El desempeño de una misión común ayuda a sentirse parte de algo y, el servicio a los demás es una dimensión que todo cristiano ha de practicar. Sin embargo, la dimensión de la misión no ha de anteponerse a la vivencia de la fe en comunidad como muchas veces nos pasa, que dejamos de participar en la comunidad, porque la misión nos quita mucho tiempo. 

Es el caso de los monitores que ponen en paralelo el servicio que realizan con su grupo y la vivencia de la fe en comunidad, dejando de lado la segunda por sentirse más responsables y realizados en la tarea como monitor que, objetivamente, demanda gran parte de su tiempo. Sin embargo, no somos una ONG, la misión que no realizamos desde la fe y enviados por nuestra comunidad, es un voluntariado que empieza y termina en mí mismo y no responde a la misión evangelizadora de todo cristiano. 

Tal vez debamos depurar el concepto que tenemos de misión, para que se integre como una dimensión de la vida cristiana, en lugar de ser la fe un complemento opcional para el que hace un servicio. 

Si realmente estamos exigiendo demasiado a los jóvenes en cuanto a dedicación en la misión, también deberíamos revisarlo para no empujarlos nosotros mismos a un activismo estéril que impida la vivencia de la fe.

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