Cuando vienes de fuera, al entrar en una celebración o en una oración de una comunidad fuertemente constituida, la primera impresión puede ser de postureo, de gente que no se cree lo que dice o hace, que sólo quiere llamar la atención y que le vean o le identifiquen con un grupo determinado, pero, cuando conoces a la gente, escuchas lo que piensa y siente y ves cómo se comportan y afrontan la vida, ves que igual es el Espíritu el que está actuando. Es lo bueno de la gran comunidad, que te acerca a gente distinta, tocada de alguna manera por el Espíritu, y que te anima a abrirte a ti también a su acción, eliminando prejuicios y barreras que pones tú mismo entre Dios y tú.
Todos nuestros encuentros de gran comunidad de fe deberían ser momentos para invocar al Espíritu y recibirlo como comunidad.

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