Durante el tiempo de iniciación de la comunidad, es bueno hablar explícitamente del proceso con la comunidad, para tomar conciencia de los pasos que se van dando y hacia dónde se camina. Esto es algo que ha de hacer el acompañante y para lo cual, hace falta tener un itinerario claro y conocido.
Así mismo, es importante acotar mejor los momentos vitales en las actividades que se convocan y a quién se dirigen, porque, está bien que convivan distintas realidades para que sean testigos unos de otros, pero también hace falta compartir un clima común, sobre todo cuando se están iniciando en algo para respetar los tiempos de cada uno. El acento no tiene por qué estar siempre en la edad sino en lo que está viviendo la gente y esto a ciertas edades puede ser más variable.
Durante esta parte del itinerario que llamamos de iniciación, es bueno tener contactos cada vez más frecuentes con los miembros más comprometidos. Por ejemplo, en el caso de Fraternidades, con los consagrados temporales o definitivos. Veamos cómo enfocaban esto en la Madeleine:
Esta etapa termina con la confesión y la comunión, que algunos reciben por primera vez. Si, después de esa etapa, desean continuar su crecimiento cristiano en la congregación, ingresan en el grupo de candidatos («approbanistes»). Es la etapa de preparación a la consagración. Hacen una promesa y empiezan a vivir más intensamente de la vida de la congregación por contactos cada vez más frecuentes con los ya consagrados. Sigue haciéndose la cristianización en el seno de la comunidad […] Se dedican también a la enseñanza por ser una necesidad urgente del momento y también por su proyección para el futuro de las personas y de la sociedad […] Se convierte en un auténtico vivero de la congregación. (Pág. 37)
En materia de formación vemos una necesidad muy grande de un itinerario concreto con los temas sobre los que sí o sí han de estar formados. La experiencia nos muestra que los jóvenes, como cualquier otra persona, no saben lo que no saben y pedirles a ellos que elijan de qué quieren formarse, no les va a llevar probablemente a un buen itinerario formativo. La escucha de las inquietudes de los jóvenes es innegociable, pero esa escucha ha de ser un proceso serio y servir para definir el itinerario, no ser una mera lluvia de ideas para elegir el tema de la siguiente reunión o los temas del curso.
Finalmente, un itinerario, no se refiere sólo a los contenidos, también marca una pauta para generar un hábito. Por eso, puede ser bueno, al principio, ser estricto y marcar mucho a los jóvenes. Por ejemplo, si la comunidad de fe celebra la eucaristía a las 20:30, podríamos pedirles que las reuniones sean todos los domingos a las 19:00 y participar juntos en la Eucaristía. Y, a quien no pueda cumplir esa condición, ofrecerle un seguimiento personal alternativo, pero no condicionar al resto, para poder así establecer una rutina que visibiliza a la comunidad y evita la dispersión. Esto puede parecer estricto y contrario al espíritu de los jóvenes, pero en realidad uno no elige cuándo es el partido de fútbol o cuándo es la oración de Hakuna.

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