen otros para ponernos por delante en la supuesta carrera del éxito. Pero, en lugar de eso, hay que aprovechar el impulso de la Iglesia, no copiar iniciativas ni enfrentarse a ellas. Si lo que hacen es en nombre de Jesús y hacen que el joven se ponga a tiro de Dios, debemos apoyarlo y complementarlo con nuestro carisma.

    Estamos en un momento bueno para convocar a jóvenes a compromisos mayores, debemos aprovechar esta ola en el momento actual en que la fe está más de moda y los jóvenes se están poniendo a tiro de Dios aunque lo hagan en otros movimientos de Iglesia.

    Las religiosas marianistas, en su regla de vida, manifiestan muy claramente su relación con la Iglesia y son para el resto de la Familia un gran testimonio de comunión con todo el pueblo de Dios. Recojo algunos de los puntos de su regla de vida citados por Ignacio Otaño:

    Las hermanas colaboran con la Iglesia local y en lo que ya existe, y, al mismo tiempo, dan prueba de invención y creatividad. (II.29)

    Para hacer conocer, amar y servir a María, las hermanas colaboran con la Familia marianista y participan en movimientos marianos de la Iglesia. (II.30) 

    […] Las actividades… «deben tender a hacer surgir y desarrollar comunidades cristianas» (II.33) 

    […] Evangelizar exige caminar con la gente… Lo esencial no es hablar sino vivir el Evangelio con todas sus exigencias…» (II.36). (Pág. 89)

    A la hora de pensar en la relación con la Iglesia, nos puede venir a la cabeza la idea de que Chaminade era contrario a las parroquias. Sobre esto, Ignacio Otaño aclara un poco más qué era lo que rechazaba Chaminade en realidad:

    Chaminade no opone congregación a parroquia, pero cree que las congregaciones no deben quedar restringidas al marco parroquial. […] «Las congregaciones han sido instituidas para curar unos males tan grandes y para reparar las inmensas pérdidas de la religión. Pero ¿cómo podrían conseguir tales éxitos si las funciones religiosas de las parroquias, a las que ya no se asiste, fuesen el medio usado para inspirar el deseo de asistir a ellas?…» […] Si se dejase que la virtud eche raíces en las almas de los congregantes, si se apoyasen las congregaciones, éstas podrían dar feligreses auténticos a sus parroquias. (Pág. 31-32)

    Y más adelante sigue hablando del sentido eclesial y del objetivo de Chaminade de colaborar con la Iglesia para recuperar la fe en Francia y no para ganar fieles para sí mismo:

    El P. Simler compara el papel de la congregación en la sociedad de Burdeos con «El pilón de una fuente que recoge aguas abundantes e inmediatamente alimenta todos los canales que se comuniquen con él. Así la congregación recibe una juventud que ella forma y distribuye enseguida por las diversas obras que solicitan su concurso» […] Varias comunidades de religiosas, con distintos carismas, renacieron gracias a la presencia de congregantes. (Pág. 42-43)

    También hoy podemos caer en la tentación de apropiarnos de los jóvenes y enfrentarnos entre nosotros o con otros grupos de Iglesia. Cuando hablamos de “nuestros jóvenes”, nos referirnos a aquellos jóvenes que han crecido en nuestro entorno o en nuestras obras, pero no debemos olvidar que realmente no son una propiedad nuestra y que el objetivo último no es que sean de mi grupo. En este punto es bueno recordar la célebre frase de Chaminade “jugamos a quien pierde gana”. Así lo presenta Ignacio Otaño:

    En 1805 la congregación tuvo una primera crisis a causa de las numerosas vocaciones religiosas y sacerdotales que surgieron de ella y, por tanto, la privaron de elementos humanos importantes. A los responsables que veían alarmados cómo personas valiosas dejaban la congregación para entrar en el seminario o en distintos Institutos religiosos, el P. Chaminade decía que “nosotros jugamos al quien pierde gana” Con eso quería hacer ver que no había nada que lamentar sino felicitarse por el hecho de que la vida de la congregación hubiese suscitado esas vocaciones. (Pág. 53)

    En el fondo, lo que todos queremos, o deberíamos querer es que la Iglesia sea una y dejemos las rivalidades entre grupos. Al menos eso fue lo único que sabemos que Jesús pidió a su Padre en una oración. “Padre que todos sean uno”

    Una forma de entrar en comunión es a través de la misión. Misión que para Chaminade estaba en manos de los laicos, anticipándose, incluso, al Concilio Vaticano II, como nos lo recuerda Ignacio Otaño:

    Algunos aspectos del modo de entender la misión acercan al P. Chaminade a la eclesiología de misión, subrayada por el Concilio Vaticano II, junto con la eclesiología de comunión… Un primer aspecto común a la preocupación del P. Chaminade y a la Iglesia conciliar es la participación de los laicos en la misión de la Iglesia. (Pág. 3)

  • José Cristo Rey García Paredes nos decía, en una formación de CONFER sobre la recuperación de la belleza de la vida religiosa que, nuestro Dios, igual no quiere tener tantas congregaciones dispersas si no una vida religiosa unida. Y nos animaba a poner nuestros carismas en danza, con otro modelo comunitario. A rehacer los propios esquemas y explorar nuevas formas de entrar en comunión. Y hablaba también de que, en los cambios de comunidad, algunos, van al nuevo destino con el “hijo” de la anterior comunidad cuando, en realidad, lo tienen que sacrificar, como hizo Abrahán. 

    No podemos ir sumando y arrastrando piedras y cargándoselas a otros conforme sumamos años. Si no somos capaces de transformar la comunidad y dejarnos transformar por ella, mucho menos pasará dentro de la Iglesia que hoy nos demanda una vida religiosa renovada. Todos hemos recibido el carisma marianista para ponerlo al servicio de la Iglesia y en nuestro caso concreto, para la propagación de la fe, para traer a Jesús al mundo. Esa es nuestra belleza singular que debemos recuperar y ofrecer a la Iglesia.

  • La comunidad Madeleine ha de estar perfectamente integrada en la Iglesia local y universal y buscar siempre la comunión y la colaboración. Así es en nuestro carisma desde los orígenes. Y, a modo de intuiciones prácticas, recojo algunas de las sugerencias del documento “57 Buenas prácticas en parroquias” que es un análisis que implicó dos años de investigación y contacto con más de 200 comunidades parroquiales de España. El estudio reporta experiencias de éxito que pueden iluminar o inspirar a otras parroquias. Dicho estudio se realizó en colaboración con la Fundación SM y se presentó el curso 22-23 en Valencia. Donde habla de comunidad parroquial nosotros podemos leer comunidad Madeleine para adaptarlo a los términos que estamos manejando:

    38. La pertenencia a la comunidad parroquial no ha impedido a algunos miembros ofrecer su disponibilidad para una misión, animando o liderando otros grupos en otra parroquia, zona pastoral o arciprestazgo. 

    50. La parroquia funciona en comunión y trabajo conjunto entre los diferentes carismas, movimientos y asociaciones que forman parte de la parroquia. 

    51. Los diferentes carismas, movimientos y asociaciones comparten la visión y viven insertados en los procesos pastorales, servicios y ministerios de la parroquia. 

    56. La parroquia participa y trabaja en común con otras parroquias del arciprestazgo aportando desde su visión, identidad y cultura. (ECTI. X-p43) 

    57. La parroquia participa en las actividades organizadas desde la diócesis aportando desde su visión, identidad y cultura, y buscando la comunión.

  • Desde hace algunos años vamos viendo como nuestros jóvenes se dejan tocar por las iniciativas de grupos como Hakuna y por los retiros Effetá. Ambas realidades nos pueden estar allanando el camino. Desde luego, podemos decir que, gracias a estos movimientos, la fe de nuestros monitores y de nuestros jóvenes en general, crece más que gracias a nuestras propias iniciativas y esto no debemos verlo como una amenaza sino como una gracia del Espíritu que actúa a través de la Iglesia y sus distintos carismas.

    En este sentido, no debemos reinventar lo que ya existe para competir. Más bien, debemos apoyar estas iniciativas como actividades de impacto para transformar a nuestros jóvenes y acompañarlos, desde nuestro carisma, antes y después de dicha experiencia en procesos posteriores, para que, si así lo desean, consoliden su fe en nuestras comunidades.

Guía de estilo Marianista