La urgencia con que hacemos las cosas y el exceso de propuestas son incompatibles con la escucha o el diálogo con los jóvenes, que requiere plazos más inciertos y resultados inesperados o imperfectos y sin duda, más trabajo. Además, de todo esto tendremos que dar cuenta nosotros como responsables últimos aunque la solución adoptada tampoco fuera de nuestro agrado. De ahí la tentación de hacer las cosas a mi manera para no arriesgar y ser más productivo. Esto nos permite sacar adelante más actividades, pero hace que estas actividades interesen cada vez a menos gente.
Al plantearnos la escucha y el diálogo, hay que ir más allá de lo que nos digan. Por ejemplo: es importante acertar con los horarios de las propuestas que hagamos, pero ante la pregunta directa de cuándo les viene bien algo, probablemente no se pondrán de acuerdo, porque cada uno habla desde su propia agenda y prioridades, no piensan en el global de los jóvenes ni en cambiar sus actividades para que le encaje a otros. Por tanto, habrá que conocer sus intereses, pero ser capaces de reformularlos en propuestas coherentes. No es hacer lo que ellos digan, sin más.

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