A la hora de dar libertad, debemos fijarnos en la obra de Dios y su manera de crear libre al ser humano. Si Dios se fio de nosotros, por qué nosotros no vamos a confiar en que el corazón del joven está bien hecho y antes o después se dejará atraer por Dios. Por eso es bueno que dejemos espacio a los jóvenes para distanciarse, tomar sus decisiones y volver. Eso sí, como el padre de la parábola del hijo pródigo, debemos estar a la puerta con los brazos abiertos dispuestos a acoger y no a reprochar, demostrando con hechos que nos alegra su vuelta. Entonces estarán preparados para crear su comunidad dentro de la Familia Marianista

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