Escolar

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Todo lo que ocurre hasta que el joven abandona el colegio. Actividades de pastoral colegial, en parroquias, extraescolares, Scout, Guinomai, catecumenado, etc.

  • Itinerario – Escolar [10]

    Itinerario – Escolar [10]

    Para fortalecer el crecimiento espiritual de los jóvenes, debemos exigir calidad y compromiso en los itinerarios pastorales, evitando interrupciones y promoviendo la cohesión en todas las etapas educativas. La creatividad individual no debe obstaculizar un plan común, fomentando así una experiencia de fe continua y en comunidad. Ver contenido

  • Formación – Escolar [4]

    Formación – Escolar [4]

    Priorizamos la formación de nuestros acompañantes, dedicando una reunión mensual para elevar su calidad. Reconocemos sus dificultades personales y la importancia del acompañamiento mutuo. Elevar su experiencia espiritual es crucial para cultivar una fe viva en los jóvenes. Inspirados en los congregantes de La Madeleine, creamos un catecumenado para nuevos aspirantes. Ver contenido

  • Protagonismo – Escolar [3]

    Protagonismo – Escolar [3]

    Es fundamental despersonalizar las actividades y proyectos para permitir su evolución continua, sin dependencia de una sola persona. Cada actividad forma parte de un proceso mayor y no debe ser propiedad de un individuo. Los laicos pueden liderar actividades pastorales con éxito, mientras que las ramas religiosas deben acompañar y apoyar, no controlar. La autoridad… Ver contenido

  • Apasionar – Escolar [2]

    Apasionar – Escolar [2]

    Para atraer a los jóvenes, no es necesario rebajar el nivel de nuestras actividades, sino transmitir pasión y entusiasmo en lo que les ofrecemos. Los jóvenes prefieren encuentros intensos y con contenido significativo. Es como preferir a un profesor apasionado por su materia sobre uno que apenas muestra interés. En nuestras actividades, debemos poner vida… Ver contenido

  • Entorno – Escolar [2]

    Entorno – Escolar [2]

    Es importante que las dinámicas en grupos de fe y Scouts se realicen en entornos reducidos y estables, especialmente para los jóvenes. A menudo, los jóvenes tienden a separarse en tribus en busca de su entorno seguro. Por lo tanto, es fundamental que nuestros grupos fomenten un ambiente de encuentro seguro para todos, promoviendo la… Ver contenido

  • Iguales – Escolar [2]

    Iguales – Escolar [2]

    Una forma efectiva de fortalecer los lazos entre generaciones es involucrar a jóvenes recién salidos del colegio en actividades como la catequesis de confirmación o acompañamiento en ejercicios escolares, junto a personas mayores. Esto recupera el modelo original de jóvenes guiando a jóvenes, con el respaldo de adultos que aportan profundidad a las interacciones. La… Ver contenido

  • Palabra – Escolar [2]

    Palabra – Escolar [2]

    La explicación de la Palabra de Dios debe ser contagiosa y relevante para los jóvenes. Es crucial evitar sustituir el Evangelio por textos contemporáneos sin vida o integrarlo sin sentido en dinámicas. Necesitamos hacerlo contemporáneo y significativo, como un profesor apasionado por su materia. Ver contenido

  • Escucha – Escolar [2]

    Escucha – Escolar [2]

    La urgencia y el exceso de propuestas pueden impedir la escucha genuina de los jóvenes. Este diálogo requiere tiempo, paciencia y la disposición a aceptar resultados imperfectos. Es tentador hacer las cosas a nuestra manera para evitar riesgos, pero esto puede alienar a la comunidad. Escuchar va más allá de aceptar sus opiniones; implica reformularlas… Ver contenido

  • Acompañamiento – Escolar [2]

    Acompañamiento – Escolar [2]

    El acompañamiento efectivo en la fe se logra mejor con alguien cercano pero un paso adelante en experiencia. Por eso, para guiar a un joven, es ideal contar con otro joven que haya vivido intensamente la fe. Sin embargo, es crucial que los jóvenes también tengan referentes mayores que marquen la dirección y les acompañen… Ver contenido

  • Hábitos – Escolar [2]

    Hábitos – Escolar [2]

    La cultura religiosa se adquiere a través de ritos, signos y hábitos que se enseñan desde la infancia. Es crucial establecer un lugar sagrado donde los jóvenes puedan encontrarse con Dios. El Encuentro con Jesús ha sido un paso positivo en esta dirección, pero debemos adaptarlo a cada etapa de la vida. La fe no… Ver contenido

  • Instrumentalización – Escolar [2]

    Instrumentalización – Escolar [2]

    A menudo caemos en discursos contradictorios al centrarnos en cubrir huecos en lugar de atender a las necesidades reales. Cargamos de responsabilidades a colaboradores que no viven la fe, generando una pérdida de hondura. Culparlos por los fallos y ignorar sus opiniones refleja que los consideramos meros instrumentos para nuestros proyectos, no verdaderos colaboradores. Ver contenido

  • Acompañantes – Escolar [2]

    Acompañantes – Escolar [2]

    El acompañante marca la experiencia en el camino de fe. Debe reflejar el carisma marianista y ser un testigo auténtico, no solo un catequista. Reconozcamos la realidad: muchos educadores no tienen un bagaje cristiano maduro. ¿Estamos adaptándonos a esta nueva realidad? Ver contenido

  • Libertad – Escolar [1]

    Libertad – Escolar [1]

    A los monitores se les debe exigir un compromiso constante. Libertad y responsabilidad van de la mano; cuando asumen una tarea, deben responder con responsabilidad. La rotación frecuente de monitores no favorece la formación de vínculos sólidos entre los jóvenes y sus referentes. Esta situación se asemeja al contexto educativo, donde la constante rotación de… Ver contenido

  • Visibilizar – Escolar [1]

    Visibilizar – Escolar [1]

    La conexión real con los jóvenes implica vivir experiencias compartidas. Esto aplica tanto a los monitores como a los profesores. Compartir la vida con los jóvenes construye vínculos de familia y reemplaza los prejuicios con valoraciones basadas en la experiencia personal. Ver contenido

  • Plan – Escolar [1]

    Plan – Escolar [1]

    Chaminade visionó la recristianización de Francia a través de la educación escolar como medio efectivo. Hoy, con la influencia masiva de la tecnología, debemos replantear estrategias que aborden los nuevos agentes de formación cultural y pensamiento, sin perder de vista la importancia de la educación religiosa. Ver contenido

  • Barreras – Escolar [1]

    Barreras – Escolar [1]

    Al organizar actividades como ejercicios espirituales para jóvenes, es crucial considerar sus necesidades de descanso y distracción. Programar tiempos de descanso con actividades lúdicas dirigidas ayuda a mantener la dinámica y evitar conflictos por falta de claridad en los tiempos libres. Ver contenido

  • Fervor – Escolar [1]

    Fervor – Escolar [1]

    Necesitamos revitalizar nuestras celebraciones eucarísticas para atraer a los jóvenes. Las expresiones de alegría y participación activa son clave. Aunque sea desafiante, debemos adaptarnos para transmitir la alegría de la fe de manera auténtica y relevante para las nuevas generaciones. Ver contenido

  • Reconocimiento – Escolar [1]

    Reconocimiento – Escolar [1]

    Después de la escuela, la relación entre profesor y alumno debe evolucionar hacia una de igual a igual para facilitar el diálogo intergeneracional. Esta transición debe comenzar en los últimos años escolares, manteniendo la separación adecuada pero reconociendo al alumno como un adulto con responsabilidades. Ver contenido

  • Testimonio – Escolar [1]

    Testimonio – Escolar [1]

    El ejemplo de Jesús al servir como esclavo de sus discípulos nos llama a imitar su actitud de servicio. El testimonio de profesores, padres y exalumnos haciendo voluntariado en los mismos lugares que los jóvenes, ayuda a inculcar la idea de servicio como parte integral de la vida, no solo como una actividad escolar. Esta… Ver contenido

  • Preparación – Escolar [1]

    Preparación – Escolar [1]

    La importancia de la preparación y la estructura en las actividades se ve eclipsada por la inmediatez. Es crucial planificar con detalle, tener objetivos claros y contenidos bien preparados. Sacrificar algunas propuestas anuales permite dedicar más tiempo a la preparación, generando resultados de mayor calidad y profundidad. Ver contenido

  • Fe – Escolar [1]

    Fe – Escolar [1]

    En la pastoral académica, es crucial no solo ofrecer actividades intelectuales o litúrgicas de calidad, sino crear un ambiente propicio para vivir la fe. Si los estudiantes no experimentan la fe y la comunidad en su día a día, es poco probable que la busquen después. Debemos replantear nuestras estrategias para ser más explícitos en… Ver contenido

  • Evaluación – Escolar [1]

    Evaluación – Escolar [1]

    A pesar de no ver resultados inmediatos, sembramos semillas de fe en iniciativas escolares. La paciencia revela frutos a largo plazo, como testimonian grupos como Guinomai, donde exmiembros reconocen la importancia de su experiencia en la maduración de su fe. No obstante, debemos evaluar críticamente nuestras acciones y reconocer carencias. Ver contenido

  • Vacío – Escolar [1]

    Vacío – Escolar [1]

    Es fundamental reconectar las actividades de voluntariado con la experiencia de fe y no separarlas de la pastoral. No podemos ofrecer vivencias vacías a los jóvenes ni desligar el servicio al prójimo de la comprensión del mundo y lo trascendente. La educación integral implica integrar la dimensión misionera en el voluntariado, para que los jóvenes… Ver contenido

  • Apertura – Escolar [1]

    Apertura – Escolar [1]

    La fe no puede ser relegada a lo voluntario o subordinada a otras actividades. Aplazar actividades de fe durante exámenes transmite un mensaje erróneo: la fe no es el eje central. Esta actitud genera cristianos adornados con la fe en lugar de vivirla auténticamente. Ver contenido

  • María – Escolar [1]

    María – Escolar [1]

    Como marianistas, debemos reflexionar sobre cómo realmente damos a conocer a María. Es crucial recuperar el sentido original de nuestras iniciativas pastorales y corregir cualquier desviación en lugar de defenderlas como tradiciones que nos identifican. El medio no puede ser el fin en sí mismo. Necesitamos asegurarnos de que nuestras iniciativas pastorales reflejen verdaderamente la… Ver contenido

  • Experiencia – Escolar [1]

    Experiencia – Escolar [1]

    Ofrecemos más actividades de servicio en colegios, pero falta acompañamiento para que las experiencias se conviertan en transformadoras. Al desconectar el servicio de la fe, se convierte en mero voluntariado personal. Necesitamos recursos para acompañar a los jóvenes y convertir el servicio en una experiencia de entrega por el Reino, acercándolos al encuentro con Jesús. Ver contenido

  • Implicación – Escolar [1]

    Implicación – Escolar [1]

    La presencia de acompañantes sensibles a la fe es crucial en colegios marianistas, pero muchos empleados no comparten esta sensibilidad. Los laicos comprometidos pueden suplir esta carencia, ofreciendo apoyo y testimonio en diversas actividades escolares. Esto enriquece la experiencia del alumno y devuelve el protagonismo a los laicos en la misión de propagar la fe… Ver contenido

  • Responsabilidad – Escolar [1]

    Responsabilidad – Escolar [1]

    Ignacio Otaño resalta el método pedagógico de Chaminade, que dividía las clases en grupos liderados por un estudiante, fomentando la colaboración y la responsabilidad. Esta forma de enseñar no solo promovía el aprendizaje, sino que también preparaba a los jóvenes para enfrentar la vida real y ejercer roles profesionales. Ver contenido

  • En los itinerarios de fe hemos adquirido un miedo a pedir dedicación y compromiso a nuestro jóvenes y así, devaluamos nuestra propuesta ofreciendo itinerarios intermitentes o que se interrumpen y no llegan a nada. Al contrario, deberíamos ser más exigentes en la cantidad de reuniones y, a su vez, exigirnos a nosotros mismos que sean significativas y de calidad. No podemos hacerles perder el tiempo. 

    Si les observamos, en tiempo de exámenes, no dejan de ir a entrenar o de hacer otras cosas como comer, y tanto el deporte como los exámenes, son cosas que, en algún momento de la vida abandonarán, mientras que la fe, como el comer, debería acompañarles toda la vida.

    El itinerario pastoral en los colegios ha de estar muy cuidado y ser coherente en todas las etapas, pues pone en marcha un proceso a largo plazo que antes o después dará sus frutos. Sin embargo, muchas veces intoxicamos o interrumpimos ese proceso con iniciativas personales cruzadas que no prestan atención al itinerario acordado.

    Muchas veces vemos que no hay itinerario, solo buena voluntad y buenas iniciativas que habría que reconducir. En este sentido, observamos lugares en los que falta dicha continuidad y estilo en el proceso. Por ejemplo: el grupo de 5º y 6º tiene un estilo y programa y lo llevan unas personas, luego, en secundaria aparece otro estilo, otro nombre para el grupo de fe, otros acompañantes y otro público, en bachillerato ofrecemos catequesis de Confirmación y se apuntan otros chicos, lo llevan otras personas, con otro estilo y surgen en paralelo otras iniciativas, otra vez con otras personas, otros destinatarios y otro estilo. En un contexto así, están todas las piezas del proceso, pero los chicos no las viven de principio a fin como un mismo proceso y esto no es respetar la diversidad ni la tradición, sino movernos por corralitos y derechos adquiridos de personas determinadas que no miran por el bien de los jóvenes y su proceso de integración en una comunidad de fe más amplia.

    Debo ir más allá de mi corral y colaborar con los que trabajan con los jóvenes antes que yo y después que yo para hacer procesos continuos y no compartimentos estancos. Y, en lugar de llevar a los jóvenes de corral en corral, ponernos todos en un punto de la cinta transportadora por la que van pasando los jóvenes y aportar algo a su camino sin entorpecerlo.

    Ese camino ha de llevar, según nuestro carisma, a vivir la fe en comunidad y, para eso, en el colegio, debemos trabajar mejor la cohesión de todas las partes de un mismo grupo de fe para que sea un proceso continuo que desemboque en las comunidades laicas marianistas de forma natural contagiando el deseo de vivir la fe en comunidad.

    Sabemos que la realidad de la persona no cambia de un colegio a otro, cambiarán los medios, pero las necesidades antropológicas últimas son las mismas, por eso es bueno tener un itinerario común y bien pensado, para que todos los agentes educadores en la fe, comprendan en qué sitio están del colegio y les podamos ofrecer herramientas para poder llevar a cabo su acción concreta dentro del proceso, aprovechando la creatividad de las personas de cada centro, pero sin que nuestros jóvenes están a merced de esa creatividad.

    A veces, esa creatividad que viene de la mano de nuestro ego, hace que nos resistamos a seguir un proyecto provincial común y no propio. Debemos esforzarnos por seguir un proyecto provincial común donde el fundamento educativo y las fases estén claras y bien asentadas aunque haya aspectos que veamos mejorables o que nos gustaría enfocar de otra manera. Gracias a Dios, en nuestro carisma y nuestra institución, es muy fácil participar sinodalmente de estos procesos de creación de itinerarios y planes, si queremos hacerlo.

    Ese itinerario común nos permite trabajar en cada etapa lo propio de esa edad, por ejemplo: En infantil, trabajar con los padres, en primaria adquirir hábitos y autonomía, en primer ciclo de ESO crear vínculos a los que se puedan agarrar cuando vengan los conflictos, en ESO y BTO acompañar y en BTO ofrecer una propuesta pastoral madura para su edad. Cuando todo queda a criterio del propio educador, actuará desde sus gustos, intuiciones y capacidades, pudiendo ofrecer el mismo contenido y material a cualquier edad porque es lo que ha recibido esa semana por WhatsApp y le ha tocado mucho personalmente.

    El trabajo continuado de varios años desde distintos frentes con un itinerario, va haciendo mella para que la disposición a las cosas de fe y, en general, el clima de reflexión sea mejor. Lo vemos en otros carismas y también en el nuestro lo estamos percibiendo ya con el Encuentro con Jesús.

    Sin embargo, durante varias décadas, debido a la inmediatez que nos envuelve, los colegios han ido perdiendo perspectiva, centrándose en pequeños proyectos y leyes que van surgiendo, para dar respuesta a lo del momento, en lugar de cuidar el proyecto educativo fundamentado en el carisma. En este sentido, todo el proceso del REM podría ayudar si somos capaces de elevar la mirada y dejamos de ver sólo lo inmediato y sólo mi parcela.

  • Somos muy conscientes de la falta de formación que tienen nuestros acompañantes, sean jóvenes monitores, o profesores que acompañan actividades pastorales. A la vez, vemos que la dedicación de los acompañantes es elevada y muchas veces no pueden sacar más horas. Ante esta realidad, hay un modelo que, aunque no es el ideal, puede servir en algunos contextos para crecer más rápido: Se trata de dedicar una de las reuniones del mes a la formación, en lugar de tener la sesión normal con los destinatarios. Así, ofrecemos la formación de nuestros agentes, dentro del propio compromiso horario que han adquirido, elevando la calidad del grupo, prescindiendo, únicamente, de una reunión al mes.

    En esos tiempos de formación, es necesario acoger sin juicio sus dudas y tomar conciencia de lo duro que les resulta tener que acompañar grupos de fe en medio de sus propias crisis o incluso rechazos de la fe. Si no tienen la confianza suficiente con los referentes del grupo, tratarán de ocultarlo, generando un déficit cada vez mayor en la experiencia de los participantes, que son educados por este monitor.

    Además de la formación, y pensando más en sus crisis personales, vemos que los monitores necesitan ser acompañados, pero les cuesta pedirlo o lo rechazan. Sin embargo, nosotros les pedimos que hagan acompañamiento de los chavales y ellos mismos se ofrecen para hacerlo. El que no es acompañado, porque cree que no lo necesita, fácilmente confundirá su misión de acompañar con la de resolver los problemas del otro o con otras cosas que no son acompañamiento.

    Finalmente, vemos la necesidad de actuar sobre las espirales degenerativas en los grupos de fe, elevando la experiencia de Dios de los monitores. Esto cambiará de forma rápida y eficaz el rumbo hacia el plan original que es muy bueno, mientras que, si seguimos fomentando que los acompañantes de nuestros chavales sean personas sin experiencia de Dios, cada vez será más difícil que en un grupo de fe se cultive la fe.

    Acabada la etapa escolar, hay jóvenes que buscan un referente que les enseñe cosas y les guíe, por eso, la figura de un asesor formado es clave para ellos y no les vale cualquier persona. Pensando en la influencia del acompañante, sobre todo en edades escolares, en grupos de fe y catecumenado, podemos decir que el éxito o el fracaso de la creación de la comunidad, al dejar la etapa escolar, va a estar muy condicionado por el carisma y formación del catequista o monitor último que hayan tenido.

    Veamos cómo enfocaban esto, los congregantes, al comienzo en la Madeleine:

    A esa idea responde la iniciativa de crear, dentro de la congregación, una especie de catecumenado para los llamados aspirantes «pretendants», que deben tener más de 16 años y menos de 36. En principio, son jóvenes que no han tenido una educación cristiana o la han olvidado.  Un congregante «introductor» se ocupa de ellos: debe ser profundamente religioso pero también compañero alegre y no beato. Incluso el Directorio dice que: «conviene que su piedad no se haga descubrir plenamente porque debemos tratar con cuidado los ojos que tienen miedo a la luz. El introductor debe ser de una conducta regular y edificante sin renunciar a las distracciones de la juventud… Se trata de sostener las fuerzas del aspirante, de ayudarle, no de importunarle… Hay que cuidarle con la ternura con que se ama un tierno pajarillo… Todo lo que la religión tiene de encanto, todo lo que la virtud tiene de más amable debe prodigarse a este neófito como la leche al niño de pecho» (Pág. 37)

  • El ritmo de las actividades y la búsqueda de resultados hacen que, sobre todo en la etapa escolar, cada actividad o proyecto dependa de una sola persona, y, generalmente, para todo, la misma. Por eso sería conveniente despersonalizar las actividades para que puedan evolucionar como procesos vivos y en continua revisión, bien pensados y estructurados sin protagonismos excesivos, sean buscados o asumidos.

    Al haber confiado tareas a personas cada actividad ha seguido una evolución y tradición diferente, a la medida de su encargado y separada o enfrentada con las de su alrededor o de otras ciudades. Pero, en realidad, cada actividad es parte de un proceso mayor, no propiedad de su encargado y debemos renunciar a ese protagonismo personal y mirar a los procesos globales, integrándonos en ellos como una pieza más del engranaje.

    Hace tiempo que vemos actividades pastorales en las que no hay un religioso, ni un sacerdote controlando todo lo que hace el equipo. Es un laico con su equipo el que tiene vía libre para hacer lo que considere oportuno y funcionan muy bien. El papel de las ramas será acompañar a ese equipo, ponerse a su servicio, pero no conducirlo ni liderarlo. Los protagonistas son ellos.

    En la misma línea, por ejemplo a la hora de llevar unos ejercicios espirituales, la presencia del cura se puede reservar a momentos puntuales del perdón y la Eucaristía y su voz no tendría por qué ser más autorizada que la de un laico formado, por su sola condición de cura o religioso. De lo contrario, seguiremos fomentando una cultura clerical que no favorece a nadie.

  • Nos da miedo espantar a los jóvenes, por eso caemos en la tentación de rebajar el nivel de todo lo que hacemos o hacerlo todo libre o a su elección, para que los jóvenes lo acojan mejor. Pero, para enganchar a los chicos, lo importante no es que el contenido sea “light”, lo importante es que al acompañante le apasione lo que les cuenta y sea capaz de contagiar ese entusiasmo. 

    Hablando con grupos de jóvenes llegan a decir que prefieren reuniones más intensas, con más contenido, antes que estar hablando cada semana de cómo les ha ido el fin de semana. Si lo pensamos en clave de profesores, al final todo el mundo prefiere al que ama su asignatura, aunque sea el más exigente y el que dé más materia antes que al colega que nunca sabes de qué va a hablar y cuestiona la importancia del temario.

    En la misma clave de apasionar en lo que hacemos, podemos fijarnos en cómo presentamos las actividades, la actitud y el interés que les ponemos, si ponemos vida o sólo leemos fichas. Esto es más exagerado cuando se trata de oraciones y celebraciones en que conviene dirigirlas de forma pausada y apasionada, sin sobreactuar, desde luego, pero para contagiar más que para dirigir.

  • Siempre que se pueda, pero especialmente si son más jóvenes, parece que la respuesta es mejor si las dinámicas en las que hay que compartir a un nivel más personal se hacen en grupos reducidos y estables.

    La tendencia de los chicos y chicas es a separarse por tribus buscando su entorno seguro y, nuestros grupos de fe y Scouts, pueden alimentar fácilmente esa segregación, si no ponemos atención. Sin embargo, nuestros grupos, deberían ser lugar de encuentro seguro para todos los alumnos en su diversidad, y educar y fomentar en la construcción de esos espacios seguros de encuentro y comunión entre diferentes como seña de identidad.

  • Una buena forma de estrechar lazos haciendo cosas juntos puede ser, contar con jóvenes que acaban de salir del colegio, por ejemplo, para dar catequesis de confirmación, combinando a un joven con alguien más mayor. O, en unos ejercicios del colegio, apoyarse en algunos jóvenes que acompañen la experiencia junto a los profesores. Lo mismo entre alumnos mayores con más pequeños. El objetivo es conseguir referentes más cercanos a los destinatarios e ir regenerando el vínculo entre generaciones. Es decir, adoptar el modelo, que está en los orígenes de nuestra pedagogía, de jóvenes acompañando a jóvenes, con gente más mayor que apoye a los jóvenes y le de más hondura a las reuniones.

    La fe no se da, sólo se puede despertar, por eso, hay que crear contextos, dinámicas, y entornos seguros. Es decir: comunidades de iguales, que posibiliten el despertar de la fe. Un lugar privilegiado de encuentro con Dios es el prójimo, “el otro” se puede convertir en mensajero de Dios, para mí.

  • El entusiasmo de quien explica la Palabra de Dios se contagia y propicia el encuentro con Jesús, sin embargo, demasiadas veces, o bien sustituimos el Evangelio por otros textos poéticos contemporáneos, o bien lo metemos sin sentido en las dinámicas, sin dotarlo de vida, empleando traducciones inadecuadas para los jóvenes, o con un lenguaje incomprensible. 

    Debemos hacerlo contemporáneo, mostrando que es Palabra llena de vida y sentido para nuestro tiempo y, para eso, no basta leerlo. Piénsalo con estas asignaturas: Filosofía, historia, matemáticas, inglés… Cualquier profesor amante de su asignatura, será capaz de entusiasmar al alumno con el contenido de su materia, sea la que sea, porque el entusiasmo es suyo, no del contenido.

  • La urgencia con que hacemos las cosas y el exceso de propuestas son incompatibles con la escucha o el diálogo con los jóvenes, que requiere plazos más inciertos y resultados inesperados o imperfectos y sin duda, más trabajo. Además, de todo esto tendremos que dar cuenta nosotros como responsables últimos aunque la solución adoptada tampoco fuera de nuestro agrado. De ahí la tentación de hacer las cosas a mi manera para no arriesgar y ser más productivo. Esto nos permite sacar adelante más actividades, pero hace que estas actividades interesen cada vez a menos gente.

    Al plantearnos la escucha y el diálogo, hay que ir más allá de lo que nos digan. Por ejemplo: es importante acertar con los horarios de las propuestas que hagamos, pero ante la pregunta directa de cuándo les viene bien algo, probablemente no se pondrán de acuerdo, porque cada uno habla desde su propia agenda y prioridades, no piensan en el global de los jóvenes ni en cambiar sus actividades para que le encaje a otros. Por tanto, habrá que conocer sus intereses, pero ser capaces de reformularlos en propuestas coherentes. No es hacer lo que ellos digan, sin más.

  • El mejor acompañante en la fe de una persona es otra que le sea cercana, pero le lleve unos pasos de ventaja a la primera. Por eso, para acompañar a un joven, lo mejor sería contar con otro joven que haya vivido o esté viviendo experiencias intensas de fe y comunidad. 

    Pensando en los grupos de fe, no se puede dejar toda la responsabilidad a los jóvenes si no cuentan a su vez con referentes fuertes más mayores que ellos que marquen la línea y les acompañen, de lo contrario, el crecimiento de ese grupo, se dará en la dirección equivocada. Igual que al árbol recién plantado se le ponen unos postes al principio para que no se tuerza y coja fuerza, también el joven necesita puntos de apoyo adecuados que le orienten y acompañen.

  • Analizando distintos contextos, grupos y recorridos de fe, vemos fácilmente que la cultura y el hábito religioso se adquiere. Los ritos, los signos, los hábitos, la concepción de lo sagrado… Todo eso se puede trabajar en la escuela pero, durante mucho tiempo, lo hemos descuidado dejándonos a merced de modas o de falsas libertades que privan de referencias a la persona.

    Cuando vemos a jóvenes que, desde pequeños se han acostumbrado a vivir una serie de cosas, descubrimos que conforme van creciendo, reproducen eso mismo y lo buscan de forma natural y espontánea. Por eso, en esto de la fe, enseñarles ese lugar sagrado y seguro donde encontrarse con el Padre, es darles la herramienta más poderosa para su libertad y su felicidad.

    Desde hace algunos años estamos dando pasos muy buenos en este sentido con el Encuentro con Jesús, estableciendo esos ritos y hábitos para acercarse a lo trascendente. Debemos continuar en esa línea y hacer correctamente la adaptación a cada etapa de la vida para no caer en infantilismos o en cortar con este itinerario cuando no sepamos adaptarlo.

    Para adquirir un hábito hace falta una cadencia, una repetición y ser fiel a la misma, pero seguimos ofreciendo las cosas de la fe como hitos puntuales, sobre todo cuando el joven va siendo más mayor, porque nos creemos que, de otra forma, lo rechazarían. 

    De esta manera transmitimos el mensaje de que la fe no es lo central en la vida. Sin embargo, vemos como Hakuna tiene oraciones todas las semanas incluso en periodos de exámenes y nunca suspenden la oración por falta de gente. Lo que necesitan los jóvenes son rutinas que les marquen su semana y más en el tema de la fe. Lo mismo que el entrenamiento, las clases, la cervecita con amigos, el salir… Todo tiene una frecuencia semanal menos la fe, luego la fe no es más que la guinda que pongo a veces y que además me rompe mi rutina semanal cuando aparece y, por tanto, no encaja.

  • Muchas veces caemos en discursos contradictorios porque centramos nuestros esfuerzos en cubrir huecos en lugar de atender a las necesidades reales aunque eso suponga dejar paradas algunas cosas. 

    Así, tenemos colaboradores muy válidos pero que sabemos que no viven la fe o que están alejados de ella, pero les seguimos cargando de responsabilidades porque sabemos que nos dirán que sí. Esto genera un problema mayor de pérdida de hondura que llevamos tiempo pasando por alto.

    Además, nos atrevemos a culpar a estas personas de no vivir su fe con lo que nos acaba sirviendo para dos fines: cubrir un puesto vacante y culparlas de que las cosas no funcionen. 

    Otro indicador de que la persona es un mero instrumento para mis proyectos es lo que hacemos con sus opiniones y propuestas. Si pedimos participación, debemos ser capaces de cambiar nuestros planteamientos en función de lo que nos dicen, no hacerles creer que participan de decisiones que ya están tomadas. Tarde o temprano la persona se da cuenta de cuál es su papel en la ecuación.

  • Hablando con los jóvenes vemos claro cómo el acompañante condiciona positiva o negativamente la experiencia futura en el itinerario de fe. Los propios jóvenes hablan de cómo se han sentido vinculados e interpelados o todo lo contrario. No vale cualquier persona, tiene que ser alguien que viva la fe según el carisma marianista, alguien cercano a su realidad y, sin duda, movido por el Espíritu. Pensemos que se trata de un referente, un testigo, no un mero agente externo o un catequista tradicional.

    Al mismo tiempo que conocemos el ideal, deberíamos ser sinceros y asumir que, actualmente, la mayoría de nuestros educadores, no vienen con un bagaje cristiano maduro, o directamente no son cristianos y, por otro lado, no suelen tener un proyecto de vida asentado. Nos hacemos trampas si continuamos haciéndolo todo como si esta realidad no existiera. Además, esta realidad no es fruto de un mal proceso de selección de personal en nuestros colegios, sino reflejo del panorama actual de la sociedad. 

    En todo caso, si lo comparamos honradamente con otras épocas, incluso con cuando todo el claustro lo componían religiosos, no sé si podríamos asegurar que estuviesen más preparados para llevar una oración como las que pedimos ahora, ni que se trabajase tanto la pastoral.

  • A nuestros monitores debemos exigirles un compromiso constante. Libertad y responsabilidad no pueden ir separadas y cuando el monitor adquiere el compromiso de una tarea ha de responder con responsabilidad. No puede ser que cada semana los chicos tengan unos monitores diferentes.

    Esto lo vemos cada vez más en el profesorado, en este caso no por falta de compromiso, si no por exceso de frentes: reuniones, actividades especiales, formaciones… que hacen que al profesor haya que estar continuamente sustituyéndolo y los alumnos se acostumbren a no tener figuras de referencia y a no darle importancia cuando pasan a ser monitores.

  • Pensando en la relación con los monitores, vemos que es muy importante vivir cosas con ellos. Compartir vida con los jóvenes es clave para que te reconozcan y acepten como “de los suyos”, pues, en esa experiencia compartida, se crea un cierto vínculo de familia y se hace visible la realidad de unos y otros y los prejuicios se reemplazan por valoraciones hechas desde la experiencia personal. Esto pasa también entre alumnos y profesores, aunque, en este caso, no podemos estrechar mucho los lazos puesto que son menores de edad y la relación es de profesor-alumno y no de educador a educador.

  • Chaminade tenía un plan: recristianizar Francia, reconstruir la sociedad, y la forma que encontró como más eficiente fue la de actuar sobre los jóvenes a través de las escuelas. Así nos lo cuenta Ignacio Otaño:

    “Llevar a más de tres cuartas partes de la población los principios de la fe, a la par que los conocimientos humanos” (Pág. 76).  “los hijos se convierten en apóstoles de sus padres y su apostolado siempre produce frutos; eso me hace decir que estas escuelas son un medio de reformar el pueblo” (Pág. 76)

    Hoy, esta vía sigue siendo muy buena, pero no debemos olvidar que hay muchos otros agentes de educación masiva que no existían en la época y que están teniendo un impacto mayor en la formación del pensamiento y la transmisión de la cultura: televisión, redes sociales, plataformas de streaming, juegos online, inteligencia artificial, y lo que siga surgiendo. Será un error olvidarnos que Chaminade escogió el mejor medio de su época entre los tres únicos que tenía: la familia, la escuela y la parroquia. No estamos en la misma situación, ni de lejos y no tenemos un plan al respecto.

  • Debemos tener en cuenta que nuestro nivel de concentración en una actividad o nuestra necesidad de descanso o distensión, no es la misma que la de los jóvenes, ni la que teníamos a su edad se parece a la que tienen ahora. Por tanto, a la hora de plantear una actividad, por ejemplo unos ejercicios espirituales, será bueno programar bien los tiempos de descanso, no como tiempos libres si no con una actividad lúdica bien orientada para que obtengan el descanso que necesitan sin romper la dinámica. Si nos limitamos a dejar tiempos libres sin una oferta clara pero con una serie de prohibiciones, su tendencia será a salirse de la dinámica y volveremos al enfrentamiento de intereses.

  • En general, si preguntamos a nuestros jóvenes, falta vida en nuestras Eucaristías, por tradición tenemos unas celebraciones muy poco expresivas, con poca implicación del cuerpo donde reinan las caras largas y miradas perdidas, con cantos lentos, del siglo pasado y arrastrando las palabras. 

    Mientras, otros movimientos cristianos, sobre todo evangélicos, tienen formatos más alegres que te hacen sentir partícipe y activo involucrando otros sentidos, generando un ambiente en el que se palpa la alegría y se percibe el Espíritu en esa alegría.

    Esta expresión de los afectos es cada vez más demandada y, aunque nos pueda resultar chocante dentro de nuestra cultura o historia personal, debemos darle un espacio en lo que hacemos para que se haga patente la alegría de la Buena Noticia en nuestras celebraciones y encuentros.

  • Fijándonos en el ámbito escolar, una vez salimos del colegio, debemos evolucionar de la relación profesor-alumno, a una relación de igual a igual. Si el que ha sido profesor mío pretende verme toda la vida como su alumno y no como un adulto miembro de su misma comunidad, nunca podrá haber diálogo entre esas dos generaciones.

    Esta evolución en el reconocimiento se debe ir dando en los últimos cursos, sin desdibujar, claro está, la separación que ha de haber entre profesor y alumno, pero mostrando al alumno que comienza a caminar hacia una identidad nueva, que es reconocido por los adultos como adulto y que empieza a adquirir unas responsabilidades. Esto también hay que educarlo en la escuela, no se puede suponer que ocurrirá de manera espontánea al abandonar el colegio.

  • Jesús enseñó a servir haciéndose esclavo de sus discípulos y diciéndoles “lo que he hecho con vosotros hacedlo también vosotros”. Por eso, el testimonio de profesores, padres y alumnos mayores o antiguos alumnos haciendo voluntariado en los mismos sitios donde van los chavales, es muy enriquecedor de cara a que conciban el servicio como una parte de sus vidas y no como una mera actividad durante su etapa en el colegio.

    Donde se da este testimonio, vemos que se afianza una cultura del servicio y la entrega a los demás que multiplica el valor educativo.

  • La inmediatez hace que demos más importancia a la ejecución de muchas actividades y poca o ninguna a su preparación de manera que hacemos muchas cosas pero no siempre podemos decir que las hagamos bien. 

    Hace falta estructura y planificación, un programa que seguir, unos contenidos, un objetivo y que todo eso esté bien preparado y bien acabado. Todos sabemos distinguir cuando las cosas están bien hechas y los resultados siempre son mejores si hemos dedicado más tiempo a la preparación.

    Pero para preparar mejor las cosas, con el tiempo que tenemos, hemos de asumir que tendremos que abandonar muchas de las propuestas que lanzamos año tras año. 

    Por otro lado, si vamos dejando las cosas bien preparadas y documentadas, no será necesario repetir el trabajo año tras año y, el esfuerzo de preparación hecho un año, podrá valer para repetir dicha actividad y poder dedicarnos a preparar otra o a mejorar la primera, logrando un crecimiento mayor en calidad y hondura de lo que hacemos.

  • A la hora de pensar en la pastoral, pensamos en actividades, eventos, campañas, tiempos litúrgicos, etc. Pero, puede ocurrir que nos olvidemos de la vivencia y, estando en un entorno académico, ofrezcamos propuestas más intelectuales que vivenciales, o que, a pesar de ofrecer oraciones y celebraciones de calidad, el contexto no sea propicio para tener una verdadera experiencia de fe entre clase y clase. Con esto en la cabeza, vemos que nuestro esfuerzo muchas veces no va a producir el fruto deseado y quizá debamos replantear lo que hacemos pues, si no salen con alguna vivencia de fe y de comunidad, luego no es posible que la demanden. Debemos ser más explícitos en la vivencia de la fe en comunidad para dejar en los alumnos esa semilla.

  • Durante la etapa escolar llevamos a cabo un gran número de iniciativas para trabajar la fe de los jóvenes, sin embargo, rara vez vemos algún fruto en el corto plazo. Esto nos puede llevar a una evaluación negativa de lo que hacemos. Sin embargo, una observación a más largo plazo, nos dice que debemos tener paciencia y fe en lo que sembramos, sin dejar de ser críticos en nuestras evaluaciones. 

    Por ejemplo, en los grupos Guinomai, que en algunas ciudades llevan más de 30 años, por lo general, no vemos conversiones ni grandes frutos en el día a día, pero sembramos y, con el paso del tiempo, encontramos, cada vez a más jóvenes adultos que pasaron por dichos grupos y que, al hacer una lectura de su fe con más perspectiva, reconocen lo decisivo de su experiencia en el grupo de fe, para posibilitar otros pasos posteriores que les hicieron madurar en su relación con Dios. 

    Aún así, no debemos caer en el buenismo o el positivismo en nuestras evaluaciones y recordar que hay muchas carencias en nuestras iniciativas, empezando por recordar que no siembra igual uno que vive la fe que uno que la rechaza y que la huella que deja un sembrador o el otro, es distinta.

  • Los jóvenes enganchan muy bien con las actividades de voluntariado y no podemos ser nosotros los que se las ofrezcamos desconectadas de la fe, porque les engañamos y encima perdemos una oportunidad. Muchas veces somos nosotros los que ofrecemos vivencias vacías a los alumnos. En el caso del voluntariado, tendemos a desligarlo de la pastoral con el pretexto de abrirlo a los alumnos que no se manifiestan abiertamente cristianos, eliminando la verdadera dimensión misionera que queremos transmitir en nuestros colegios a la hora de hablar de una educación integral, donde la experiencia de servicio al prójimo no es una mera labor humanitaria desconectada de la comprensión del mundo, de la persona y de lo trascendente. Debemos reconectar el servicio con la experiencia de Dios y no escudarnos en que la pastoral ya lleva demasiadas cosas, o que hay un perfil de profesores que conecta con lo social pero no con la fe o, como decíamos al principio, que se puedan quedar fuera aquellos alumnos que no quieren oír hablar de Dios.

  • Hemos confundido apertura con hacerlo todo voluntario y relegarlo al último lugar de la vida. De esta forma, en el colegio, al hacer las cosas de fe voluntarias o supeditarlas al resto de actividades, transmitimos un mensaje confuso. 

    Pongo un ejemplo: en tiempo de exámenes y en muchas otras ocasiones, se suspenden o aplazan las actividades de fe como la catequesis. Ante esto ¿qué aprende el joven? que la fe es un complemento de la vida que va en función del resto de cosas y no el eje central que lo vertebra todo. Así sacamos al mundo cristianos que no viven desde la fe sino que se adornan con ella.

    Esa superprotección a la que sometemos a los jóvenes, especialmente entorno a los exámenes, sólo hace que generarles más ansiedad. Sin embargo, en la vida, van a tener que afrontar momentos de mucho más estrés y dificultad que los exámenes de bachillerato. En todo caso, les habremos enseñado a que cuando viene el estrés, no hay que perder el tiempo en las cosas de la fe, con lo que nunca podrán acudir a Jesús cuando estén “cansados y agobiados” para que él sea su descanso porque no lo hicieron cuando tenían edad y un contexto seguro para vivir esto. Y, probablemente, tampoco habrán sacado más nota en selectividad por saltarse cuatro reuniones de catequesis.

  • Somos marianistas y se nos presupone que damos a conocer a María, pero ¿cómo lo hacemos? Debemos recuperar el sentido de cada iniciativa que movemos, y revisar lo que se haya podido torcer en lugar de defenderlo como una supuesta tradición que nos da identidad propia. El medio no puede convertirse en el fin. 

    Si revisamos las iniciativas pastorales relacionadas con María ¿encontraremos la imagen que movía a Chaminade a la misión?

  • Cada vez ofrecemos en los colegios más actividades de servicio, pero no tenemos gente que acompañe adecuadamente a los chicos y chicas y les ayude a pasar lo vivido por el corazón convirtiendo la vivencia en experiencia quedando simplemente en vivencias intensas, que conmueven, pero que no dejan poso ni transforman a la persona. 

    Además, muchas veces, por un deseo de llegar a los no cristianos, desconectamos la experiencia de servicio de la fe, transformándola en mero voluntariado. Es decir, en algo que uno hace porque le apetece, mientras le apetece para su satisfacción o realización personal. 

    Para convertirlo en algo más habría que dedicar recursos al acompañamiento personal de los chicos, para convertir la vivencia del voluntariado en experiencia de entrega gratuita a los demás por la construcción del Reino y el anuncio de la Buena Noticia. Sólo así será una oportunidad pedagógica y acercará a nuestros alumnos al encuentro personal con Jesús.

  • La presencia de acompañantes sensibles a los temas de fe es significativa para los participantes. Sin embargo, en nuestros colegios, aunque el personal está obligado a respetar el ideario y seguirlo, no tienen por qué compartir la fe o la sensibilidad religiosa de nuestro carisma. Por eso, nos encontramos cada vez con más dificultades para que profesores y PAS sean testigos de la fe y buenos acompañantes en este sentido. 

    Por otra parte, dentro de fraternidades y CEMI, hay laicos comprometidos que, teniendo otras ocupaciones profesionales, pueden ejercer la misión de acompañar a los jóvenes en los colegios, no sólo dando catequesis, sino también, apoyando y dando testimonio en ejercicios, en encuentros especiales, convocando oraciones, con dinámicas de acompañamiento personal, etc. Esto muestra un horizonte más rico para el alumno y suple la carencia que podemos encontrar en el personal contratado de los colegios, además de implicar y devolver el protagonismo a los laicos marianistas en la misión que les dio Chaminade: la propagación de la fe a través de los jóvenes.

  • En un mundo individualista basado en la competición, algo como lo que nos plantea Ignacio Otaño sobre los métodos pedagógicos de Chaminade para educar entre iguales, podría ofrecer una formación humana muy positiva, además de educar en la cultura de la responsabilidad.

    “Apoyó el método de dividir la clase en grupos de 10-12 alumnos, según su nivel, de los que el primero hacía de monitor. Así el maestro podía ocuparse, al mismo tiempo, de toda la clase y de los que necesitaban una atención especial. […] Tienen, pues, el objetivo de armonizar educación y vida real, conocimientos y ejercicio profesional […] facilita en todas partes la creación de escuelas adecuadas a las necesidades y costumbres locales” (Pág. 77-78)

Guía de estilo Marianista