Es importante que, desde el principio, los jóvenes tomen conciencia de que hay una comunidad mayor, para eso, una estrategia podría ser la de proponer que parte de la reunión de mi pequeño grupo sea conjunta con el resto de fraternidades de 1º año y la otra sea con la pequeña comunidad. Esto hay que equilibrarlo muy bien con la necesidad, mucho mayor, de que los jóvenes se conviertan, primero, en comunidad entre ellos, cosa nada obvia y que no ocurre de forma espontánea al salir del colegio. Si los juntamos porque vienen pocos, en realidad ya estamos teniendo un problema de creación de la comunidad y mezclarlos con otra gente puede romper más aún el vínculo entre ellos.
Por otra parte, solemos invitar a los jóvenes a un montón de cosas, como si la saturación en la oferta fuese a aumentar la probabilidad de su participación en algo. Además, muchas de las cosas que convocamos, no las vivimos nosotros mismos. Son propuestas artificiales creadas para atraer a los jóvenes, o bien que hacemos por inercia, manteniendo algo que un día funcionó pero que ha ido muriendo. En lugar de eso, deberíamos invitar a lo que hacemos y vivimos por gusto, para que el éxito no dependa de la presencia de los jóvenes si no de la presencia de Dios. No es lo mismo que el joven me vea rezar que que me vea dirigir o estar de espectador en una oración. Lo que se vive se ve y se contagia.

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