Ante la actual situación de decadencia de la vida religiosa, debemos recordar que el fracaso humano de Jesús es salvador, porque entrega la vida en fidelidad a Dios y servicio a los hombres. Tal vez esto es lo que ha de hacer la vida religiosa: Entregarlo todo como el primer día para que Dios pueda hacer algo nuevo, una nueva vida que superará nuestras expectativas. No hagamos como los discípulos de Jesús que lo abandonan porque no cumplía sus expectativas. Y no pensemos que abandonar es sólo salirse de la Compañía de María, también está el abandono interior del que se dice: “fuera no tengo nada, no soy capaz de valerme por mí mismo, me quedo y que me mantengan”. Por desgracia, hay gente que se ha salido de esta manera haciendo un flaco favor a la Familia Marianista.
Debemos dejar el protagonismo al Espíritu, es él quien quiere hacer algo con ayuda nuestra, no nosotros los que debemos de hacer algo con ayuda del Espíritu Santo. De la misma manera, no podemos esperar que sea el Espíritu el que se acomode a mis tiempos y necesidades. Debemos vivir los acontecimientos desde la fe, con paciencia y paz, sin prisa. El Señor no retrasa su promesa sino que tiene paciencia con nosotros.
Y en esa espera paciente, debemos mantener la fidelidad activa a pesar de los resultados. El pueblo de Israel nunca perdió la esperanza a pesar de que nunca le fue bien.
Finalmente, hemos de recuperar la dimensión orante de la vida religiosa y ser referentes en esto. Lo intelectual se nos ha comido el terreno y ahora los jóvenes no buscan en nosotros la fe sino la argumentación para cuestionar aspectos de la moral de la Iglesia. Debemos ser testigos de una vida de oración auténtica. Si nosotros no damos importancia a la oración personal y comunitaria, no se la van a dar los laicos, jóvenes o mayores, ni van a acudir a nosotros para rezar, irán con otros que tengan mejores referencias en este campo.

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