Hablando con los jóvenes vemos claro cómo el acompañante condiciona positiva o negativamente la experiencia futura en el itinerario de fe. Los propios jóvenes hablan de cómo se han sentido vinculados e interpelados o todo lo contrario. No vale cualquier persona, tiene que ser alguien que viva la fe según el carisma marianista, alguien cercano a su realidad y, sin duda, movido por el Espíritu. Pensemos que se trata de un referente, un testigo, no un mero agente externo o un catequista tradicional.

Al mismo tiempo que conocemos el ideal, deberíamos ser sinceros y asumir que, actualmente, la mayoría de nuestros educadores, no vienen con un bagaje cristiano maduro, o directamente no son cristianos y, por otro lado, no suelen tener un proyecto de vida asentado. Nos hacemos trampas si continuamos haciéndolo todo como si esta realidad no existiera. Además, esta realidad no es fruto de un mal proceso de selección de personal en nuestros colegios, sino reflejo del panorama actual de la sociedad. 

En todo caso, si lo comparamos honradamente con otras épocas, incluso con cuando todo el claustro lo componían religiosos, no sé si podríamos asegurar que estuviesen más preparados para llevar una oración como las que pedimos ahora, ni que se trabajase tanto la pastoral.

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