Recojo aquí la cita que hace Ignacio Otaño de Pablo VI hablando de la misión marianista, para insistir en la importancia del testimonio radical y en la vanguardia de la misión que estamos llamados a dar.

“En los religiosos, subraya el valor evangelizador tanto de su testimonio, encarnando la Iglesia «sedienta de lo absoluto de Dios» y «deseosa de entregarse al radicalismo de las bienaventuranzas», como de su actividad, a menudo «en la vanguardia de la misión»” (Pág. 4)

Por otra parte, desde CONFER nos animan a “recuperar el rostro de la verdad, la bondad, la unidad y la belleza en la Vida Religiosa”. Las cuatro se han de dar a la vez y nos lanzan la siguiente pregunta: “¿Tenemos la vida consagrada más bella, más buena y más unida?” Responder a esa pregunta nos dará el camino que lleva a la verdad.

En esta clave, vemos que hay comunidades a las que les falta la savia del amor, están juntas pero no se aman en realidad, no hay perihoresis. Cuando esto falta la comunidad no es profética. Hemos sido llamados a amar pero, a veces, parecemos llamados a aguantar. Debemos mostrarnos como aquellos que son seducidos por alguien, no como aquellos que son empleados de alguien. 

Es cierto que a veces tendremos que ser testigos en el trabajo, pero, también ahí, la gente descubrirá algo distinto en nosotros si somos capaces de dar testimonio de que el trabajo lo hacemos como seducidos, no como empleados resignados. Con el gozo con el que trabajaron aquellos jornaleros contratados en la última hora del día y pudieron ofrecer también su esfuerzo para la construcción del reino.

En contra de lo que a veces parece o se vende en la sociedad, el final del camino nada tiene que ver con la decadencia. El hombre interior se hace cada vez más bello. Como el vino bueno se añeja. La belleza de la vida consagrada adquiere muchos quilates al final, si ha vivido su vocación cada día. De la misma manera, en el matrimonio, la belleza está al final de una vocación vivida cuando los frutos son más visibles.

En esta línea, es importante ser testigos ejemplares de la manera en que afrontamos el dolor de la cruz. Las personas que viven el máximo dolor y descubren la belleza en Jesús crucificado, nos conmueven. La vivencia de nuestra debilidad y fragilidad por la edad, puede ser un lugar para hablar de la belleza extrema si nos formamos, cuidamos y cultivamos para vivir de esta manera el deterioro fruto de la edad.

Una fuente fundamental de testimonio es la propia comunidad. Decía San Agustín que “Ves la trinidad si ves el amor” por eso, nuestras relaciones comunitarias son las que muestran o no, la verdadera presencia trinitaria de Dios. Por eso, nuestra prioridad en la vida religiosa, debería ser vivir en comunión, con “un solo corazón y una sola alma”, con todo en común. La Iglesia está llamada a ser icono de la comunión de Dios y nuestro carisma nos empuja especialmente a ello. No podemos creer en un Dios comunión, sin vivir dicha comunión, salvo que sea un creer intelectual. En cambio, si vivimos la comunión, podemos amar al enemigo y reflejar la belleza que hay en ello.

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