Poco a poco la pequeña comunidad ha de ir dando pasos derribando las barreras que les separan de los acompañantes mayores y de las otras comunidades que se integran en la gran comunidad.

Un fenómeno “curioso” es que muchos de nuestros jóvenes se prestan a acompañar a chicos y chicas de los grupos de fe, pero a su vez, ellos no se dejan acompañar por gente mayor. No se sienten cómodos, o no creen necesitar este apoyo y prefieren quedarse en los iguales como únicos referentes. Como acompañantes, no debemos hacernos “como uno más” entre los jóvenes sino lograr que nos reconozcan como “de su estilo”. Han de ser ellos los que nos autoricen, hemos de ganar la confianza para ser sus acompañantes. En algunos casos, además, no se sienten cómodos hablando de ciertos temas con religiosos o con gente mayor a quienes les atribuyen estereotipos culturales o formas de pensar predeterminadas que les hacen sentirse juzgados o incomprendidos. Este halo de perfección, clericalismo o ideologías se vuelve una barrera en el acompañamiento a una comunidad que inicia su recorrido.

Esto contrasta con lo que nos cuenta Ignacio Otaño de los orígenes de la Compañía de María y de cómo Chaminade acompañaba a esos primeros religiosos: “Unidos entre ellos por la amistad desde hacía tiempo, tenían una confianza ilimitada de unos con otros y con el P. Chaminade. […] Ni rigoristas ni exclusivos, ni aferrados a los usos y costumbres antiguos y accesorios, desprendidos de todo prejuicio y de toda influencia de partido, los nuevos religiosos iban sencillamente a Dios. […] No tomaron ningún hábito. Se acordó también evitar todo lo que de alguna manera podría llamar la atención. Se evitó la denominación de Padre, Hermano, Superior…Se llamaban ‘señor…’ (Don…). Por lo demás, esa ausencia de formas monacales era una de las razones de ser de la Compañía de María.” Es lo que se recoge también en la frase clásica de “Estar en el mundo sin ser del mundo”. 

Sin embargo, ahora no estamos en esta posición. Hace 30 años, cuando los religiosos empezaban a dar clase, o a dirigir internados, se llevaban muy pocos años con los jóvenes, para bien o para mal. Ahora no hay ningún religioso, ni los mal llamados jóvenes, que se lleve menos de 30 o 40 años con los jóvenes. Sin embargo, estamos igualmente llamados a ganarnos la confianza y el respeto para que vean en nosotros unos compañeros de camino que no sólo no necesitan ser cercanos en edad, sino que además, por no serlo, tienen más que aportarles.

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