Iniciación

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Hay un tiempo de iniciación, en el que el joven que ha comenzado su andadura en CLM nada más salir del colegio, no tiene aún claro qué es una comunidad ni lo que le aporta y ha de ir encontrando su sitio mientras ve cómo otros compañeros se van distanciando.

  • Itinerario – Iniciación [8]

    Itinerario – Iniciación [8]

    En la etapa de iniciación comunitaria, es esencial tener un itinerario claro para guiar el proceso y establecer momentos vitales adecuados en las actividades. La formación debe ser definida y estructurada, no dejando la elección completamente a los jóvenes. Un itinerario también establece hábitos y cohesión en la comunidad. Ver contenido

  • Formación – Iniciación [6]

    Formación – Iniciación [6]

    La propuesta de preparar un grupo de acompañantes intensivamente cada año surge de la necesidad de ofrecer una guía más sólida a los nuevos jóvenes que se integran en los grupos. Inspirado en la idea de Chaminade de formar una élite comprometida, este enfoque busca una vivencia más profunda de la fe, no solo intelectual… Ver contenido

  • Acompañamiento – Iniciación [5]

    Acompañamiento – Iniciación [5]

    Chaminade confió en un grupo de jóvenes, el Estado, para ser la levadura espiritual de la congregación, asegurando su espíritu. Necesitamos jóvenes similares que alcen la voz entre los alejados. La asistencia a la comunidad debe ser prioritaria, situándola en el centro de nuestras vidas. El acompañamiento debe permitir a los jóvenes crecer, sin sobreprotegerlos. Ver contenido

  • Entorno – Iniciación [3]

    Entorno – Iniciación [3]

    En la sociedad actual, los jóvenes necesitan figuras de padres y madres espirituales que les brinden apoyo y experiencia, sin desnaturalizar su carácter juvenil. El equilibrio entre cuidar y dar espacio es fundamental para su desarrollo, como nos enseña la experiencia de los primeros congregantes marianistas. Ver contenido

  • Palabra – Iniciación [3]

    Palabra – Iniciación [3]

    La lectura y comprensión de la Palabra de Dios pueden parecer intimidantes, pero son esenciales para el crecimiento espiritual. Los jóvenes anhelan expresar sus dudas y recibir respuestas, y la riqueza de la Palabra siempre genera interés cuando se presenta con conocimiento y comprensión adecuados. Ver contenido

  • Profundidad – Iniciación [3]

    Profundidad – Iniciación [3]

    En la etapa de la juventud, es vital reconocer las distintas fases vitales y las necesidades específicas de cada una. Desde la vida universitaria hasta el inicio de la vida laboral o la formación de una familia, cada período requiere un enfoque único. Ofrecer actividades especiales, como retiros personalizados, puede satisfacer las necesidades individuales y… Ver contenido

  • Libertad – Iniciación [3]

    Libertad – Iniciación [3]

    Es esencial respetar las formas de participación de los jóvenes en la comunidad, evitando la tendencia de los mayores a querer corregirlas. El enfoque debe centrarse en el interés genuino de la persona por pertenecer, más que en la perfección formal. La asistencia a las reuniones es crucial una vez formada la comunidad, mostrando un… Ver contenido

  • Acompañantes – Iniciación [2]

    Acompañantes – Iniciación [2]

    Para una comunidad en formación, romper la dependencia afectiva del acompañante actual es crucial. La capacidad de adaptarse a nuevos líderes marca la consolidación. El documento «57 buenas prácticas en parroquias» resalta la importancia de líderes formados y corresponsables en la transformación parroquial. Ver contenido

  • Protagonismo – Iniciación [2]

    Protagonismo – Iniciación [2]

    Es fundamental involucrar a los jóvenes en la toma de decisiones y en la planificación de actividades, incluso renunciando a nuestras ideas si es coherente con el espíritu comunitario. Esta práctica, valorada por los primeros congregantes, permite el crecimiento mutuo y la integración de distintas generaciones en la comunidad. Ver contenido

  • Crecimiento – Iniciación [2]

    Crecimiento – Iniciación [2]

    Es esencial priorizar la formación sobre los actos de piedad, como Chaminade propuso en su tiempo. Hoy, hay una carencia formativa y de conocimiento religioso básico, así como de autoconocimiento, especialmente entre los jóvenes. Abordar esto en la etapa de iniciación fortalecería la salud mental y crearía comunidades más sólidas, proporcionando un entorno seguro para… Ver contenido

  • Responsabilidad – Iniciación [2]

    Responsabilidad – Iniciación [2]

    Nuestras fraternidades y CEMI surgieron de líderes carismáticos que movilizaron a jóvenes inquietos. Ahora, debemos aprender cómo madurar y pasar la responsabilidad a nuevas generaciones. Los laicos adultos deben ser referentes junto con los religiosos. No podemos empezar cada año desde cero; debemos construir con los jóvenes y aprovechar su tiempo y energía. Como dice… Ver contenido

  • Apertura – Iniciación [2]

    Apertura – Iniciación [2]

    Chaminade promueve la acogida de personas con distintos niveles de vida cristiana, pero también enfatiza la importancia de que deseen crecer en su fe dentro de la comunidad. La apertura no debe ser pasiva, sino orientada hacia el crecimiento espiritual en comunidad. Ver contenido

  • Barreras – Iniciación [2]

    Barreras – Iniciación [2]

    Para integrar a los jóvenes en la comunidad, es crucial derribar barreras y ganar su confianza como acompañantes. Algunos jóvenes prefieren no ser acompañados por personas mayores, a quienes perciben con estereotipos culturales. Es vital superar este distanciamiento y ofrecer un acompañamiento sin prejuicios, como hacía Chaminade con los primeros religiosos. Ver contenido

  • Carisma – Iniciación [2]

    Carisma – Iniciación [2]

    En los primeros años de una comunidad, es vital enseñar los fundamentos del carisma marianista y del cristianismo, pues muchos carecen de ellos en la sociedad actual. Chaminade destacaba esta necesidad para recristianizar Francia. La presentación del carisma marianista debe ser inspiradora, como un proyecto ilusionante que transforma, no como una estructura que mantener. Ver contenido

  • Fe – Iniciación [1]

    Fe – Iniciación [1]

    La misión no debe anteponerse a la vivencia de la fe en comunidad. Muchas veces, el servicio absorbe tanto tiempo que descuidamos nuestra vida comunitaria. No somos una ONG; la misión sin fe y sin el respaldo de la comunidad es un voluntariado egoísta. Necesitamos integrar la misión como parte de nuestra vida cristiana, no… Ver contenido

  • Reconocimiento – Iniciación [1]

    Reconocimiento – Iniciación [1]

    Es fundamental que la participación de los jóvenes evolucione hacia una corresponsabilidad real en la toma de decisiones dentro de la comunidad. Sobreprotegerlos puede socavar su sentido de madurez y pertenencia, impidiendo su integración como miembros en igualdad de condiciones. Ver contenido

  • Espíritu – Iniciación [1]

    Espíritu – Iniciación [1]

    Al acompañar una comunidad incipiente, confiemos en el Espíritu para inspirar nuestras palabras y escuchar las necesidades de cada uno. No podemos prever su impacto ni las necesidades individuales. Como en Pentecostés, dejemos que el Espíritu hable a través de nosotros, ofreciendo la orientación necesaria para cada paso del camino. Ver contenido

  • Estructuras – Iniciación [1]

    Estructuras – Iniciación [1]

    Flexibilizar las estructuras en la etapa de iniciación de la comunidad es clave. Las fraternidades deben renacer de la mano de los jóvenes, sin perder su sentido. Chaminade, como Misionero Apostólico, supo salvar la rigidez estructural para revitalizar la fe en Francia, integrándose en la Iglesia con libertad y apostolado nuevo. Ver contenido

  • Plan – Iniciación [1]

    Plan – Iniciación [1]

    La coherencia en los itinerarios y modelos de fe y comunidad dentro de la Familia Marianista nos igualaría en nuestras propuestas para los jóvenes. Siguiendo modelos repetibles, como en deporte, podríamos avanzar juntos y evitar la disparidad entre ciudades. Esta idea, heredada de las ‘misiones populares’ del siglo XVII, requiere una marca y un plan… Ver contenido

  • Instrumentalización – Iniciación [1]

    Instrumentalización – Iniciación [1]

    En muchas fraternidades, la fidelidad se convierte en un compromiso mecánico más que en una respuesta a una llamada interior. Algunos miembros permanecen por lealtad a un compromiso, no por sentir la necesidad de vivir la fe en comunidad. Incluso después de dejar la fraternidad, siguen en el grupo de WhatsApp, quizás por inercia o… Ver contenido

  • Visibilizar – Iniciación [1]

    Visibilizar – Iniciación [1]

    Los encuentros deben ser momentos abiertos de acogida, donde se pueda conocer a otros miembros de la comunidad y convivir con ellos. Al visibilizar esa vida comunitaria, se puede atraer a más personas hacia una pertenencia más intensa. Recordemos las palabras de Ignacio Otaño sobre la importancia de la acogida en los encuentros públicos. Ver contenido

  • Testimonio – Iniciación [1]

    Testimonio – Iniciación [1]

    Nuestra tendencia hacia un modelo intelectual nos aleja de la dimensión vivencial y espiritual de la fe. La gente busca testimonios apasionados en primera persona. Si nuestra fe nos apasiona, debemos testimoniarla en nuestro día a día, no solo intelectualmente, para ser un verdadero reflejo de la Iglesia y atraer a otros a vivir su… Ver contenido

  • Durante el tiempo de iniciación de la comunidad, es bueno hablar explícitamente del proceso con la comunidad, para tomar conciencia de los pasos que se van dando y hacia dónde se camina. Esto es algo que ha de hacer el acompañante y para lo cual, hace falta tener un itinerario claro y conocido.

    Así mismo, es importante acotar mejor los momentos vitales en las actividades que se convocan y a quién se dirigen, porque, está bien que convivan distintas realidades para que sean testigos unos de otros, pero también hace falta compartir un clima común, sobre todo cuando se están iniciando en algo para respetar los tiempos de cada uno. El acento no tiene por qué estar siempre en la edad sino en lo que está viviendo la gente y esto a ciertas edades puede ser más variable.

    Durante esta parte del itinerario que llamamos de iniciación, es bueno tener contactos cada vez más frecuentes con los miembros más comprometidos. Por ejemplo, en el caso de Fraternidades, con los consagrados temporales o definitivos. Veamos cómo enfocaban esto en la Madeleine:

    Esta etapa termina con la confesión y la comunión, que algunos reciben por primera vez. Si, después de esa etapa, desean continuar su crecimiento cristiano en la congregación, ingresan en el grupo de candidatos («approbanistes»). Es la etapa de preparación a la consagración. Hacen una promesa y empiezan a vivir más intensamente de la vida de la congregación por contactos cada vez más frecuentes con los ya consagrados. Sigue haciéndose la cristianización en el seno de la comunidad […] Se dedican también a la enseñanza por ser una necesidad urgente del momento y también por su proyección para el futuro de las personas y de la sociedad […] Se convierte en un auténtico vivero de la congregación. (Pág. 37)

    En materia de formación vemos una necesidad muy grande de un itinerario concreto con los temas sobre los que sí o sí han de estar formados. La experiencia nos muestra que los jóvenes, como cualquier otra persona, no saben lo que no saben y pedirles a ellos que elijan de qué quieren formarse, no les va a llevar probablemente a un buen itinerario formativo. La escucha de las inquietudes de los jóvenes es innegociable, pero esa escucha ha de ser un proceso serio y servir para definir el itinerario, no ser una mera lluvia de ideas para elegir el tema de la siguiente reunión o los temas del curso.

    Finalmente, un itinerario, no se refiere sólo a los contenidos, también marca una pauta para generar un hábito. Por eso, puede ser bueno, al principio, ser estricto y marcar mucho a los jóvenes. Por ejemplo, si la comunidad de fe celebra la eucaristía a las 20:30, podríamos pedirles que las reuniones sean todos los domingos a las 19:00 y participar juntos en la Eucaristía. Y, a quien no pueda cumplir esa condición, ofrecerle un seguimiento personal alternativo, pero no condicionar al resto, para poder así establecer una rutina que visibiliza a la comunidad y evita la dispersión. Esto puede parecer estricto y contrario al espíritu de los jóvenes, pero en realidad uno no elige cuándo es el partido de fútbol o cuándo es la oración de Hakuna.

  • Hay ciudades en que cada año surgen nuevos grupos de jóvenes, sin embargo, cada año parece que nos pilla por sorpresa el tema de los acompañantes. Algo muy bueno podría ser hacer un tiempo de preparación intensiva de un grupo de acompañantes que, al curso siguiente, van a llevar a los nuevos jóvenes. Donde, en clave de convivencia y retiros, practiquen un modelo de oración, trabajen en profundidad los temas y materiales del itinerario que vayan a seguir y aprendan a acompañar.

    La preparación no es sólo intelectual, de ahí que la propuesta no sea una mera formación académica sino más enfocada a vivir y compartir lo que se anuncia. Esto ayudaría a mejorar la falta vivencia de la fe que tantas veces percibimos en nuestros acompañantes que, a su vez, tratan de transmitir la fe, como algo intelectual o de actividades, pero sin vivencia.

    La preparación intensiva de estos grupos de acompañantes bebe de la idea de Chaminade de preparar, lo que él llama, una élite que sea verdadera levadura en la vida de la fe:

    «La idea de la congregación implica necesariamente la idea de una elección, de una élite, de una agrupación de cristianos que quieren distinguirse de la masa por una práctica más exacta de los deberes de la vida cristiana… Por su propia naturaleza, la congregación es una agrupación restringida, que tiende a formar una élite… El bien que obrará en la sociedad será tanto mayor cuanto sus miembros, aunque sean menos numerosos, sean más fervientes…». […] «Esa era en particular la idea que Chaminade se hacía de la congregación. Apuntaba más a la calidad que al número…» […] «debía permanecer como una élite militante y conquistadora: las almas que no tuviesen la llama del proselitismo no estaban hechas para ella». (Pág. 48)

    Estos acompañantes han de ser muestra de gente que ha respondido a la llamada de Dios o que está en proceso de hacerlo. Si el joven ve a una persona que no sabe quién es ni qué le pide Dios, desconecta, su testimonio no será significativo.

  • Cuando Chaminade vio que podía peligrar el rumbo de la congregación, pensó en encargar a un grupo de jóvenes, el llamado Estado, la misión de velar por el espíritu de la congregación como una levadura dentro de la masa. Nos lo cuenta así Ignacio Otaño:

    “Doce jóvenes, los más firmes en la virtud […] estarían en medio de los jóvenes como la levadura que haría fermentar los principios de la moral y de la religión. […] Los primeros congregantes eran fervientes. Pero cuando la congregación pretende absorber y asimilar también a los alejados, el P. Chaminade ve la necesidad de un grupo humano que asegure el espíritu de la congregación de modo que quienes entran en ella encuentren y asimilen el verdadero espíritu. Por tanto, el fin concreto del Estado es la animación espiritual de la congregación.” (p54)

    En nuestro caso, necesitamos también encontrar esos jóvenes que hagan de levadura para los que están más alejados..

    Una vez constituida la comunidad, la asistencia debe ser lo prioritario, puesto que de lo contrario, no existe una comunidad realmente. No se trata de encontrar el momento del mes en que todos están sin ocupaciones para poner la reunión (porque, además, eso no va a ocurrir) si no colocar la comunidad en el centro y alrededor poner el resto de mis ocupaciones, porque esto es nuclear en mi vida y porque afecta a más personas. Cuando los jóvenes dan la prioridad a esto es que son comunidad, antes son sólo un grupo de amigos más o menos comprometidos.

    En cada etapa, el acompañante ha de ser capaz de ser como un padre que deja al niño suelto para que aprenda a andar y sin que se note, está pendiente para evitar un accidente, pero no para evitar que se caiga. Si los sobreprotegemos, una vez más, esto dejará de ser suyo y antes o después lo desecharán.

  • Hoy en día, hay un sentimiento muy fuerte de orfandad, por eso, los jóvenes, necesitan personas que estén dispuestas a ser padres y madres espirituales. Y, en ese ser padre o madre espiritual, también hay que saber dejar espacio para la relación entre hermanos, primos y amigos, es decir, entre iguales. No es natural ni bueno que un niño se relacione sólo o mayoritariamente con sus padres y los amigos de sus padres, sus tíos y abuelos.

    Sobre este equilibrio entre cuidar y dar espacio nos habla Ignacio Otaño al referirse a los primeros congregantes:

    [Chaminade] no quería que la presencia de hombres de edad en la congregación de jóvenes desnaturalizase precisamente su carácter juvenil. Por otra parte, para los jóvenes era importante la presencia, el apoyo, la experiencia, la perspectiva de cristianos experimentados. Se crea entonces la agregación, compuesta por los padres de familia y por los solteros de edad madura, que tiene como uno de sus objetivos ese apoyo a los jóvenes. En sus estatutos se declaraba que la congregación de jóvenes constituía la obra de nuestro corazón: «nada de cuanto pueda interesar a estos jóvenes nos es ajeno; los consideramos unidos a nosotros con los más estrechos vínculos. Trabajar por su edificación en la piedad y por su sostenimiento en la sociedad civil es el deber más querido de nuestro corazón” (Pág. 38)

  • A veces nos puede dar miedo llevar la Palabra de Dios a las reuniones. Nos parece compleja, que va a generar dudas y que no la van a comprender. Sin embargo, en algún momento hay que iniciarse en la lectura de los textos de la Biblia.

    Por otra parte, observamos que a los jóvenes les atrae mucho el poder expresar sus dudas de fe y que les escuchen y las respondan. Además, la riqueza de la Palabra es tan grande y desconocida, que siempre genera interés, si el acompañante o la persona que lleve los contenidos, tiene cierto conocimiento de la Biblia como para hacer exégesis e interpretación adecuada.

    La explicación y comprensión de la Palabra también es un momento de encuentro transformador con Dios, ahí se da también la revelación, no sólo en la oración o en la vivencia de los sacramentos.

  • En todas las etapas hemos de adaptarnos a las necesidades de cada uno, pero, en la iniciación no pueden seguir teniendo tanto peso los que buscan algo superficial. No puede ser que el que quiere jamón serrano se tenga que ir, porque en marianistas no pasamos de las gominolas.

    Nuestra prioridad tiene que ser la de atender a los jóvenes inquietos que demandan de nosotros algo más. Chaminade establecía con estos jóvenes una especie de grupo motor que servía de impulso motivador para el resto de la comunidad, por eso, debemos garantizar el acompañamiento a aquellos jóvenes que demandan algo más de nosotros. 

    Sin embargo, muchas veces no llegamos a entender qué es lo que esperan de nosotros los jóvenes y nos equivocamos en nuestra respuesta. Para poder ofrecer más profundidad o un mejor acompañamiento, primero hay que estar bien dispuesto a escucharles, sin ideas preconcebidas y abiertos a la propia transformación personal.

    En la categoría de jóvenes hay distintas etapas según los momentos vitales aunque tendamos a asimilarlo todo a ese mismo grupo del que ya me siento lejano.

    Ellos también se sienten más cerca o más lejos de los de una edad u otra, incluso, en las últimas etapas se sienten más próximos a los padres de familia y sin embargo no les dejamos acercarse ahí. 

    No espera lo mismo quien acaba de salir del colegio y estrena su vida universitaria, que quien está discerniendo su vocación en la vida, o quien ha de hacer el cambio a la vida laboral o de formar su propia familia. Pero, muchas veces, parece que hasta que la persona no tiene hijos, no se le puede dejar de asimilar al gremio de los jóvenes universitarios, aunque lleve años trabajando.

    Para atender a esa diversidad dentro de la etapa de iniciación, podemos ofrecer actividades especiales de mayor intensidad. Por ejemplo: un formato de ejercicios o retiro personal en una comunidad, en silencio o con momentos de oración contemplativa más fuertes, como alternativa o complemento a otros ejercicios enfocados para la mayoría. 

    Si sabemos identificar a nuestros jóvenes inquietos y escuchar sus necesidades, esta fase de iniciación nos podrá llevar a dar respuestas nuevas a sus verdaderas inquietudes, que ni ellos mismos saben aún formular, y, ahí sí, acompañarlos en el discernimiento de su vocación.

  • Conforme van dando pasos como comunidad, es importante conocer, y respetar sus formas de hacer las cosas y de participar en las actividades comunes. Es un clásico que cuando uno se va haciendo mayor, las formas de los jóvenes nos parecen cada vez menos ortodoxas o apropiadas y nos sentimos irracionalmente llamados a “corregir” esas formas. Eso genera una ruptura generacional por el rechazo implícito de una parte contra la otra y viceversa y la consiguiente desafección por las cosas del otro.

    El foco debemos ponerlo en el interés de la persona por estar y formar parte de la comunidad, evitando todo rigorismo formal que busque la perfección en las motivaciones, las formas y el cumplimiento. Lo que sí deberíamos exigir, una vez se ha formado la comunidad, es la asistencia a sus reuniones, porque de lo contrario, no hay un interés real por estar y formar parte de la comunidad y seguiríamos en el punto de “creación de la comunidad”.

  • Cuando una comunidad está iniciando su andadura, generalmente falta visión de conjunto, conocer más cosas y salir de la burbuja de su acompañante actual generando una gran dependencia afectiva. Para conocer la consolidación de una comunidad, es bueno hacerse la pregunta de ¿qué pasará cuando tengan que cambiar de acompañante? Si son capaces de hacer este cambio es que han completado la fase de creación y ya son una comunidad.

    En el documento de “57 buenas prácticas en parroquias” que cito en varios de estos vídeos, encontramos una serie de puntos que inciden también en la necesidad de contar con buenos líderes y acompañantes.

    8. Hay un equipo que ha hecho suya la visión, se ha formado y gestiona junto al párroco, de forma corresponsable, la transformación de la parroquia. 

    27a. La parroquia cuenta con un equipo de líderes laicos y/o religiosos, con el párroco, que están formados para acompañar en el proceso de discipulado y se encargan de su organización.

  • Cuando trabajamos con los jóvenes en la preparación de una actividad, o para dar nuevos pasos en la integración en la gran comunidad, conviene llevar las cosas bien pensadas por nuestra parte, pero dejar que sean los jóvenes los que lleguen a las conclusiones y decidan, hasta el punto de poder renunciar nosotros a todo lo que llevábamos pensado, siempre y cuando sea coherente con el espíritu de la comunidad.

    Esta forma de hacer partícipes a los laicos formados y apasionados nos hace crecer a todos y acerca a las distintas generaciones. Ignacio Otaño nos cuenta algo parecido que hacían los primeros congregantes:

    «Los laicos son un medio de gran valor para propagar la instrucción. En todos los tiempos, y sobre todo en tiempos de persecución, la Iglesia se ha valido de ellos con muy buenos resultados. Así pues, los ministros elegirán cuidadosamente, de entre los fieles que los rodean, a aquellos que, firmes en la fe, llenos de celo e instruidos, quieran compartir su solicitud por la salvación de las almas. Les harán ver la importancia de esta labor y lo beneficiosa que será tanto para la Iglesia como para su propia salvación. Les dirán el honor que supone ser catequista y lo venerada que ha sido esta tarea en todos los tiempos por los verdaderos fieles. Pero no será la instrucción el único campo en el que los laicos prestarán su ayuda, sino que también hay otros igualmente preciosos y adecuados para propagar la fe». (p23)

    En definitiva, debemos ser acompañantes o líderes capaces de hacer hacer al joven, que construya su propia comunidad y diseñe y lleve a cabo sus iniciativas para vivir la fe con otros jóvenes incorporándose a la Iglesia y a la Familia Marianista, es decir, darles a ellos el protagonismo y pasar a ser nosotros los actores secundarios que en la sombra hacemos posibles las cosas.

  • En tiempo de los primeros congregantes, las agrupaciones cristianas se juntaban para llevar a cabo actos de piedad, sin embargo, Chaminade ve importante priorizar la formación. En la actualidad, aunque el déficit de oración es muy grande y no hay que descuidarlo, vemos también una carencia formativa básica en tema religioso y en el conocimiento de uno mismo  que se podría abordar en la etapa de iniciación.

    “Respecto a las antiguas congregaciones, aunque se dé importancia a los actos de piedad, un rasgo diferenciador es la sustitución de algunas de esas prácticas por la Instrucción”. (p50)

    Siguiendo con el tema del crecimiento personal, vemos que la salud mental está muy deteriorada, especialmente entre los jóvenes. Este problema se refuerza con el individualismo, mientras que el apoyo de una comunidad sana en la que vivir un entorno seguro, es el contexto ideal para sanar al herido. Cuidar estos temas en la iniciación, no sólo fortalecerá los lazos de la comunidad, sino que, además, sería una aportación muy valiosa a los jóvenes que asisten cada vez más a terapia psicológica, individual o grupal.

  • Si nos fijamos en cómo nacieron las fraternidades o CEMI, vemos que partieron de un líder carismático que movilizó a un grupo de jóvenes inquietos con ganas de sentirse parte de algo hecho por ellos. A cada uno nos vendrán los nombres de los religiosos que hemos conocido en este rol. No es ningún secreto, así pasa con cualquier grupo que arranca. 

    Lo que nos falta ahora es aprender cómo han de madurar estos grupos para que sean a su vez generadores de vida y cómo esa responsabilidad que se dio a los primeros se ha de seguir dando a cada nueva generación que comienza. Además, los nuevos líderes carismáticos ya no han de ser los religiosos, desde el momento en que tenemos laicos marianistas adultos, ellos deben ser los nuevos referentes para los jóvenes junto con los religiosos.

    No podemos estar cada año empezando las cosas de cero, pero aún hay muchas cosas que están por construir y que son oportunidades para vivir la experiencia de crear algo propio desde cero. Una opción para seguir esta dinámica de construir algo nuevo hoy, puede ser, donde no exista, tomar como misión de fraternidades y/o de CEMI la constitución de la comunidad de fe, o con un grupo de jóvenes si tampoco hay laicos marianistas con la suficiente fuerza actualmente.

    Además, nuestra falta de tiempo o de capacidad para gestionarlo todo es la oportunidad perfecta para forzarnos a trabajar codo con codo con los jóvenes que tienen más tiempo, energías y cercanía a la realidad de los otros jóvenes. Eso, sin duda les vinculará más fuertemente con la Familia Marianista.

    Cito una vez más a Ignacio Otaño que recoge estas intuiciones sobre la responsabilidad del congregante en tiempo de Chaminade:

    “El congregante de las comunidades laicales del P. Chaminade no es sólo un hombre piadoso y devoto, como corrían el riesgo de considerarse los supervivientes de las antiguas congregaciones, sino que todo congregante tiene una misión adaptada a sus posibilidades. «En virtud de la dignidad bautismal común, el fiel laico es corresponsable, junto con los ministros ordenados y con los religiosos y religiosas, de la misión de la Iglesia». […] La misión no está reservada a una élite de inteligentes o especialmente dotados sino que es patrimonio de todos. […] no hay trabajo ni misión que merezca o desmerezca por su categoría o por el rango social del que lo realiza. […] Unos y otros, en lo mucho o poco que puedan hacer, se sienten participantes de la obra que lleva a cabo la comunidad.” (Pág. 3-4)

  • Como vemos en nuestro carisma, Chaminade está abierto a acoger a todo tipo de personas sea cual sea su nivel de vida cristiana, pero no para que se mantengan en la indefinición, sino para recorrer con ellos un camino de iniciación en la vida cristiana dentro de la comunidad.

    “Chaminade quiere mostrar claramente que, en la congregación, existen personas con distinto nivel de vida cristiana y sostiene que es preciso que la comunidad siga acogiendo a personas que no tienen una buena educación religiosa previa o que han estado alejadas de la fe, pero quieren realmente crecer en su vida cristiana en el seno de la congregación.” (Pág. 50)

    Este es un matiz importante que se nos olvida a veces y nos limitamos a estar abiertos a todo y a todos, pero sin pedir la segunda parte que “quieran realmente crecer en su vida cristiana en el seno de la congregación”, y la apertura se convierte en una falta de exigencia y en indefinición por un falso respeto al nivel de cada uno. El fin no es aceptarlo todo, el fin es llevar a Jesús a todos.

  • Poco a poco la pequeña comunidad ha de ir dando pasos derribando las barreras que les separan de los acompañantes mayores y de las otras comunidades que se integran en la gran comunidad.

    Un fenómeno “curioso” es que muchos de nuestros jóvenes se prestan a acompañar a chicos y chicas de los grupos de fe, pero a su vez, ellos no se dejan acompañar por gente mayor. No se sienten cómodos, o no creen necesitar este apoyo y prefieren quedarse en los iguales como únicos referentes. Como acompañantes, no debemos hacernos “como uno más” entre los jóvenes sino lograr que nos reconozcan como “de su estilo”. Han de ser ellos los que nos autoricen, hemos de ganar la confianza para ser sus acompañantes. En algunos casos, además, no se sienten cómodos hablando de ciertos temas con religiosos o con gente mayor a quienes les atribuyen estereotipos culturales o formas de pensar predeterminadas que les hacen sentirse juzgados o incomprendidos. Este halo de perfección, clericalismo o ideologías se vuelve una barrera en el acompañamiento a una comunidad que inicia su recorrido.

    Esto contrasta con lo que nos cuenta Ignacio Otaño de los orígenes de la Compañía de María y de cómo Chaminade acompañaba a esos primeros religiosos: “Unidos entre ellos por la amistad desde hacía tiempo, tenían una confianza ilimitada de unos con otros y con el P. Chaminade. […] Ni rigoristas ni exclusivos, ni aferrados a los usos y costumbres antiguos y accesorios, desprendidos de todo prejuicio y de toda influencia de partido, los nuevos religiosos iban sencillamente a Dios. […] No tomaron ningún hábito. Se acordó también evitar todo lo que de alguna manera podría llamar la atención. Se evitó la denominación de Padre, Hermano, Superior…Se llamaban ‘señor…’ (Don…). Por lo demás, esa ausencia de formas monacales era una de las razones de ser de la Compañía de María.” Es lo que se recoge también en la frase clásica de “Estar en el mundo sin ser del mundo”. 

    Sin embargo, ahora no estamos en esta posición. Hace 30 años, cuando los religiosos empezaban a dar clase, o a dirigir internados, se llevaban muy pocos años con los jóvenes, para bien o para mal. Ahora no hay ningún religioso, ni los mal llamados jóvenes, que se lleve menos de 30 o 40 años con los jóvenes. Sin embargo, estamos igualmente llamados a ganarnos la confianza y el respeto para que vean en nosotros unos compañeros de camino que no sólo no necesitan ser cercanos en edad, sino que además, por no serlo, tienen más que aportarles.

  • En los primeros años de recorrido de una comunidad, no nos ha de dar miedo ofrecer contenidos sobre el carisma y sobre las cosas básicas del cristianismo: María, Jesús, el Credo… Estas son cosas que ya no traen ni de casa ni del colegio, aunque vengan de un Colegio Marianista. Chaminade hacía mucho hincapié en la importancia de transmitir estos fundamentos, entre otras cosas porque su objetivo era recristianizar Francia, y en nuestro caso, estamos en un escenario similar, en el que nos planteamos volver al primer anuncio por la pérdida de la cultura religiosa en nuestra sociedad.

    Además, en la iniciación, hay que presentar el carisma de Chaminade, en el sentido de los congregantes y de la Madeleine, como proyecto y como sueño ilusionante, para que desarrollen el deseo de pertenencia a una rama de la Familia Marianista y el sentido de gran comunidad dentro de la Iglesia bajo el carisma marianista, como algo que entusiasma, porque es nuevo y transformador, porque tiene algo que aportar a nuestro tiempo, no porque sea una estructura que hay que sostener en nuestro tiempo para que no se extinga.

  • El desempeño de una misión común ayuda a sentirse parte de algo y, el servicio a los demás es una dimensión que todo cristiano ha de practicar. Sin embargo, la dimensión de la misión no ha de anteponerse a la vivencia de la fe en comunidad como muchas veces nos pasa, que dejamos de participar en la comunidad, porque la misión nos quita mucho tiempo. 

    Es el caso de los monitores que ponen en paralelo el servicio que realizan con su grupo y la vivencia de la fe en comunidad, dejando de lado la segunda por sentirse más responsables y realizados en la tarea como monitor que, objetivamente, demanda gran parte de su tiempo. Sin embargo, no somos una ONG, la misión que no realizamos desde la fe y enviados por nuestra comunidad, es un voluntariado que empieza y termina en mí mismo y no responde a la misión evangelizadora de todo cristiano. 

    Tal vez debamos depurar el concepto que tenemos de misión, para que se integre como una dimensión de la vida cristiana, en lugar de ser la fe un complemento opcional para el que hace un servicio. 

    Si realmente estamos exigiendo demasiado a los jóvenes en cuanto a dedicación en la misión, también deberíamos revisarlo para no empujarlos nosotros mismos a un activismo estéril que impida la vivencia de la fe.

  • El modelo de hacer creer al joven que es él quien toma las decisiones está bien para empezar a educar en la corresponsabilidad y que coja confianza, pero pronto ha de evolucionar a una corresponsabilidad real donde el joven se sienta realmente reconocido como un igual a la hora de opinar y tomar decisiones que transformen la comunidad, si no tarde o temprano verá que le están utilizando y manipulando para construir el proyecto de otros.

    Es importante no sobreproteger a los jóvenes con el pretexto de que no se asusten. Al fin y al cabo, si les sobreprotegemos es porque no confiamos en su madurez, no les estamos tratando como adultos si no como niños que dependen de nosotros y por tanto no se pueden integrar como miembros en igualdad de condiciones.

  • Cuando ejercemos el ministerio de acompañar a una comunidad que empieza, cabe esperar que, si ofrecemos buenos contenidos, la respuesta será buena. Pero, será mucho mejor, si es el Espíritu quien nos da el don de la palabra oportuna inspirándonos lo que hemos de decir, así como el de la escucha activa al que lo recibe.

    Si lo piensas, no podemos saber el impacto que tendrán nuestras palabras en los demás, ni siquiera podemos saber de antemano lo que necesita escuchar cada uno y, ni siquiera tiene por qué ser lo mismo para todos los participantes. Desde esta perspectiva, la única manera de acertar y llegar a todos es por la gracia dada por el Espíritu que, como en Pentecostés, hace que todos escuchen en su idioma lo que necesitaban oír, ante el mensaje inspirado de los discípulos. Pidamos pues el don necesario antes de acercarnos a orientar a una comunidad que da sus primeros pasos.

  • Durante la etapa de iniciación de la comunidad, es muy importante flexibilizar las estructuras para que sean herramientas que acompañen, faciliten y den coherencia, en lugar de ser carriles cerrados para el Espíritu. Lo peor para que alguien se identifique con un proyecto o grupo es que le hagan “pasar por el aro” que sostiene su domador.

    En este sentido, las fraternidades han de renacer, resituarse y redefinirse, de la mano de los jóvenes, a ejemplo de como surgieron. Sin perder su sentido y su hondura, pero sin convertir las estructuras en fines.

    Chaminade se dió cuenta de que, para llegar eficientemente al mismo punto, había de saltarse las estructuras conocidas hasta la fecha, de ahí el título de Misionero Apostólico. Así salvó la rigidez estructural y eso le permitió revitalizar la fe en toda Francia. Nos lo cuenta así Ignacio Otaño:

    “El P. Chaminade ha encontrado en su carácter de Misionero apostólico un medio de integrarse en la Iglesia, asegurando, al mismo tiempo, la libertad y la posibilidad de ejercer un apostolado nuevo, exterior al ministerio parroquial, desbordando incluso la organización diocesana”

  • A nivel de fe y vida de comunidad, observamos que, lo que pedimos y ofrecemos a nuestros jóvenes en una u otra ciudad es bastante diferente. Mientras que, a nivel deportivo, todos los colegios están más o menos igual y eso les permite encontrarse en competiciones y avanzar juntos.

    Tener itinerarios y modelos repetibles también en temas de fe y comunidad, dentro del marco de la Familia Marianista, ayudaría a ponernos todos al mismo nivel. Al fin y al cabo en todas las ciudades conocen Hakuna y los retiros Effetá y los reproducen con éxito ¿Por qué nuestros retiros son tan distintos según ciudades? ¿Por qué no seguimos un plan común? ¿Es realmente por adaptarnos al contexto, o hay algo de querer competir entre los diferentes autores para lograr un mayor reconocimiento personal?

    Esta idea de los modelos repetibles que ahora vemos en otros grupos y que transforman la sociedad como una especie de franquicias de una marca, lo hereda Chaminade de las “misiones populares” del siglo XVII. Para lograr algo así, es necesario tener muy bien definida la marca y el plan: 

    La fundación del colegio-seminario San Carlos era un intento de entregarse a una misión permanente, idea que habría de estar tan presente en el futuro del P. Chaminade. La Francia del siglo XVII había conocido el despertar de las misiones populares por la necesidad urgente de una recristianización de las masas. El galicanismo reinante había retrasado las reformas del Concilio de Trento, y la situación de las parroquias era lamentable. Ardientes misioneros como San Juan Eudes (1601-1680) o San Vicente de Paúl, entre otros, consiguen extender por todo el país este medio pastoral de las «misiones populares». (Pág. 7)

  • En muchas fraternidades se da un fenómeno curioso, sus miembros son buena gente, que siempre ha estado o incluso sigue estando muy comprometida con muchas cosas y están acostumbrados a ser fieles a aquellas cosas con las que se comprometieron poniendo ese compromiso por encima de sus propios intereses, pero que nunca se plantearon seriamente vivir la fe en comunidad o rezar juntos como una necesidad personal y, ahora, la pertenencia a fraternidades se mantiene por fidelidad a un compromiso y no por responder a una llamada que nunca sintieron de vivir la fe en comunidad, pero no importa, porque están acostumbrados a que lo que se espera de ellos es que sean fieles, que no se rindan, que no se vayan de fraternidades y si les aporta algo o no parece más secundario.

    Se da incluso la fidelidad al grupo de Whatsapp, casi podríamos hablar de la consagración al grupo de Whatsapp. Y es que hay un número demasiado elevado de fraternos que de hecho han dejado su fraternidad, pero no lo han dicho públicamente a nadie, ni a sí mismos y siguen en el grupo de Whatsapp porque, ni saben por qué entraron, ni saben por qué no se han salido, pero lo importante es estar inscrito.

  • Los encuentros, que ya hemos dicho en otro punto que deben ser significativos antes que periódicos, deben estar, además, muy cuidados y ser momentos abiertos de acogida. Estas son las mejores oportunidades para conocer a otros miembros mayores de la comunidad y convivir con ellos. Al visibilizar esa vida se podrán sentir atraídos por una pertenencia más intensa identificándose con una de las ramas.

    Podemos recordar aquí un fragmento en que Ignacio Otaño nos habla de los momentos de encuentro públicos y su efecto contagiador.

    “L’Esprit de notre Fondation señala, como ejemplo, tres medios comunitarios para atraer a los jóvenes al seno de la familia de María, además de las relaciones familiares, de amistad y sociales que se creaban. Esos tres medios son: los paseos de los domingos después de vísperas, las reuniones públicas de los domingos por la tarde y los retiros anuales antes de la fiesta de la Inmaculada. Son actos de la congregación abiertos que permiten a muchos entrar en contacto con ella. […] «lo que atraía a los jóvenes no era sólo el interés del programa que se explicaba sino también la acogida llena de honradez y caridad que recibían todos los que acudían» » (Pág. 53)

  • En líneas generales hemos tendido hacia un modelo más intelectual que vivencial o espiritual y eso nos puede alejar de la dimensión de la fe y la acción del Espíritu. Este es un modelo que se está agotando en la actualidad. La gente busca, cada vez más, conocer el testimonio apasionado en primera persona.

    Si de verdad nuestra fe nos mueve y apasiona, tal vez debamos testimoniarlo más explícitamente en nuestro día a día para que no acudan a nosotros para cuestionar intelectualmente a la Iglesia o para hacer exégesis de las escrituras y, a otros carismas, para vivir su fe.

Guía de estilo Marianista