1. Cuidado del otro

60 elementos disponibles

Acoger su libertad | Reducir barreras | Crear entorno seguro | Escuchar activamente | Llamar personalmente | Flexibilizar estructuras | Acompañar su proceso sin forzar | Que sean protagonistas | Trabajar el crecimiento personal
Transformar en experiencia | Dar responsabilidad | No instrumentalizar a la persona | Tratar como adultos

  • Entorno – VR [13]

    Entorno – VR [13]

    El encuentro sin fines pastorales es crucial para recrear y compartir en comunidad. Nuestras casas deben ser refugios de intimidad compartida, lugares donde sentirnos reconocidos y acogidos. Escuchar y dialogar nos enriquece, pero también necesitamos testimonios apasionados de los mayores para inspirar un futuro prometedor e ilusionante. Ver contenido

  • Acompañamiento – Creación [8]

    Acompañamiento – Creación [8]

    Es esencial acompañar a los nuevos grupos y comunidades, mostrándoles las ventajas de formar parte de la gran comunidad sin imponer la pertenencia. Chaminade promovía la adhesión por contagio, donde la comunidad se convierte en acompañante de los nuevos miembros. El apoyo del acompañante debe estar en el diálogo y la escucha, no en imponer… Ver contenido

  • Escucha – Familia [8]

    Escucha – Familia [8]

    La escucha activa es crucial al trabajar con jóvenes, evitando la autorreferencialidad y la mundanización. Confiar en las nuevas generaciones es clave, reconociendo la acción del Espíritu en ellas. La presencia activa y el tiempo dedicado a escuchar son fundamentales para comprender sus inquietudes y construir una relación significativa. Ver contenido

  • Barreras – VR [7]

    Barreras – VR [7]

    Ser referentes válidos implica apreciar lo contemporáneo y descubrir su belleza, aunque nos resulte desconocido. Los rituales compartidos como poner la mesa, fregar, o compartir proyectos, rompen barreras y forman comunidades significativas, según José Cristo Rey García Paredes. Esto es esencial para conectar con los jóvenes y encender su llama. Ver contenido

  • Estructuras – VR [5]

    Estructuras – VR [5]

    El actual modelo de mantener estructuras religiosas a flote a expensas de los más jóvenes es insostenible. Necesitamos un cambio de paradigma: apostar por la novedad y la audacia en lugar de aferrarnos a la estabilidad. La Iglesia debe anticiparse al cambio y generar vida en lugar de conformarse con sobrevivir. Esto requiere reformas valientes… Ver contenido

  • Entorno – Madeleine [5]

    Entorno – Madeleine [5]

    En el contexto actual, la movilidad geográfica y la pérdida de arraigo en el lugar de origen hacen que el concepto de parroquia tradicional pierda relevancia. Es necesario buscar nuevas formas de mantener las raíces y el contacto con la comunidad de fe. La Comunidad Madeleine puede ser un espacio físico de encuentro para aquellos… Ver contenido

  • Acompañamiento – Iniciación [5]

    Acompañamiento – Iniciación [5]

    Chaminade confió en un grupo de jóvenes, el Estado, para ser la levadura espiritual de la congregación, asegurando su espíritu. Necesitamos jóvenes similares que alcen la voz entre los alejados. La asistencia a la comunidad debe ser prioritaria, situándola en el centro de nuestras vidas. El acompañamiento debe permitir a los jóvenes crecer, sin sobreprotegerlos. Ver contenido

  • Barreras – Familia [4]

    Barreras – Familia [4]

    Derribemos barreras y transmitamos unidad. La división entre sacerdotes afecta a los fieles. Recomponer la unidad es urgente para la Iglesia de Francia. Chaminade lo vio claro al regresar y encontrar divisiones. Debemos hablar de comunidad sin barreras. Ver contenido

  • Reconocimiento – VR [4]

    Reconocimiento – VR [4]

    Es fundamental reconstruir los vínculos entre generaciones para revitalizar las comunidades. Esto requiere crear espacios de encuentro seguro y libre de juicios, donde mayores y jóvenes puedan conocerse y reconocerse como iguales. Además, es necesario formar, acompañar y empoderar a las nuevas generaciones, permitiéndoles asumir responsabilidades y contribuir con soluciones a las crisis actuales en… Ver contenido

  • Protagonismo – VR [4]

    Protagonismo – VR [4]

    Es esencial promover el protagonismo del laico en la Iglesia, como destacaba Chaminade al buscar una misión menos clerical durante la Revolución francesa. Fomentar un sentido de pertenencia implica recibir y contribuir, sin ser el centro. Debemos ayudar a nuestros mayores a encontrar nuevas formas de contribuir y responder a la llamada de Jesucristo en… Ver contenido

  • Escucha – VR [4]

    Escucha – VR [4]

    Escuchar a los jóvenes es fundamental en nuestro carisma, pero a medida que envejecemos, podemos perder esa habilidad. Es crucial aguantar y comprender sus demandas, incluso cuando nos incomodan. El diálogo y la transformación mutua surgen cuando estamos abiertos a recibir y aprender de su perspectiva. Ver contenido

  • Barreras – Madeleine [4]

    Barreras – Madeleine [4]

    Es crucial cuidar la terminología en la construcción de la comunidad de fe para evitar confusiones y orientar adecuadamente. Por ejemplo, es preferible hablar de «Proyecto misionero» en lugar de «proyecto pastoral» para integrar la acción del colegio. En los encuentros como la Eucaristía, la atracción para los jóvenes radica en cantos significativos y homilías… Ver contenido

  • Estructuras – Familia [4]

    Estructuras – Familia [4]

    En la Familia Marianista, revisamos nuestras estructuras para una colaboración más eficiente. Chaminade ya comprendía la importancia de la unidad y coordinación para avanzar. Ignacio Otaño destaca cómo durante la Revolución se promovieron estructuras pastorales conjuntas, reflejando la necesidad de trabajar juntos hacia un objetivo común en la comunidad. Ver contenido

  • Responsabilidad – Familia [4]

    Responsabilidad – Familia [4]

    Chaminade y el Papa nos recuerdan la importancia de superar la visión clerical de la misión, dando a los laicos la oportunidad de asumir responsabilidades. Aún nos queda camino por recorrer, tanto para los laicos que se acomodan como para los religiosos que a veces desconfían de las capacidades del laico. La responsabilidad compartida hace… Ver contenido

  • Entorno – Impacto [3]

    Entorno – Impacto [3]

    Las actividades de impacto como los retiros de Emaús ofrecen un entorno seguro y acogedor para aquellos que buscan reconectar o encontrar un sentido de pertenencia. Claves importantes incluyen el anonimato, la confianza y la intimidad generadas a través de testimonios personales compartidos y el respeto por la privacidad. Además, al estar enfocados en grupos… Ver contenido

  • Libertad – Iniciación [3]

    Libertad – Iniciación [3]

    Es esencial respetar las formas de participación de los jóvenes en la comunidad, evitando la tendencia de los mayores a querer corregirlas. El enfoque debe centrarse en el interés genuino de la persona por pertenecer, más que en la perfección formal. La asistencia a las reuniones es crucial una vez formada la comunidad, mostrando un… Ver contenido

  • Entorno – Creación [3]

    Entorno – Creación [3]

    Al iniciar la creación de una comunidad, es esencial brindar un ambiente acogedor y sin juicios, especialmente para aquellos jóvenes que pueden estar alejados de la fe o la Iglesia. La elección del primer acompañante es crucial para establecer un entorno de confianza donde compartir la vida y cultivar el vínculo comunitario inicial. Ver contenido

  • Crecimiento – VR [3]

    Crecimiento – VR [3]

    Es vital educar la sensibilidad para conectar con el prójimo y transformar la sociedad, una habilidad ausente en nuestros itinerarios formativos. Además, aprender a expresar el dolor es fundamental, ya que tendemos a evitarlo. Jesús mostraba sus emociones, y debemos reeducar nuestro mundo afectivo para relacionarnos plenamente con los demás. Ver contenido

  • Entorno – Iniciación [3]

    Entorno – Iniciación [3]

    En la sociedad actual, los jóvenes necesitan figuras de padres y madres espirituales que les brinden apoyo y experiencia, sin desnaturalizar su carácter juvenil. El equilibrio entre cuidar y dar espacio es fundamental para su desarrollo, como nos enseña la experiencia de los primeros congregantes marianistas. Ver contenido

  • Llamada – Madeleine [3]

    Llamada – Madeleine [3]

    Una comunidad visible y atractiva facilita la integración de nuevos miembros. Es importante contar con un plan de acogida activo y programado para recibir a los buscadores. Chaminade ya lo practicaba, organizando asambleas públicas donde se invitaba a traer a nuevas personas y se disponía de un servicio de orden para recibirlas. Ver contenido

  • Barreras – Impacto [3]

    Barreras – Impacto [3]

    Para atraer a los jóvenes, ofrecer actividades claras y contrastables es clave. La comunicación debe ser sintética y directa, capturando su interés en segundos. Adaptarse al presente implica dominar redes sociales y plataformas como Hakuna, que se mueve sin barreras en el contexto juvenil. Ver contenido

  • Protagonismo – Escolar [3]

    Protagonismo – Escolar [3]

    Es fundamental despersonalizar las actividades y proyectos para permitir su evolución continua, sin dependencia de una sola persona. Cada actividad forma parte de un proceso mayor y no debe ser propiedad de un individuo. Los laicos pueden liderar actividades pastorales con éxito, mientras que las ramas religiosas deben acompañar y apoyar, no controlar. La autoridad… Ver contenido

  • Protagonismo – Iniciación [2]

    Protagonismo – Iniciación [2]

    Es fundamental involucrar a los jóvenes en la toma de decisiones y en la planificación de actividades, incluso renunciando a nuestras ideas si es coherente con el espíritu comunitario. Esta práctica, valorada por los primeros congregantes, permite el crecimiento mutuo y la integración de distintas generaciones en la comunidad. Ver contenido

  • Responsabilidad – Iniciación [2]

    Responsabilidad – Iniciación [2]

    Nuestras fraternidades y CEMI surgieron de líderes carismáticos que movilizaron a jóvenes inquietos. Ahora, debemos aprender cómo madurar y pasar la responsabilidad a nuevas generaciones. Los laicos adultos deben ser referentes junto con los religiosos. No podemos empezar cada año desde cero; debemos construir con los jóvenes y aprovechar su tiempo y energía. Como dice… Ver contenido

  • Entorno – Escolar [2]

    Entorno – Escolar [2]

    Es importante que las dinámicas en grupos de fe y Scouts se realicen en entornos reducidos y estables, especialmente para los jóvenes. A menudo, los jóvenes tienden a separarse en tribus en busca de su entorno seguro. Por lo tanto, es fundamental que nuestros grupos fomenten un ambiente de encuentro seguro para todos, promoviendo la… Ver contenido

  • Escucha – Escolar [2]

    Escucha – Escolar [2]

    La urgencia y el exceso de propuestas pueden impedir la escucha genuina de los jóvenes. Este diálogo requiere tiempo, paciencia y la disposición a aceptar resultados imperfectos. Es tentador hacer las cosas a nuestra manera para evitar riesgos, pero esto puede alienar a la comunidad. Escuchar va más allá de aceptar sus opiniones; implica reformularlas… Ver contenido

  • Responsabilidad – CLM [2]

    Responsabilidad – CLM [2]

    La responsabilidad del laico es fundamental en nuestro carisma, como nos recuerda Chaminade en una carta a Adela. Es hora de retomar esa responsabilidad que, en muchos casos, se ha cedido a los religiosos. Los laicos deben ser miembros activos de la misión si queremos ser fieles al carisma de nuestra Familia. Ver contenido

  • Acompañamiento – Escolar [2]

    Acompañamiento – Escolar [2]

    El acompañamiento efectivo en la fe se logra mejor con alguien cercano pero un paso adelante en experiencia. Por eso, para guiar a un joven, es ideal contar con otro joven que haya vivido intensamente la fe. Sin embargo, es crucial que los jóvenes también tengan referentes mayores que marquen la dirección y les acompañen… Ver contenido

  • Escucha – Madeleine [2]

    Escucha – Madeleine [2]

    La relación con la comunidad de fe debe adaptarse a los tiempos. Así como el fútbol tradicional ya no emociona a los jóvenes, también las prácticas religiosas pueden volverse obsoletas. Es esencial escuchar sus necesidades y estar dispuestos a cambiar incluso aspectos arraigados, como el horario de la Eucaristía, para mantener viva la comunidad. Ver contenido

  • Instrumentalización – Escolar [2]

    Instrumentalización – Escolar [2]

    A menudo caemos en discursos contradictorios al centrarnos en cubrir huecos en lugar de atender a las necesidades reales. Cargamos de responsabilidades a colaboradores que no viven la fe, generando una pérdida de hondura. Culparlos por los fallos y ignorar sus opiniones refleja que los consideramos meros instrumentos para nuestros proyectos, no verdaderos colaboradores. Ver contenido

  • Como dice el capuchino Víctor Manuel Herrero, somos el epílogo de la tendencia al activismo que ha quemado otras dimensiones de la vida. Debemos volver al disfrute del encuentro sin fines pastorales. La finalidad del trabajo es el Shabat, el día en que Dios contempló la creación y vio que era buena.

    No es un descanso para holgar, es para recrear, para volver a pasar por el corazón, para compartir con otros lo recibido. Es para la relación, no para aislarse en la habitación lejos de tu comunidad viendo Netflix para desconectar. El encuentro con el otro, con las necesidades, con la realidad llevan a dar la vida, a recrear.

    Parece que los religiosos no necesitamos casa porque lo nuestro es el trabajo, vivimos hacia fuera. Pero el trabajo a veces es muy duro con muchos conflictos y tener casa, tener un hogar donde volver, un entorno habitado y seguro, es importante para resguardarse después de los conflictos del día.

    Pero para esto es imprescindible el entorno de una vida de comunidad sana. Tenemos dinámicas personales y comunitarias en nuestras casas que repelen a las siguientes generaciones que se sienten desplazadas y fuera de lugar por ser de otra cultura, otro tiempo y otra sensibilidad, con la única opción de adaptarse a los mayores porque damos por hecho que ya no pueden cambiar y que no hay más opción que el sometimiento de unos o a los otros.

    Igual que el religioso cuando llega a una cierta edad se siente desplazado de la vida activa (del colegio) y ha de encontrar su sitio, el joven, y no tan jóven, también necesita encontrar su sitio y ser acogido en la vida laboral, que va más allá del colegio y en las decisiones de la comunidad. Porque el sentimiento es el mismo: “no cuentan conmigo”, “no valgo para nada”, pero uno con 40 años y el otro con 80.

    La casa es un entorno de intimidad. Debemos de poder decir que la casa que tenemos en tal calle se ha convertido en lugar de recogimiento, que el lugar que habito es mi segunda piel, que me protege y me enseña a vivir. Cuando me alejo, queda algo de mí en la casa, es un lugar de identidad y es necesaria para crear espíritu de familia. Nuestra casa habla de nosotros, por eso hay que darle alma a nuestra casa.

    No es mi cueva donde ocultar mi intimidad, sino un espacio de intimidad compartida. Por eso hace falta que sea un entorno seguro. La intimidad del otro es cuerpo, es sexo, es higiene, es familia, es aficiones, es pensamientos, es gustos, es salud, es limitación, es debilidad… es sagrado. Tocar al otro implica respeto, descalzarse ante la tierra sagrada. Descubrirme en el otro. Ser amigos en la intimidad implica comprender lo que es único del otro y apoyar su crecimiento, compartir heridas.

    Sentirse incluido, acogido, integrado. Sentirse reconocido de forma singular, ser miembro del cuerpo con función y valores concretos, como uno más. Tener la capacidad de influir en el desarrollo de las cosas. Son necesidades básicas de toda persona que se han de vivir en la comunidad como entorno seguro, para poder dar testimonio de una vida religiosa sana y atractiva.

    Para construir este entorno seguro debo conocer qué dice la comunidad sobre mí. Cada uno tiene un rol en la comunidad y esta se hace más rica si hay más roles distintos. El aportar una función distinta y necesitar las otras funciones cohesiona mejor el grupo.

    La gente necesita hablar, porque hablando nos conocemos y nos respetamos más. Nos damos cuenta de que no estamos solos, de que otros pensaban como nosotros, o de que lo que pensábamos no era para tanto.

    La casa ha de ser un espacio donde también hay conversaciones sobre Dios. Las conversaciones convierten a las personas, las enriquecen. Es horrible estar en una casa donde alguien nunca conversa ni escucha ni se deja escuchar, siempre guarda un rotundo silencio. Jesús hacía hablar a los mudos y oír a los sordos, pero quizá este demonio requiera de más oración.

    Pero muchas veces el testimonio que dan los mayores en las conversaciones es de pérdida, de lamento, de oscuridad y desesperanza, de añoranza del vigor de la juventud, de aquel que fue su tiempo que ya terminó, de que hacerse mayor es malo, “ya llegarás a mi edad” dicen, amenazando, muchos profetas de calamidades. Pero para poder madurar, las siguientes generaciones, necesitamos el testimonio apasionado de los mayores, de su vida de fe, de lo que les ha aportado cada responsabilidad, de cómo han superado los baches, mostrando un futuro prometedor e ilusionante, incluso cuando las limitaciones de la edad se van agravando. Y esto, lo pueden hacer, y sólo lo pueden hacer, los mayores.

  • Con los grupos y comunidades que van surgiendo, a veces de manera espontánea o a veces de manera más dirigida y que no se sienten parte de algo más grande, aunque compartan su forma de proceder, convendría hacer un acompañamiento en el que se les muestren, con naturalidad, las ventajas de la gran comunidad. 

    Se trata de ampliar su perspectiva y horizonte y ayudarles a ver que no son algo distinto pero sin imponer la pertenencia y participación en dicha la comunidad.

    Así nos lo cuenta Ignacio Otaño referido a los primeros congregantes:

    “Sin prisa, sin límite de tiempo, el introductor procura hacerles ver con naturalidad las ventajas de la asociación y les pone en contacto con los socios más cualificados para inspirarles confianza. Esta etapa termina con la confesión y la comunión, que algunos reciben por primera vez” (p37)

    Hay veces que el joven, que es inquieto y tiene más interés del que nos parece, está buscando algo, pero no tiene un acompañante cerca que le oriente en su búsqueda, o el acompañante no tiene nada que ofrecer en cuanto a vida de comunidad o experiencia de fe. Por tanto, hace falta esa sed de Dios por parte del joven, pero también, tener una oferta adecuada y acompañantes que orienten hacia ella.

    Chaminade recomendaba la adhesión por contagio como forma de proselitismo y de una comunidad que se convierte en acompañante de los nuevos miembros:

    “El método de la absorción o asimilación: no hacen de la práctica religiosa una condición de admisión sino que atraen e incorporan antes de cristianizar y para cristianizar. La cristianización se realiza en el seno de la comunidad, por la influencia que la comunidad ejerce en los asociados. Es el método del contagio”. (p36-37)

    El apoyo del acompañante a la comunidad ha de estar en los contenidos, en la escucha, en el diálogo, en el compartir, pero no en organizarles las cosas como si fuera su monitor. la comunidad ha de ser autónoma, organizar sus tiempos y actividades, su logística. 

    Siempre que aparezca la figura del asesor en las primeras etapas, se podrá confundir con un monitor que dice lo que han de hacer y eso es incompatible con hacer a los jóvenes responsables del proceso. En comunidades que surgen sin asesor vemos que hacen verdaderamente lo que quieren o sienten que necesitan, no lo que les dicen que tienen que hacer. Probablemente harían lo mismo que si estuviesen en una de las ramas oficiales de la Familia, pero en este caso claramente lo han elegido y diseñado ellos y tienen de principio a fin el peso de la responsabilidad de que la comunidad se mantenga y evolucione porque no tienen la figura del asesor o acompañante.

    Muchas veces, los padres pertenecen a una comunidad laica marianista y sin embargo los hijos se resisten a heredar la fe de esa manera. Aunque hayan recibido la fe de su familia y no renieguen de ella, necesitan crear su espacio para vivir la fe a su manera entre su círculo de relación que no es su familia.

    En general nos puede el miedo a perder a los jóvenes, nos volvemos cada vez más posesivos y controladores, pero, como el padre de la parábola del hijo pródigo, debemos dejar que el joven pase por el desierto al salir del colegio con un acompañamiento relativo pero sin atosigar con grupos y actividades. Todos hemos necesitado atravesar ese desierto inicial, incluso Jesús, para enfocar nuestra vida, no podemos ahorrarles pasos en la maduración de la fe.

    De la misma forma, hay que respetar los procesos de cada persona y adaptarlos a cada realidad, no imponer un modelo sin encarnarlo. Sobre papel puede quedar muy bonito un itinerario, pero el devenir de la vida y las múltiples ofertas e impactos que recibe el joven, nos obligan a tener itinerarios abiertos y flexibles.

  • El joven, en muchos casos, también se toma a sí mismo como referencia y cree que lo que vive y necesita es lo que viven y necesitan todos los jóvenes. Por eso, a la hora de escucharles, no debemos quedarnos con lo primero que nos digan o dar por buena cualquier cosa. En este sentido de la autorreferencialidad, existe el peligro de mundanizarnos al tratar de inculturarnos dejándonos arrastrar por modas o criterios no contrastados, que responden a sus deseos, pero no al crecimiento de la vida de fe de las personas.

    Dentro de la Familia Marianista llevamos a cabo iniciativas muy buenas y muchas veces acertamos en propuestas o modos de actuar, sin embargo, la falta de humildad en el que habla y en el que recibe la información, puede hacer que, cosas que se podrían exportar de una ciudad a otra, acaben desechadas por cómo se transmiten. Una escucha sana, nos ayuda a aprender de los éxitos del otro sin sentirnos humillados y a contar los nuestros con humildad.

    A todos nos cuesta confiar en las siguientes generaciones, es un clásico el que parece que todo termina en uno mismo y que a partir de ahí ya nada volverá a ser como antes. Le pasa incluso a los monitores en cuanto llevan un año en el grupo. Esta falta de confianza en las siguientes generaciones ocurre, entre otras cosas, porque no se da una escucha activa entre las partes. Del mismo modo, deberíamos confiar más en el Espíritu que actúa en las personas y en que Jesús no eligió a los mejores y que, los que nos han precedido, tampoco eran tan buenos. Por eso, hemos de ponernos también a la escucha de Dios en la oración, para dejar de ser yo la referencia de todo.

    Lo que no conocemos nos da miedo o, al menos, no empatizamos con ello. Por eso, si no conoces a la persona que tiene un problema o una necesidad, no le buscas solución. Cuando conocemos a la otra persona podemos amarla, antes no. Por eso, si nos preocupamos por las necesidades de los jóvenes, hay que conocerlos, ir a su terreno, hacerse presente en sus cosas, jugar con ellos, estar en sus reuniones, ayudarles en sus voluntariados, interesarnos por ellos, llamarles si se distancian. Todo esto no es hacerles preguntas, es escuchar respuestas.

    Cuando pasas tiempo con los jóvenes acompañando un grupo, puedes notar que se dispersan mucho. Si son amigos, enseguida se van a hablar de sus temas comunes y se va mucho el tiempo de la reunión. Sin embargo, muchas veces hace falta dedicar ese tiempo a escucharles en lugar de caer en la tentación de reconducir la reunión, porque es ahí donde conoceremos sus inquietudes y el plano en el que se mueven. Al hablar de sus cosas delante de nosotros, nos hacen partícipes de su mundo y nos escuchan más. Escuchar es también no imponer nuestros tiempos y nuestra eficiencia.

  • Para ser estos referentes válidos que saben gustar del tiempo presente junto a los jóvenes, José Cristo Rey García Paredes nos dice a los religiosos, pero vale para todos, que “tenemos que estar atentos y abiertos a descubrir la belleza de lo contemporáneo aunque no lo entendamos y prefiramos lo antiguo” porque “nuestra alma se acostumbra y dejamos de ver lo bello… sólo recordamos el pasado”. “La belleza sorprende y seduce, no es previsible” Lo que un día nos sedujo y guardamos en nuestro corazón, como mucho nos servirá a nosotros mismos para mantener nuestra llama, pero no para encender la de otros.

    Otra barrera que se acusa mucho en las comunidades religiosas y que también es extrapolable de alguna manera, es la ausencia de rituales compartidos. Aquellas cosas triviales que hacemos juntos pero que nos convierten en comunidad: no sólo rezar y comer, que a veces tampoco hacemos juntos sino, poner la mesa, fregar, hacer la comida, limpiar, compartir tiempo de descanso, compartir proyectos… todo esto rompe barreras, acerca personas y forma comunidades significativas que se convierten en modelo y testimonio para los jóvenes.

  • Hace falta un cambio de paradigma. En el modelo actual, el más joven, o quien todavía aguante, ha de mantener toda la estructura a flote, pero ni el “joven” confía en sí mismo, ni los mayores confían en él y se generan cuadros de ansiedad, estrés y desbordamiento que acabarán con la vida religiosa en menos de 5 años, si no se cambia esta forma de pensar que sirvió mientras había suficientes personas para mantener obras y estructuras, pero que colapsa cuando cada persona ha de asumir las responsabilidades de varias a la vez.

    Dice el Papa Francisco que es mejor una Iglesia accidentada que encerrada. Debemos aportar novedad más que estabilidad. Ser audaces y valientes, no esperar a que la gente se muera para tomar decisiones controvertidas o arriesgadas. Anticiparse al devenir de la vida lo más posible para invertir todas nuestras fuerzas en generar más vida, más que en soportar lo que queda. Es la diferencia entre entregar la vida o perderla, entre compartir el aceite, o alumbrar el camino para el novio.

    Cuando una persona ha reducido su mirada, se apoya en las rutinas y las estructuras, y no hay cosa peor que perder la capacidad creadora y contemplativa. Pero cuando un joven se siente llamado, quiere novedad, no asumir rutinas, que se le irán pegando, como a todos, con el tiempo. Debemos ofrecer novedad.

    No nos encontramos en una situación de crisis del clero igual a la que vivió Chaminade, pero, viendo los datos de entonces y de ahora, da que pensar. Además, desde hace años, en todos los foros de vida religiosa en España se habla de la necesidad de una reforma. Cada cierto tiempo es necesario coger las riendas de dicha reforma, porque dejarlo pasar, no mejora la situación. Así lo refleja Ignacio Otaño sobre la situación en tiempo de Chaminade.

    “Con los hombres más lúcidos de su tiempo, creían en la necesidad de una reforma de la antigua sociedad francesa y también del clero. […] En este período el clero regular y secular está viviendo una fortísima crisis, que algunos historiadores consideran espiritual, teológica, social y económica. Un síntoma de la crisis espiritual será la disminución del 32% de las vocaciones monásticas masculinas, entre 1768 y 1790, y la relajación y escándalos que se producen en algunos monasterios. […] A esto hay que añadir una vida monástica depreciada por las riquezas y relajación de algunos monasterios, que hace extenderse, sobre todo entre el bajo clero, la idea de su supresión por considerarla inútil e incluso parasitaria. […] La crisis interna del clero refleja una crisis social y política generalizada.”

    Frente a estos datos podemos poner, sólo a modo de ejemplo, los de la actual secularización juvenil según el informe “Jóvenes españoles entre dos siglos (1984-2017)” de la Fundación SM. Que nos cuenta cómo la disminución de católicos fue del 10% entre 1994 y 1999 y del 18% entre 1999 y 2005 quedando en 2017 sólo un 32% de jóvenes que se declara católico y sólo el 6% se declara practicante. Menos del 5% cree que la Iglesia tenga algo importante que decir sobre la vida. Al 77,6% les inspira poca o ninguna confianza la Iglesia y organizaciones religiosas.

  • En nuestro tiempo, la permanencia en el pueblo, el barrio o la ciudad de nacimiento, es extremadamente improbable. Por estudios, por trabajo, o simplemente por ganas de conocer otras cosas, los jóvenes no se quedan en el entorno de su parroquia o colegio, ni permanecen mucho tiempo en el mismo sitio. Esto hace que el concepto de parroquia pierda algo de fuerza y nos veamos llamados a buscar una forma distinta de mantener las raíces y el contacto con esa comunidad que los anime y motive a crear o acercarse a una comunidad de fe local marianista para vivir su fe.

    Si la persona no ha tenido experiencia de fe y de comunidad antes de salir del contexto protegido del colegio, es difícil que la busque al salir, más aún si cambia de ciudad. Pensando en la gente descolgada por el motivo que sea, que no tiene una comunidad oficial o que ha salido de su entorno y aún no se ha integrado, la Comunidad Madeleine se vuelve imprescindible. Este sería su espacio físico de encuentro, de compartir vida sin compromiso, del que puedan surgir, de manera espontánea, las nuevas comunidades por medio de la relación interpersonal.

    Un entorno virtual para mantener el contacto, serviría también para cuidar de aquellas personas que, puntualmente, están ausentes de su comunidad, por enfermedad, por cambios en su momento vital o por el motivo que sea. En tiempos de los primeros congregantes, para mantener el contacto con los ausentes, que formaban una fracción en sí misma, se asignaba a personas concretas para hacerles un seguimiento.

  • Cuando Chaminade vio que podía peligrar el rumbo de la congregación, pensó en encargar a un grupo de jóvenes, el llamado Estado, la misión de velar por el espíritu de la congregación como una levadura dentro de la masa. Nos lo cuenta así Ignacio Otaño:

    “Doce jóvenes, los más firmes en la virtud […] estarían en medio de los jóvenes como la levadura que haría fermentar los principios de la moral y de la religión. […] Los primeros congregantes eran fervientes. Pero cuando la congregación pretende absorber y asimilar también a los alejados, el P. Chaminade ve la necesidad de un grupo humano que asegure el espíritu de la congregación de modo que quienes entran en ella encuentren y asimilen el verdadero espíritu. Por tanto, el fin concreto del Estado es la animación espiritual de la congregación.” (p54)

    En nuestro caso, necesitamos también encontrar esos jóvenes que hagan de levadura para los que están más alejados..

    Una vez constituida la comunidad, la asistencia debe ser lo prioritario, puesto que de lo contrario, no existe una comunidad realmente. No se trata de encontrar el momento del mes en que todos están sin ocupaciones para poner la reunión (porque, además, eso no va a ocurrir) si no colocar la comunidad en el centro y alrededor poner el resto de mis ocupaciones, porque esto es nuclear en mi vida y porque afecta a más personas. Cuando los jóvenes dan la prioridad a esto es que son comunidad, antes son sólo un grupo de amigos más o menos comprometidos.

    En cada etapa, el acompañante ha de ser capaz de ser como un padre que deja al niño suelto para que aprenda a andar y sin que se note, está pendiente para evitar un accidente, pero no para evitar que se caiga. Si los sobreprotegemos, una vez más, esto dejará de ser suyo y antes o después lo desecharán.

  • Como decíamos antes, las barreras muchas veces las levantamos los mayores por vivencias del pasado, roces, heridas, recelos, envidias… Las barreras que nos ponemos entre nosotros también afectan a los jóvenes, por eso, también debemos derribarlas y transmitir unidad, sobre todo si les vamos a hablar de comunidad y de Familia Marianista. Chaminade lo vio claro al volver a Francia y encontrarse con que la división entre sacerdotes que en su día juraron o no la Constitución Civil del Clero y que en el exilio habían trabajado por libre, ahora se convertía en una forma de alejar a los fieles y que “una tarea urgente para la Iglesia de Francia, y particularmente en su clero, es recomponer la unidad”.

  • Cuando tenemos una brecha grande entre generaciones, conviene poner en contacto y motivar a mayores y jóvenes para que hagan el esfuerzo de rehacer los vínculos rotos para reconstruir y revitalizar dichas comunidades. Unos y otros han de conocerse y reconocerse mutuamente como iguales y eso sólo se puede hacer generando contextos de encuentro informal y seguro, libres de juicio o expectativas.

    Al estar en un momento más delicado por la avanzada edad de sus miembros y por el salto generacional, hay que superar un mayor miedo a las nuevas generaciones. Hace falta formarlas, acompañarlas y empoderarlas, en lugar de anularlas aunque eso nos inquiete, o nos haga sentir desplazados en algunas tareas. De lo contrario nunca podrán coger el relevo, ni de las obras ni del Carisma Marianista.

    Así mismo, el hecho de poder dialogar abiertamente de las situaciones de crisis actuales en la Iglesia, en la Familia Marianista y en la Compañía de María, ayuda a superar las crisis y supone el reconocimiento del otro como un igual, adulto como para afrontar estas situaciones y poder aportar también soluciones, o asumir la realidad. Una vez más, el ocultamiento de las crisis, es sobreprotección que lleva a infantilizar a la gente y a que no se puedan integrar como iguales en la comunidad.

  • Hoy en día, la Iglesia sigue teniendo un tinte bastante clerical dando un gran protagonismo a los sacerdotes anulando el papel del laico dentro de la Iglesia, haciendo que perdamos el potencial del laico que nos permitiría llegar a ambientes a los que no tenemos acceso. Para Chaminade, esa no ha sido nunca la opción adecuada. Así nos lo cuenta Ignacio Otaño:

    “Las situaciones que el P. Chaminade vivirá durante la Revolución francesa tendrán una influencia importante en su idea de una misión con un exterior más secular y menos clerical, para poder así estar presente también en ambientes y circunstancias adversos.”

    En la vida es necesario posibilitar y desarrollar el sentimiento de pertenencia. Definir cuál es el grupo básico al que deseamos referir nuestro sentido de pertenencia. En la congregación, en la provincia, en la comunidad, en mi persona… Pertenecer es recibir. Uno se siente a gusto cuando ese sitio le aporta algo, siente que ha recibido algún regalo de esa comunidad ¿qué me da, qué recibo? Pertenecer es sentirse aceptado. Sentir que se espera algo de mí, que de alguna manera tengo un cierto protagonismo, pero no ser el centro. ¿Qué puedo dar? Me influye en la manera de estar, en el modo de proceder, en valoraciones, en creencias ¿Se me nota? Pertenecer es identificarse con personajes centrales del grupo. Tener referentes en el corazón ¿A quién sigo? Pertenecer es dar más importancia a esta pertenencia que a otras. Pertenecemos a muchos grupos, círculos y comunidades, pero hay uno que es el central ¿Qué grupo es el más mío? Pertenecer es sentirse cambiado por el grupo. Cambia mi forma de ser, carácter, limitaciones, actitudes… ¿Cómo me cambia?

    Tenemos que ayudar a nuestros mayores a encontrar nuevas formas de contribuir a la misión y a la comunidad, formas de desarrollar su vocación respondiendo a la llamada que siguen recibiendo en esta etapa de la vida y buscar aquello provechoso que pueden empezar cada uno, como dice Chaminade a Lamourouse:

    «Ánimo, el tiempo y los años pasan; sigamos adelante, querida Teresa, continuemos nuestra carrera, usted y yo tenemos aproximadamente la misma edad, nuestros cuerpos se desgastan y todavía no hemos hecho nada. Se trata de empezar algo provechoso y de hacer algo para gloria de Jesucristo, nuestro buen Maestro. Piense en eso y yo también pensaré en ello». (p33)

  • Los jóvenes agradecen sentirse escuchados por los religiosos, lo tienen como algo característico de nuestro carisma y lo demandan. Pero, conforme nos hacemos mayores, vamos entendiendo cada vez menos lo que ocurre en el mundo y por tanto lo juzgamos cada vez más como algo negativo, feo, malo y que da miedo. 

    Para entender el grito que hay detrás de las propuestas que no comprendemos, primero hay que aguantar frente a ese grito y escucharlo.  Y para descubrir la belleza que esconde, como nos invita a hacer José Cristo Rey García de Paredes, debería preguntarme ¿cuál es el mensaje que quiere transmitir ese colectivo que me incomoda? ¿Qué me sucede a mí, que no logro ver la bondad que esto puede tener? Quizá el escándalo me impide ver más allá y me estoy perdiendo una gran belleza.

    El hombre no existe más que en diálogo con su prójimo. Ha de haber palabras pero también respuestas, ha de haber feedback a imagen de la trinidad. Tiene que haber encuentro entre personas. Es dar y recibir, pero aprender a escuchar con la voluntad de recibir algo que me transforme, a veces, es más difícil. La escucha a los jóvenes ha de transformarme, tanto a mí como a ellos.

  • A veces las barreras no son entre generaciones sino entre grupos que trabajan con los jóvenes. A la hora de construir adecuadamente la comunidad Madeleine o comunidad de fe, hemos de cuidar la terminología que empleamos para no herir sensibilidades, pero, sobre todo, para no orientar mal las cosas. Por ejemplo, si hablamos de “proyecto pastoral de la comunidad de fe” probablemente estaremos proyectando sobre la comunidad de fe el proyecto pastoral del colegio, como si el colegio fuera el único ámbito de acción. En este ejemplo es mejor hablar de “Proyecto misionero de la comunidad de fe” al que el colegio aporta su “proyecto pastoral” de forma integrada y armonizada como una parte más dejando claro que la comunidad de fe no es una extensión del colegio.

    Si nos fijamos en los encuentros que se pueden dar en la comunidad de fe, especialmente la Eucaristía, vemos que el atractivo de dichos encuentros, como mucho es para los mayores, aunque a veces ni a nosotros nos atraen. Vivimos en una sobreabundancia de propuestas y la forma natural de discriminar es dirigirse a aquella que más me atrae. Esto ya pasaba con los primeros congregantes y Chaminade instaba a que la asamblea fuera “atractiva, no aburrida” “en competencia con los teatros, bailes y espectáculos públicos, que empiezan a la misma hora”.

    Hablando con los jóvenes, detectamos dos elementos clave que también lo son para los que no somos tan jóvenes: El uso de cantos significativos y las homilías claras y sintéticas. Es bien sabido que una canción nos gusta, no sólo por su calidad o su interpretación, sino por los sentimientos que mueve en nosotros al conectar con momentos importantes de nuestra vida, por eso, es importante usar canciones “que se sepan” que les hayan acompañado en momentos importantes que hayan disfrutado, aunque a nosotros nos aburran o nos digan menos. En cuanto a las homilías, es evidente que han de conectar con la persona que las recibe porque esa es su función: acercar la Palabra a los fieles. En cambio, si la hace más lejana, difusa y no entusiasma, traiciona su fin y se convierte en barrera para jóvenes y mayores. Por lo general, si se adapta a los jóvenes, los mayores también serán capaces de seguirla.

  • En la Familia Marianista estamos dando los primeros pasos para un verdadero trabajo en familia, donde el peso de una rama en concreto o su historia, no condicione a las demás en cuanto a liderazgo o a formas de proceder, y que sea, sin embargo, el discernimiento común en escucha del mundo contemporáneo y del Espíritu, lo que marque las decisiones. 

    En este sentido, debemos revisar las estructuras actuales para que sean funcionales y eficientes, con tareas concretas y reconocidas por todas las ramas. Y en cuanto a sus miembros, han de ser gente válida para la tarea y no un miembro de cada rama para cumplir cuotas de participación. Los religiosos, por ejemplo, podríamos confiar en un laico en contacto directo con la Administración Provincial, para representarnos en material de pastoral juvenil en una comisión de Familia. 

    Siguiendo con este ejemplo, si los religiosos contamos con un Asistente de PJV, miembro del Consejo Provincial en una comisión de Familia donde el resto de ramas aportan a un delegado voluntario, se produce una situación desigual de responsabilidad, autoridad e implicación, además de condicionar la renovación de los miembros de ese equipo a los cambios en el equipo provincial. Todo esto puede dificultar el verdadero trabajo en Familia.

    La forma de proceder por cuotas o cargos, puede hacer que las decisiones no las tomen personas cualificadas, por edad, o por situación vital o por carga de trabajo, y por tanto, no satisfacen a las ramas que dejan de confiar en las comisiones y las desautorizan.

    Por su parte, Chaminade tenía claro que la unidad y el trabajo coordinado es esencial para llegar más lejos. Nos lo cuenta así Ignacio Otaño:

    “Durante la Revolución se crean además nuevas estructuras de Iglesia, una pastoral de conjunto que, en medio de la actividad clandestina, aglutine las fuerzas y las coordine. […] Un consejo asegura la unidad de objetivos y acción. En Burdeos se ha preferido el término de cooperador al de misionero. Boyer anima a la unidad de los cooperadores: Sería inútil, mis queridos hermanos, que estuvierais llenos del celo ardiente que debe distinguir vuestro ministerio si cada uno de vosotros siguiese su camino individualmente y separado de sus cooperadores. Seríais como unos soldados desperdigados que nunca podrían vencer. Sólo siguiendo un mismo camino, en el que brillen la armonía, la conjunción y la unidad disciplinada, podréis lograr el objetivo común que os debéis proponer»

  • De Chaminade nos cuenta Ignacio Otaño algo que hoy sigue reclamando el Papa:

    “Superará una visión clerical de la misión, dando al cristiano laico la oportunidad de asumir responsabilidades, que suscitarán susceptibilidades en su tiempo pero que permitirán entender el bautismo dinámicamente, como un envío a actuar en el mundo, no a ser un simple receptor de órdenes a cumplir.” (Pág. 3)

    Sin duda esto es algo que está en nuestro ADN, pero aún nos queda mucho camino por recorrer, tanto por parte de los laicos que se acomodan, como por parte de los religiosos que, muchas veces, sin darnos cuenta, asumimos modelos clericales desconfiando de las capacidades del laico, o no dejando que las pueda desarrollar si aún le falta recorrido.

    La responsabilidad acompañada hace crecer y genera comunidad. Además es bueno ejercer la responsabilidad con sentido comunitario, no por medio de encargos individuales a determinadas personas que son de mi confianza y me garantizan el resultado que yo quiero obtener.

    Escuchando de nuevo lo recogido por Ignacio Otaño, vemos cómo era la organización entre los congregantes:

    “Esas responsabilidades personales se ejercían con un sentido comunitario y se coordinaban mediante el consejo de la congregación, que se reunía todas las semanas y era el órgano regulador de todos los ejercicios y buenas obras de la congregación” (Pág. 40)

    Finalmente, en este compartir responsabilidades, hay que insistir en no instrumentalizar a las personas, hacerlas corresponsables es compartir responsabilidades, preocupaciones, proyectos, vida. Tratando al “joven” como el adulto que es o, al laico marianista en general, como alguien capaz de transmitir el carisma y no como un recurso para ejecutar determinadas tareas secundarias.

  • Las actividades de impacto como los retiros de Emaús para las distintas edades: Effetá, Samuel, etc. Ofrecen precisamente un entorno seguro desde el que reenganchar o rescatar al que está alejado y necesita sentirse querido, acompañado y formando parte de algo. 

    Algunas de las claves para lograr este entorno seguro y que se pueden rescatar para otras actividades son, por una parte, que nadie te conoce ni te juzga. Al ser encuentros puntuales con desconocidos, si uno quiere, podría no volver a ver a esas personas. Además, se genera un clima muy fuerte de confianza e intimidad al escuchar el testimonio personal de otros como tú y tener como seña de identidad y compromiso, el mantener el secreto de lo que pasa y se dice durante el retiro. Por otro lado, al estar enfocados a franjas de edad o momentos vitales muy concretos, todo el mundo se mueve casi en la misma onda y te sientes entre iguales. Este clima de intimidad y seguridad se refuerza cuando la actividad está separada por sexos permitiendo así hablar sin reparo de algunos temas que de otra forma podrían resultar más incómodos.

  • Conforme van dando pasos como comunidad, es importante conocer, y respetar sus formas de hacer las cosas y de participar en las actividades comunes. Es un clásico que cuando uno se va haciendo mayor, las formas de los jóvenes nos parecen cada vez menos ortodoxas o apropiadas y nos sentimos irracionalmente llamados a “corregir” esas formas. Eso genera una ruptura generacional por el rechazo implícito de una parte contra la otra y viceversa y la consiguiente desafección por las cosas del otro.

    El foco debemos ponerlo en el interés de la persona por estar y formar parte de la comunidad, evitando todo rigorismo formal que busque la perfección en las motivaciones, las formas y el cumplimiento. Lo que sí deberíamos exigir, una vez se ha formado la comunidad, es la asistencia a sus reuniones, porque de lo contrario, no hay un interés real por estar y formar parte de la comunidad y seguiríamos en el punto de “creación de la comunidad”.

  • Cuando nos planteamos el momento de la creación de la comunidad, la mayoría de los jóvenes necesitan verse en un ambiente amable, abierto, informal, que no los juzga si no que los acepta como son y los escucha. Algunos de ellos pueden estar incluso alejados de la fe o de la Iglesia. Por tanto, es muy importante cuidar cómo nos acercamos a ellos y qué contexto tienen para dar esos primeros pasos.

    Según esto, acertar con el primer acompañante es clave para generar ese entorno seguro de confianza donde compartir la propia vida. Y, al compartir vida, se podrá generar el vínculo primero de la comunidad.

  • La educación de la sensibilidad en el contacto con el mundo y por tanto con el prójimo es importante para transformar la sociedad y adquirir la mirada de Dios y sin embargo no está o ha estado en nuestros itinerarios formativos.

    Así mismo, habría que enseñar a mostrar y vivir el dolor, pues muchas veces nos mostramos como pueblo indolente. Antiguamente el arte del duelo era una habilidad que tenía que aprenderse, no se daba por hecho que la gente fuera capaz de expresar las emociones y sentir. Por eso, aprender a darle forma al lamento en el momento concreto en que hace falta y gestionar el dolor como forma de emplear las emociones para avanzar, resulta muy necesario también hoy, pues hemos sepultado el tema del dolor y el sufrimiento.

    Jesús vivía las cosas sin ocultar las emociones y los vínculos que esto genera. Por eso, debemos reeducar todo el mundo afectivo en aquellos casos en los que es un impedimento para relacionarnos abierta y profundamente con los demás. La persona evitativa tiene miedo a los afectos y el ansioso duda de ellos. Crear vínculos es crear una afectividad estable.

  • Hoy en día, hay un sentimiento muy fuerte de orfandad, por eso, los jóvenes, necesitan personas que estén dispuestas a ser padres y madres espirituales. Y, en ese ser padre o madre espiritual, también hay que saber dejar espacio para la relación entre hermanos, primos y amigos, es decir, entre iguales. No es natural ni bueno que un niño se relacione sólo o mayoritariamente con sus padres y los amigos de sus padres, sus tíos y abuelos.

    Sobre este equilibrio entre cuidar y dar espacio nos habla Ignacio Otaño al referirse a los primeros congregantes:

    [Chaminade] no quería que la presencia de hombres de edad en la congregación de jóvenes desnaturalizase precisamente su carácter juvenil. Por otra parte, para los jóvenes era importante la presencia, el apoyo, la experiencia, la perspectiva de cristianos experimentados. Se crea entonces la agregación, compuesta por los padres de familia y por los solteros de edad madura, que tiene como uno de sus objetivos ese apoyo a los jóvenes. En sus estatutos se declaraba que la congregación de jóvenes constituía la obra de nuestro corazón: «nada de cuanto pueda interesar a estos jóvenes nos es ajeno; los consideramos unidos a nosotros con los más estrechos vínculos. Trabajar por su edificación en la piedad y por su sostenimiento en la sociedad civil es el deber más querido de nuestro corazón” (Pág. 38)

  • Para la pequeña comunidad, es llamativo y atrayente ver una comunidad más amplia de la que formar parte. Si esa comunidad es visible y atractiva, será más fácil hacer la llamada a participar e integrarse en ella.

    Conviene contar, además, con un plan para acoger e integrar a los buscadores que vienen de fuera. Esta estrategia no ha de ser invasiva, pero sí activa y programada, con gente con el carisma adecuado, dedicada activamente a ello.

    Chamiande también contaba con esto, así nos lo cuenta Ignacio Otaño:

    “A la caída de la tarde, tiene lugar la Asamblea pública, que ocupa un lugar importante en la vida de la congregación. Los congregantes son invitados a llevar a la asamblea el mayor número de personas posible. Hay un servicio de orden para recibir y colocar a las personas ajenas a la congregación.”

  • Los jóvenes reaccionan bien a estímulos de lo personal, el yo, el bienestar, lo que se puede contrastar para tomar decisiones rápidas sin pensar mucho. Por eso, a la hora de ofrecerles actividades especiales, hay que presentar decisiones sencillas sin términos medios y que puedan comparar con otras para decidir por contraste.

    Lo que les comunicamos también ha de ser claro y sintético igual que pedíamos en las homilías. Según estudios de marketing digital “En los 3 primeros segundos de un vídeo se define si la persona está interesada o no”. Un joven no atiende a discursos interminables, hemos de captar su atención y en ese momento comunicar el mensaje.

    Además, en nuestra oferta y contenidos, debemos adaptarnos al presente, utilizar los nuevos canales de comunicación, dominar las redes sociales y las plataformas que emplean. Es lo que pasa ahora mismo con Hakuna que se mueve sin barreras en el contexto de los jóvenes.

  • El ritmo de las actividades y la búsqueda de resultados hacen que, sobre todo en la etapa escolar, cada actividad o proyecto dependa de una sola persona, y, generalmente, para todo, la misma. Por eso sería conveniente despersonalizar las actividades para que puedan evolucionar como procesos vivos y en continua revisión, bien pensados y estructurados sin protagonismos excesivos, sean buscados o asumidos.

    Al haber confiado tareas a personas cada actividad ha seguido una evolución y tradición diferente, a la medida de su encargado y separada o enfrentada con las de su alrededor o de otras ciudades. Pero, en realidad, cada actividad es parte de un proceso mayor, no propiedad de su encargado y debemos renunciar a ese protagonismo personal y mirar a los procesos globales, integrándonos en ellos como una pieza más del engranaje.

    Hace tiempo que vemos actividades pastorales en las que no hay un religioso, ni un sacerdote controlando todo lo que hace el equipo. Es un laico con su equipo el que tiene vía libre para hacer lo que considere oportuno y funcionan muy bien. El papel de las ramas será acompañar a ese equipo, ponerse a su servicio, pero no conducirlo ni liderarlo. Los protagonistas son ellos.

    En la misma línea, por ejemplo a la hora de llevar unos ejercicios espirituales, la presencia del cura se puede reservar a momentos puntuales del perdón y la Eucaristía y su voz no tendría por qué ser más autorizada que la de un laico formado, por su sola condición de cura o religioso. De lo contrario, seguiremos fomentando una cultura clerical que no favorece a nadie.

  • Cuando trabajamos con los jóvenes en la preparación de una actividad, o para dar nuevos pasos en la integración en la gran comunidad, conviene llevar las cosas bien pensadas por nuestra parte, pero dejar que sean los jóvenes los que lleguen a las conclusiones y decidan, hasta el punto de poder renunciar nosotros a todo lo que llevábamos pensado, siempre y cuando sea coherente con el espíritu de la comunidad.

    Esta forma de hacer partícipes a los laicos formados y apasionados nos hace crecer a todos y acerca a las distintas generaciones. Ignacio Otaño nos cuenta algo parecido que hacían los primeros congregantes:

    «Los laicos son un medio de gran valor para propagar la instrucción. En todos los tiempos, y sobre todo en tiempos de persecución, la Iglesia se ha valido de ellos con muy buenos resultados. Así pues, los ministros elegirán cuidadosamente, de entre los fieles que los rodean, a aquellos que, firmes en la fe, llenos de celo e instruidos, quieran compartir su solicitud por la salvación de las almas. Les harán ver la importancia de esta labor y lo beneficiosa que será tanto para la Iglesia como para su propia salvación. Les dirán el honor que supone ser catequista y lo venerada que ha sido esta tarea en todos los tiempos por los verdaderos fieles. Pero no será la instrucción el único campo en el que los laicos prestarán su ayuda, sino que también hay otros igualmente preciosos y adecuados para propagar la fe». (p23)

    En definitiva, debemos ser acompañantes o líderes capaces de hacer hacer al joven, que construya su propia comunidad y diseñe y lleve a cabo sus iniciativas para vivir la fe con otros jóvenes incorporándose a la Iglesia y a la Familia Marianista, es decir, darles a ellos el protagonismo y pasar a ser nosotros los actores secundarios que en la sombra hacemos posibles las cosas.

  • Si nos fijamos en cómo nacieron las fraternidades o CEMI, vemos que partieron de un líder carismático que movilizó a un grupo de jóvenes inquietos con ganas de sentirse parte de algo hecho por ellos. A cada uno nos vendrán los nombres de los religiosos que hemos conocido en este rol. No es ningún secreto, así pasa con cualquier grupo que arranca. 

    Lo que nos falta ahora es aprender cómo han de madurar estos grupos para que sean a su vez generadores de vida y cómo esa responsabilidad que se dio a los primeros se ha de seguir dando a cada nueva generación que comienza. Además, los nuevos líderes carismáticos ya no han de ser los religiosos, desde el momento en que tenemos laicos marianistas adultos, ellos deben ser los nuevos referentes para los jóvenes junto con los religiosos.

    No podemos estar cada año empezando las cosas de cero, pero aún hay muchas cosas que están por construir y que son oportunidades para vivir la experiencia de crear algo propio desde cero. Una opción para seguir esta dinámica de construir algo nuevo hoy, puede ser, donde no exista, tomar como misión de fraternidades y/o de CEMI la constitución de la comunidad de fe, o con un grupo de jóvenes si tampoco hay laicos marianistas con la suficiente fuerza actualmente.

    Además, nuestra falta de tiempo o de capacidad para gestionarlo todo es la oportunidad perfecta para forzarnos a trabajar codo con codo con los jóvenes que tienen más tiempo, energías y cercanía a la realidad de los otros jóvenes. Eso, sin duda les vinculará más fuertemente con la Familia Marianista.

    Cito una vez más a Ignacio Otaño que recoge estas intuiciones sobre la responsabilidad del congregante en tiempo de Chaminade:

    “El congregante de las comunidades laicales del P. Chaminade no es sólo un hombre piadoso y devoto, como corrían el riesgo de considerarse los supervivientes de las antiguas congregaciones, sino que todo congregante tiene una misión adaptada a sus posibilidades. «En virtud de la dignidad bautismal común, el fiel laico es corresponsable, junto con los ministros ordenados y con los religiosos y religiosas, de la misión de la Iglesia». […] La misión no está reservada a una élite de inteligentes o especialmente dotados sino que es patrimonio de todos. […] no hay trabajo ni misión que merezca o desmerezca por su categoría o por el rango social del que lo realiza. […] Unos y otros, en lo mucho o poco que puedan hacer, se sienten participantes de la obra que lleva a cabo la comunidad.” (Pág. 3-4)

  • Siempre que se pueda, pero especialmente si son más jóvenes, parece que la respuesta es mejor si las dinámicas en las que hay que compartir a un nivel más personal se hacen en grupos reducidos y estables.

    La tendencia de los chicos y chicas es a separarse por tribus buscando su entorno seguro y, nuestros grupos de fe y Scouts, pueden alimentar fácilmente esa segregación, si no ponemos atención. Sin embargo, nuestros grupos, deberían ser lugar de encuentro seguro para todos los alumnos en su diversidad, y educar y fomentar en la construcción de esos espacios seguros de encuentro y comunión entre diferentes como seña de identidad.

  • La urgencia con que hacemos las cosas y el exceso de propuestas son incompatibles con la escucha o el diálogo con los jóvenes, que requiere plazos más inciertos y resultados inesperados o imperfectos y sin duda, más trabajo. Además, de todo esto tendremos que dar cuenta nosotros como responsables últimos aunque la solución adoptada tampoco fuera de nuestro agrado. De ahí la tentación de hacer las cosas a mi manera para no arriesgar y ser más productivo. Esto nos permite sacar adelante más actividades, pero hace que estas actividades interesen cada vez a menos gente.

    Al plantearnos la escucha y el diálogo, hay que ir más allá de lo que nos digan. Por ejemplo: es importante acertar con los horarios de las propuestas que hagamos, pero ante la pregunta directa de cuándo les viene bien algo, probablemente no se pondrán de acuerdo, porque cada uno habla desde su propia agenda y prioridades, no piensan en el global de los jóvenes ni en cambiar sus actividades para que le encaje a otros. Por tanto, habrá que conocer sus intereses, pero ser capaces de reformularlos en propuestas coherentes. No es hacer lo que ellos digan, sin más.

  • La responsabilidad del laico es indiscutible en nuestro carisma tal y como leemos en una carta de Chaminade a Adela que recoge Ignacio Otaño:

    “Le diré mi secreto… Hace catorce años entraba yo de nuevo en Francia con el carácter de

    Misionero apostólico para toda nuestra desgraciada patria… Pensé que no había mejor manera de ejercer esas funciones que creando una congregación tal como ahora existe. Cada congregante, cualquiera que sea su sexo, edad y estado de vida, debe ser un miembro activo de la misión…” (Pág. 30)

    Corresponde ahora retomar esa responsabilidad que se ha ido cediendo, en muchos casos, a los religiosos y que no la pueden ni deben seguir asumiendo si queremos ser fieles al carisma de nuestra Familia.

  • El mejor acompañante en la fe de una persona es otra que le sea cercana, pero le lleve unos pasos de ventaja a la primera. Por eso, para acompañar a un joven, lo mejor sería contar con otro joven que haya vivido o esté viviendo experiencias intensas de fe y comunidad. 

    Pensando en los grupos de fe, no se puede dejar toda la responsabilidad a los jóvenes si no cuentan a su vez con referentes fuertes más mayores que ellos que marquen la línea y les acompañen, de lo contrario, el crecimiento de ese grupo, se dará en la dirección equivocada. Igual que al árbol recién plantado se le ponen unos postes al principio para que no se tuerza y coja fuerza, también el joven necesita puntos de apoyo adecuados que le orienten y acompañen.

  • Pensando en cómo debería ser la relación o la vivencia de la comunidad de fe, debemos asumir que los formatos se agotan con el tiempo, aunque nos parezca que hay cosas que nunca cambiarán. Por ejemplo: a los jóvenes les aburre el fútbol tradicional, es monótono, hay mucho tiempo muerto y es previsible. Además, la atención está fijada en un único punto. Su ocio, sin embargo, es todo lo contrario y por eso surgen propuestas nuevas como la Kings League. Claramente hace falta emplear odres nuevos que encajen con su forma de interactuar con el mundo y, estas formas nuevas las hemos de descubrir hablando con ellos.

    Algo muy evidente en cuanto a la escucha es el tema del día y hora de la Eucaristía de la comunidad. Un cambio en esto puede ser decisivo. Que la misa haya sido durante los últimos 20 años los domingos a las 12:00, no significa que encaje con la vida de la comunidad de fe actualmente, aunque a la comunidad religiosa que vive en ese lugar le venga mejor a esa hora por sus rutinas.

  • Muchas veces caemos en discursos contradictorios porque centramos nuestros esfuerzos en cubrir huecos en lugar de atender a las necesidades reales aunque eso suponga dejar paradas algunas cosas. 

    Así, tenemos colaboradores muy válidos pero que sabemos que no viven la fe o que están alejados de ella, pero les seguimos cargando de responsabilidades porque sabemos que nos dirán que sí. Esto genera un problema mayor de pérdida de hondura que llevamos tiempo pasando por alto.

    Además, nos atrevemos a culpar a estas personas de no vivir su fe con lo que nos acaba sirviendo para dos fines: cubrir un puesto vacante y culparlas de que las cosas no funcionen. 

    Otro indicador de que la persona es un mero instrumento para mis proyectos es lo que hacemos con sus opiniones y propuestas. Si pedimos participación, debemos ser capaces de cambiar nuestros planteamientos en función de lo que nos dicen, no hacerles creer que participan de decisiones que ya están tomadas. Tarde o temprano la persona se da cuenta de cuál es su papel en la ecuación.

Guía de estilo Marianista