Hoy en día, hay un sentimiento muy fuerte de orfandad, por eso, los jóvenes, necesitan personas que estén dispuestas a ser padres y madres espirituales. Y, en ese ser padre o madre espiritual, también hay que saber dejar espacio para la relación entre hermanos, primos y amigos, es decir, entre iguales. No es natural ni bueno que un niño se relacione sólo o mayoritariamente con sus padres y los amigos de sus padres, sus tíos y abuelos.

Sobre este equilibrio entre cuidar y dar espacio nos habla Ignacio Otaño al referirse a los primeros congregantes:

[Chaminade] no quería que la presencia de hombres de edad en la congregación de jóvenes desnaturalizase precisamente su carácter juvenil. Por otra parte, para los jóvenes era importante la presencia, el apoyo, la experiencia, la perspectiva de cristianos experimentados. Se crea entonces la agregación, compuesta por los padres de familia y por los solteros de edad madura, que tiene como uno de sus objetivos ese apoyo a los jóvenes. En sus estatutos se declaraba que la congregación de jóvenes constituía la obra de nuestro corazón: «nada de cuanto pueda interesar a estos jóvenes nos es ajeno; los consideramos unidos a nosotros con los más estrechos vínculos. Trabajar por su edificación en la piedad y por su sostenimiento en la sociedad civil es el deber más querido de nuestro corazón” (Pág. 38)

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