Ponerse en manos de Dios y confiar todo al Espíritu es un ejercicio de humildad necesario. Decía un hermano en una comunidad que le gusta recordarse a sí mismo que “él sólo es el burro sobre el que va montado Jesús al entrar a Jerusalén”. No podemos suplantar a Dios en aquello que hacemos. También Juan el Bautista nos lo recuerda al referirse a Jesús.
Conforme vamos acumulando éxitos en nuestras acciones, se nos puede ir olvidando que es Dios el protagonista y quien nos ha concedido la gracia necesaria para obtener dichos frutos. En la medida en que nos separemos de él o nos pongamos en su lugar, los frutos irán desapareciendo o haciéndose malos.
Chaminade podría haber caído en esta apropiación y, sin embargo, conservamos escritos en los que manifiesta la presencia y centralidad del Espíritu. Lo vemos en el siguiente fragmento:
«La Compañía de María es una de las obras de la Iglesia en que reside el Espíritu de Dios; si el Espíritu de Dios no está en mí personalmente, a causa de mi indignidad, sí está en mí como Superior de una Compañía aceptada en la Iglesia, por sus obispos, el mismo Sumo Pontífice, su Nuncio apostólico; incluso aunque sus Constituciones no hayan sido aprobadas todavía por la Iglesia.» (Pág. 31)
Del documento “57 Buenas prácticas en parroquias” en el que colaboró la Fundación SM analizando más de 200 comunidades parroquiales de España, observando experiencias de éxito, voy a entresacar algunas referencias al misterio de la fe y la centralidad del Espíritu que consideran en las parroquias y que nosotros podemos trasladar al ámbito de la Familia Marianista:
- La parroquia incorpora elementos de evaluación, confiando en la acción del Espíritu Santo. Para ello, cuenta con criterios nuevos, además de contar los usuarios de los sacramentos.
- El sacerdote y/o religioso, más el equipo de evangelización, viven una experiencia del Espíritu Santo (Pentecostés) que impulsa el cambio de mentalidad para evangelizar.
- La parroquia es consciente que la evangelización es obra del Espíritu Santo. Por ello, impulsa la oración, en la forma de invocación al Espíritu.
- La parroquia ha programado tiempos y espacios adecuados para la Adoración eucarística y ha institucionalizado este ministerio.
- La Celebración de la Eucaristía es el culmen y fuente de toda la misión evangelizadora, y ninguna actividad/reunión coincide con ella.
Si antes mencionábamos a Juan el Bautista por su humildad a la hora de reconocerse al servicio de Jesús, ahora podemos hablar de su tarea, y la nuestra, de allanar los caminos, las estructuras y organismos que nos hemos ido construyendo y que vemos como muchas veces son un estorbo para la acción del Espíritu. La estructura no es la que convierte, es el Espíritu, por eso, en las ramas hemos de revisar cómo son nuestras estructuras y procesos para facilitar y no bloquear la acción del Espíritu y no colocar pesadas cargas sobre los jóvenes que ni nosotros llevamos.
Uno de los dones que podemos pedir al Espíritu es el de mansedumbre, pero no como signo de pasividad, sino como lo ejercía María que es capaz de adelantar la hora sin ego ni frustración, es decir, con una fe plena en la obra de Dios en su hijo al decirnos: “haced lo que él os diga”. La mansedumbre es un acto de fe. Los mansos heredarán la tierra nos advierte Jesús.

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